Sí,
mi querido anónimo compañero, ese gesto, tu seriedad reconcentrada, y esa
mirada podrían ser los míos; como la edad, creo; año más o año menos… La barba
casi lo es, su perfil, al menos; y las canas lo son del todo… También la
cachimba (aunque ahora ya no, hace tiempo que la dejé en un rincón de mi
despacho…)
Sí,
mi querido anónimo compañero, tú podrías ser yo perfectamente, por todo ello y,
sobre todo, por esa rotunda y paradójica afirmación que incluye un NO subrayado, que llevas prendida en tu
sombrero… No sabes –no creo que lo sepas– que es la misma contundente y
paradójica afirmación que destaca en la portada de uno de mis últimos libros –sobre
otra cabeza de otro anónimo compañero, aunque más joven que nosotros–, Memorias de un profesor malhablado…
Así,
no; en efecto, así no nos habíamos imaginado el futuro… Por todo esto que nos
rodea, por algo así, por esta desazón y este lodazal en que hozamos, no
luchamos en nuestra juventud, ¿verdad?
¡Oh,
nuestra juventud!... Suspiro, a veces, junto con los amigos y los compañeros,
de nuestra edad, que compartieron aquella lucha a brazo partido contra aquel
nuestro pasado –tan presente ahora– y por un futuro lleno de bienaventuranza y
felicidad para nuestro país y para el mundo entero; pues entonces, creo,
nuestro país no era más que un trozo del mundo y no reconocíamos ninguna
frontera para nuestros sueños… Sí, entonces no había fronteras, no las
concebíamos, las habíamos derribado mental y vitalmente… ¿Cómo coño han vuelto
las fronteras?
Y
no digamos nada de la autoridad y de la justicia y la justeza de los
comportamientos públicos; el mundo al que aspirábamos estaría presidido por el
bien común, la decencia y la justicia social y política… Así, como es todo
ahora a nuestro alrededor, no nos imaginábamos el futuro, ¿verdad?; de ninguna
manera… El miedo reverencial a la autoridad no existía para nosotros; el
respeto a la inteligencia y a la honradez, sí; eso sí…
A
menudo pienso que entonces éramos de verdad libres, que nunca hemos sido más
libres que entonces (otra fatal paradoja…) Hay que recordarlo ahora, y
recordárselo a muchos, para que los que no conocieron aquella libertad y
aquellos sueños sepan que entonces, por un breve tiempo, fuimos libres y que
soñamos con un país y un mundo que no era este, que no era así…
Éramos
libres contra todo y contra todos (ese es el origen de esa mirada, creo; toda
la nostalgia acumulada en ese recuerdo y en esta decepción). Yo se lo digo a
mis alumnos, de vez en cuando, cuando me preguntan por el pasado, por mi
experiencia como estudiante. Nos subimos a las tarimas y las erradicamos de las
aulas en los institutos y en la universidad… Recuerdo aquella primera huelga
general de los estudiantes de Enseñanza Media, yo cursaba el primer COU que
hubo, en el instituto Cervantes de Madrid; corría el año setenta y dos o
setenta y tres; sí, dos o tres años antes de la muerte del Dictador, y logramos,
unos cientos de jóvenes adolescentes, conseguimos parar, por primera vez en la
historia de este puñetero e inacabado país, toda la enseñanza secundaria de
entonces… Nuestros profesores nos contemplaban atónitos, como los policías que
nos apaleaban y nos perseguían por las aceras y las esquinas, y como las
autoridades del último franquismo, que no daban crédito a lo que veían; unos
chavales cuestionando todo un régimen, moribundo ya, pero todo un régimen
fundamentado en el temor; el que a nuestros padres tenía atenazados, el que nos
habían querido transmitir a nosotros y que habían interiorizado ellos, tanto
que no concebían un mundo, un país, sin el miedo ni la sumisión de los siervos…
Mirando
el mundo y nuestro país, tal como tú (o yo) lo miras, me pregunto también a menudo
si acaso ese miedo y esa sumisión de los siervos que nuestros padres
interiorizaron no ha desaparecido nunca de nuestras almas. Ellos, los amos, los
señoritos, son los mismos; quizás nosotros seamos los mismos también, los
viejos esclavos, los viejos siervos que los sirvieron con temor durante
generaciones; acaso por eso nos tratan con esa desfachatez prepotente, por eso
nos mienten con el descaro que nos mienten, por eso nos roban así, como nos han
robado siempre; por eso, también, los bendicen los que los bendecían entonces y
los han bendecido siempre… Por eso, pienso, y se lo digo también a mis alumnos,
podemos leer a Quevedo, a Larra, a Galdós, a Clarín, a Valle Inclán como
contemporáneos nuestros… No sé si los que leerán estas líneas y te (nos)
contemplarán en esa imagen congelada por Reiner entenderán lo que eso supone,
que podamos leer a Larra o a Valle como contemporáneos; pero creo que tú sí,
que por el cansancio reflejado en tu mirada lo entiendes perfectamente… Que
entiendes que eso supone un tiempo histórico congelado, literalmente paralizado;
dos centurias, tal vez cuatro centurias de tiempo histórico congelado para este
país y para los súbditos de estas tierras… Si podemos leer a Larra como si
fuese nosotros, es que la España de Larra es nuestra España; si podemos leer a
Valle como si fuese uno de nosotros, es que la España de Valle es la nuestra;
pero la realidad, la verdad es que han pasado dos siglos, o un siglo, desde sus
respectivas Españas… Si nosotros podemos reconocer el Madrid de hoy en el
Madrid de Larra (y no me refiero a la ciudad en cuanto entidad meramente
arquitectónica; sino como la suma de esas tramas sociales, políticas y
culturales que la constituyen verdaderamente) es que algo muy grave ha pasado,
pues ningún lector inglés puede leer o se le ocurre siquiera leer a Dickens
como un contemporáneo; el Londres de Dickens no tiene nada que ver con el
Londres de hoy; el París de Victor Hugo o la Francia de Zola no tienen nada que
ver con el París de hoy y la Francia de hoy (o no del mismo modo), pues en esos
casos no ha habido esta parálisis histórica, este agarrotamiento que nos
atenaza a nosotros, igual que el temor al Dictador atenazaba a nuestros padres.
Nuestros
amos son los mismos amos, su ansia depredadora la misma; acostumbrados a la
renta asegurada y al latrocinio perezoso y automático… Su incultura, radical, y
su brutalidad, idéntica, son como una vieja alergia heredada de sus padres y
abuelos –junto con sus fincas y sus pagarés– hacia el pensamiento y la acción
productiva, que se ha transmitido en sus casas de siglo en siglo, como nuestro
miedo y sometimiento se ha transmitido en las nuestras; de ahí que les dé igual
la sangría de talentos o la parálisis general que nos aleja, una vez más, del
pulso histórico general… ¿No expulsaron de este país a la inteligencia que no
pudieron matar, hace setenta y cinco años?; ¿no lo hicieron ya mucho antes,
hace dos siglos; o, por primera vez, hace quinientos años…?
Así,
no (en efecto); paralizados en el tiempo histórico. Así, no; nos decimos. Así,
no (y subrayamos el NO, al
decirlo...) Así, no; habría que grabárselo a fuego en sus cuerpos y en sus
almas… Grabarles a fuego, digo; pero
si somos un pueblo de siervos, somos nosotros los que llevamos grabado a fuego
nuestro número. ¿Para cuándo la venganza, si somos tan buenos, tan buena gente
y tan pacífica…? (me pregunto, mirándote; contemplando esa mirada tuya tan
reconcentrada y paciente…)
Ahora
que veo desde mi balcón, en este tímido inicio del otoño, las primeras hojas
muertas en las copas de los árboles que crecen a lo largo de las aceras, considero
si no será ese nuestro destino, morir, que nuestra generación muera, que la
generación de los siervos muera, y esperar que brote otra que se resista al
temor y a la sumisión, y que sueñe, como la nuestra lo hizo, en un país y en un
mundo presidido por el sentido del bien común, de la decencia y de la justicia…
Y quizás para animarme o para reconfortar a los míos, quiero ver en las mareas
que recorren nuestras calles el manto fértil en el que esa generación germinará…
Pues, si no fuese así, nuestra marca, la Marca España, sería, acaso ya para
siempre, Parálisis.
Matías Escalera Cordero. En: Marca(da) España. Retrato poético de una sociedad en crisis. Ed. Amargord, 2014
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