PREFACIO
La lengua
es un miembro pequeño, y se gloría de grandes cosas.
He aquí que un
pequeño fuego ¡cuán grande bosque enciende!
La lengua es un fuego
(de maldad)
Epístola de Santiago, 3:5
HAY
QUIEN dijo “vivir
es arder” y yo añado, la vida es también un «fuego sólido, lento y sin llama». Pero ¿qué es en realidad el
fuego? Sabemos desde hace relativamente poco (siglo XVIII-Lavoisier), que el fuego es una reacción química de oxidación llamada “combustión”
en la que se consume oxígeno y se libera energía en forma de calor y luz, agua
y dióxido de carbono. El fuego es pues una manifestación visible de la energía
de los cuerpos. También sabemos que la materia es otra forma de energía. Luego
estamos ante el concepto más importante de todas las ciencias experimentales y
humanas, ya que la energía es el motor de los cambios, el principio organizador
en todos los sistemas del planeta Tierra y del Universo. Ya Heráclito fue
vidente cuando sus discípulos dejaron escrito « el fuego es inteligente y causa de la organización de las cosas»
(Hipólito, IX, 10, 7), pues la organización y los elementos de un sistema son
posibles gracias a ese flujo energético que en última instancia procede del
fuego de las estrellas.
También he dicho que el fuego es
un concepto importante en las ciencias
humanas, simplemente, porque toda lengua (véase cita al principio), toda
poesía es energía y tiene como destino arder ya sea en la hoguera del cielo o
en la hoguera de los hombres (recuérdese las hogueras de los nazis en 1933 o la
gran hoguera ficticia del Quijote). Al final de todo, cada libro debe arder, dejar sólo un residuo de
fuego. Por tanto si hay fuego también
habrá humo y ceniza. Al final todo:
los hombres, los animales, las plantas, el mundo, las estrellas y el mismo
universo «son lo mismo, lo que se escapa
en el tiempo:/fuego y más fuego
y envenenadas brasas,
/palabras pretéritas, embrionarias». (S. Rafart). Esto es casi lo mismo que
concluye el autor de este libro al final, en el poema titulado, El
poeta en el laberinto de la poesía, donde nos muestra que el cambio es
la única gran verdad del universo y por tanto la misión del poeta tiene que
estar de acuerdo con la misión del universo, extender el caos, extender la
entropía total del universo. Y en el fin del fuego, en el último fuego [que es
el mismo pero diferente del primer fuego (big-bang)] sólo quedará la ceniza (o
la SAL ígnea), la única que puede conocer todo el incendio y aspirar a ser
permanente. A los hombres no queda el consuelo de la verdad (que no existe) y
el de la mentira: sabemos que son fuegos encendidos por la llama de la ceniza,
del olvido y de la memoria.
Jack Landes,
Huelva 1 Noviembre 2014
EL GUARDIÁN
DEL FUEGO
La llama es un
monstruo.
C E. de Ory
PROEMIO
EL CONSEJO de ancianos otorgó a Usuk el título de guardián del fuego.
Había demostrado gran habilidad en
el manejo del fuego procedente del Trueno. Incluso había sido capaz de generarlo
frotando una piedra afilada contra otra redonda y plana. A partir de entonces,
Usuk, encadenó el fuego a su llama eterna y pudo dar la forma que quisiera al
fuego. El fuego podía tomar formas fluidas como el agua o la figura de animales
primordiales como el cuervo, el oposum, la salamandra o pájaros incandescentes
como llamas, que sólo tenían consistencia un instante para enseguida
convertirse en humo.
Así lo creyeron los hombres y los niños, que veían en estas transformaciones el
espíritu de Dios.
Un día Usuk cayó
sobre las llamas y ardió, abrasándose hasta los tuétanos. Perdidos, sin
instrucciones sobre cómo hacer fuego, soñaron con su Ausencia, soñaron una flor
de fuego tan bella como la piedra preciosa en la que Usuk lo había confinado y
todos, aliviados, aprendieron a tomarlo y a hacerlo. En ese mismo instante
terminó, la Edad del Oro sin el castigo
de los dioses. Ahora todos (y ninguno) eran dueños del fuego, pero en realidad había empezado la
Edad de las Ofensas y del Exterminio, la Edad de las Grandes Migraciones. Y
aunque todos tenían nombre era el tiempo de los Nadies.
VIII
A CADA llama su recinto, su sombra.
Aún oscura busco la sombra como el silencio, como la voz dulce del error o
el grito imposible del fuego. Cierro los párpados, un instante, ante el rostro
de una flor indecisa entre su aroma y la muerte. Quisiera encender mis ojos con
tu luz para ver lo que tú ves.
INCENDIO INVISIBLE
¿QUIÉN soy? ¿Dónde estoy?
Haber olvidado la importancia de
estar para descubrir que somos un incendio lento, ambulante e invisible que ilumina
el instante de otro fuego. ¿Hay que redescubrir el fuego para dar sentido a la
noche, Sarah? Somos un incendio que se yergue de los desfiladeros del cuerpo y
se concentra en los apéndices, en el azogue de las manos heladas. Somos un
fuego que quema los restos de carne del amigo y del enemigo, las briznas de
hierbas del sumidero del Olvido. ¿Eres tú, amiga o enemiga, Sarah?
¿Eres verbo o imagen? Devoramos
palabras e imágenes en un plagio continuo y eterno. ¿Qué hay en los espejos
electrónicos, que tanto nos hechizan? ¿Acaso los fragmentos rotos de esas
flores vítreas, el febril centelleo de la luciérnaga encinta, la terrible
belleza de la violencia que se despide y se convierte en éticenlle, escombro, reflejo escarchado? Las llamas salen
temerarias de la noche sin luna y buscamos el ardor de otro cuerpo como quien
busca agua para saciar su sed y se detiene al borde de un laberinto lunar y
añorando la sombra inmarcesible de la noche, se interna en lo oscuro y pregunta
por la inocencia de las orquídeas (carnívoras).
Santiago Aguaded Landero. El libro del fuego. Ed. Celesta. 2015
pedidos: sallandero@gmail.com
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