Si volvemos la vista un siglo atrás, o incluso un
poco más –digamos hacia 1880—, hacia la España finisecular del XIX de la que
emergerá la España moderna a través de un atormentado siglo XX, resulta
interesante constatar la existencia de dos
movimientos culturales de fondo con un importante potencial para redefinir las
relaciones entre naturaleza y sociedad, precisamente a partir de valores
altruistas. Me refiero al krauso-institucionismo por el lado burgués, y al
naturismo anarquista por el lado obrero.
Por una parte, el movimiento articulado en torno a
la Institución Libre de Enseñanza –fundada en 1876, y dirigida por figuras de
la talla de Francisco Giner de los Ríos y Manuel B. Cossío--[1]
pone en marcha un vasto programa de formación –en el sentido de paideía, de Bildung— dirigido al conjunto de la sociedad española en los
decenios últimos del siglo XIX. El gran ecólogo Fernando González Bernáldez, al
analizar los cambios históricos en la “imagen sociocultural de la naturaleza”,
detectaba un punto de inflexión en aquellos años, cuando aumentan “el interés y
la curiosidad por la naturaleza asociados con la difusión en España de
corrientes críticas” frente a “los planteamientos de la sociedad tradicional”.[2]
El krauso-institucionismo articuló un
nuevo interés por la naturaleza –con dimensiones filosóficas, científicas,
estéticas, educativas…-- con un vasto
programa de pedagogía social.
“En su singular acercamiento
a la naturaleza, que (…) combinaba lo patriótico y lo científico, lo pedagógico
y lo artístico, la Institución Libre de Enseñanza desbordó con mucho, al igual
que en otras facetas de su amplio influjo moral y cultural, su función como
centro educativo. De hecho, fue probablemente el principal foco difusor de
nuevas actitudes hacia la naturaleza en la sociedad española de su tiempo. La
riqueza del interés institucionista por el medio natural se manifiesta sobre
todo en la actividad excursionista y quizá tenga su mejor exponente en la
constitución, en 1886, de la Sociedad para el Estudio del Guadarrama.”[3]
Este programa de pedagogía social hundía sus raíces
en una filosofía interesante, el krausismo,[4]
que consideraba al mundo como un todo unitario, orgánico y armónico y buscaba
en correspondencia una ciencia igualmente global y sintética, que reuniera
“holísticamente” –diríamos hoy— las distintas ramas del saber y ofreciera una
explicación de los distintos elementos de la naturaleza como partes orgánicas y
cambiantes de un único ser. Huelga decir que la ecología como disciplina
científica, que cuajó en los primeros decenios del siglo XX, y las más
recientes “ciencias de la Tierra” –articuladas en los decenios finales del
XX--, se sitúan en esta estela…
En segundo lugar, hemos de mencionar que el
anarquismo español y el comunismo libertario, aunando interés por la naturaleza
e ideas descentralizadoras, se constituyeron en una poderosa fuerza desde
finales del siglo XIX hasta 1939 (año de la victoria de los fascistas, militares
y nacionalcatólicos sublevados en la Guerra Civil). El malthusianismo anarquista y el anarco-naturismo conocieron en España
un desarrollo muy importante:
“Para los anarquistas
neomalthusianos los medios contraconceptivos tenían una finalidad superior que va
más allá de evitar embarazos no deseados (…) como la Maternidad Consciente y
Voluntaria, basada en el Matriarcado Moral, que habría de conducir al ideal
social popular de una nueva Generación Consciente, hermanado con el Naturismo
Integral anarquista en el marco del ‘socialismo de los pobres’…”[5]
Hay que señalar que además de su carácter
declaradamente feminista y de su interés por una nueva ética sexual, aquel
neomalthusianismo proletario pretendía el equilibrio entre el crecimiento
demográfico y la disponibilidad de recursos naturales en un planeta finito…
¡muchos decenios antes del Club de Roma![6]
Pues bien: ambos movimientos, tanto el
krauso-institucionismo como el naturismo anarquista, que de manera muy evidente
portaban en sí el germen de lo que llamaríamos hoy una conciencia ecológica de
gran calidad, fueron laminados por el bloque “nacionalcatólico” vencedor de la
Guerra Civil. Deliberadamente se buscó erradicar incluso sus mínimas raicillas.
Por desgracia sólo podemos especular –en ejercicios de historia contrafáctica—
acerca de los frutos que tales semillas –bien plantadas en el suelo de nuestro
país hacia 1930— hubieran podido producir...
[1] Una anécdota que pone de
manifiesto el temple político-moral de aquellos santos varones. Alberto Jiménez
Fraud cuenta –en su Historia de la
universidad española; lo ha recordado alguna vez Luis García Montero— la
reacción que tuvo Francisco Giner de los Ríos cuando el rey Alfonso XIII quiso
visitar la Institución Libre de Enseñanza: “La Institución tiene dos puertas, y
cuando Su Majestad nos haga el honor de llamar a una de ellas, yo saldré por la
otra”.
[2] Fernando González
Bernáldez: “Cambios en la imagen sociocultural de la naturaleza”, en El futuro de la gestión de los recursos
naturales renovables en España, CSIC, Madrid 1987.
[3] Santos Casado de Otaola: La escritura de la naturaleza, Obra Social de Caja Madrid, Madrid
2001, p. 29.
[4] Como se sabe, el krausismo
en España fue la filosofía/ ideología que galvanizó las fuerzas de la burguesía
liberal progresista (con derivaciones en América Latina: nada menos que José
Martí, por ejemplo). Pero Krause mismo (1781-1832) ¿de dónde obtenía su
inspiración? ¡De la antigua India brahmánica! Dominaba el sánscrito, realizaba
sus propias traducciones de los Upanishads,
experimentaba técnicas de meditación y sirvió de puente a Schopenhauer –vecino
suyo en Dresde durante algunos años— para las propias expediciones de éste
último al continente ignoto del pensamiento oriental. Krause “realizaba
ejercicios metódicos y estimulaba a sus discípulos a alcanzar la ‘unificación
del ser’ mediante ‘interiorizaciones de la vivencia e interiorización del
espíritu’. En aquella época, Krause fue quizá el único que no se limitó a
incorporar fragmentos de la religión y la filosofía india a las osadas
especulaciones propias, como los románticos, sino que trató de transformar la
tradición india en una práctica existencial” (Rüdiger Safranski).
Así que la ética de la
solidaridad del krauso-institucionismo, tan española como la tortilla de
patatas, ¡en realidad resulta una derivación atenuada de la ética india de la
compasión! Resulta alucinante que la potente industria académica organizada en
España alrededor del krausismo no parezca consciente de esas raíces
brahmánicas... Por ejemplo, repaso el volumen quinto (¡791 páginas!) de esa
monumental obra de referencia que es la Historia
crítica del pensamiento español de José Luis Abellán, consagrado a Liberalismo y romanticismo (1808-1874),
donde se dedican más de cien páginas al krausismo: ¡y nada!
[5] Eduard Masjuán, “Población
y recursos naturales en el anarquismo ibérico”, Ecología Política 5, Barcelona, p. 41.
[6] Una obra decisiva sobre
todas estas corrientes es el libro de Eduard Masjuán La ecología humana en el anarquismo ibérico. Urbanismo ¿orgánico? O
ecológico, neomaltusianismo y naturismo social. Icaria, Barcelona 2000.
Jorge Riechmann. Autoconstrucción: la transformación cultural que necesitamos. Libros de la catarata. 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario