Urge pensar en formular otro tipo de Gobierno, que no sea precisamente del demos: gremial y etnocéntrico, ni tampoco se sostenga en el krátos: el poder, sino en la comprensión, la compasión y el conocimiento.”
Chantal Maillard, “Indignación”, Babelia, 15 de octubre de 2011
...//...
Necesitamos menos horas de trabajo, menos cosas, menos
competencia destructiva, menos estrés, menos desigualdad; y también más cooperación,
más seguridad existencial, más democracia, más tiempo para la familia y los
amigos, más tiempo libre, más fiesta... Precisamos que la calidad (de la vida, de los vínculos sociales, de los
ecosistemas) prevalezca sobre la cantidad: una concepción del progreso
“posdesarrollista”, que se identificaría con la vida buena dentro de los límites de los ecosistemas.
La seguridad no es un asunto de la derecha
El
colombiano Carlos Granés, que a finales de 2011 ganó el Premio Isabel Polanco
de ensayo con su libro El puño invisible,
declaraba en una entrevista: “Los indignados tienen todas las credenciales
y las virtudes cívicas para ser burgueses ejemplares. Piden casa, trabajo,
seguridad, estabilidad… Todo lo que siempre espantó a los revolucionarios. El
68 se esforzaba por no ser burgués. Hoy lo difícil es serlo”.[1]
Impresiona
esta alucinante redefinición tardocapitalista del concepto “burguesía”: no
sería la clase propietaria de los medios de producción, sino ¡las capas
sociales que buscan algo de seguridad existencial! Que es una aspiración humana
universal, como cualquier antropólogo podría confirmar a don Carlos Granés…
La seguridad, en efecto, es
un valor básico para los seres humanos.[2]
Y por buenas razones: se ancla en nuestra vulnerabilidad, y en la conciencia de
la misma. Somos animales expuestos a las diversas contingencias, vulnerables,
dependientes… y más o menos racionales (no me canso de recomendar ese gran
libro de Alasdair MacIntyre: Animales
racionales y dependientes).[3]
La
seguridad no es un tema ni una idea de la derecha. Si falta seguridad y
autoconfianza, es imposible el ejercicio de la libertad: sobre ello ha
insistido con acierto Zygmunt Bauman. [4] Sin
seguridad no cabe pensar en la democratización efectiva de nuestra vida
política, económica, cultural. En lo que sí se diferencian izquierdas y
derechas es en el contenido específico que insuflan al concepto: nosotros
queremos seguridad compartida basada en la justicia, frente a dominio militar;
seguridad en el empleo, frente a más perros guardianes y policía privada;
seguridad frente al riesgo químico, frente a los desastres medioambientales,
frente a las aventuras tecnocientíficas que hacen padecer a todos riesgos
inasumibles, frente a la arbitrariedad del poder... De otra forma: su seguridad tiene más que ver con los
ministerios de Interior y Defensa, y con las empresas privadas de vigilancia; nuestra seguridad tiene más que ver con
los ministerios de Medio Ambiente y Trabajo, y con las organizaciones
populares. En los tiempos que vienen, necesitamos construir un discurso de
izquierdas sobre seguridad que sea inteligente, sólido y creíble.
EL VALOR
HUMANO DE LA SEGURIDAD VITAL
“No se puede
tener una vida satisfactoria sin un nivel básico de seguridad. Una gran parte
de los afanes de las personas consiste en disponer de medios de vida estables
que hagan posible una existencia previsible, sin lo cual la vida se consume en
la búsqueda de la mera supervivencia día a día y minuto a minuto. Muchos de los
esfuerzos que se hacen –tener una propiedad, un empleo, unos derechos
adquiridos, etc.— se justifican en términos de seguridad vital. Si se acepta el
carácter instrumental de la riqueza material, es decir, que su principal valor
consiste en ser un medio para desarrollar la riqueza propiamente humana
(que tiene que ver más con el ser, el hacer, el compartir,
el crear o el gozar que con el tener), se puede concluir
que la disponibilidad de bienes y servicios suficientes para desarrollar la
propia vida nos libera de la inseguridad vital y nos permite dedicarnos a lo
que tiene un valor humano real en lugar de perdernos en el esfuerzo
instrumental interminable por sobrevivir. Una vida no puede ser plenamente
humana si dedica todas sus energías,
sin descanso, a obtener alimento y cobijo, a lograr el mínimo vital: una vida
plenamente humana presupone seguridad vital.
Uno de los éxitos de Occidente en el último medio siglo ha sido
lograr que las personas dispongan, no sólo de una elevada capacidad
adquisitiva, sino también de un marco de protección y seguridad muy estable.
Las prestaciones básicas de sanidad, educación y protección social –lo que
llamamos Estado del bienestar— proporcionan a la población seguridad o
confort vital. En el Estado del bienestar –una isla de socialismo en un mar
capitalista— las prestaciones se financian con las aportaciones fiscales de
todos los contribuyentes y se reparten –gratuitamente o casi— en función de la
necesidad de cada persona.[5]
Se trata de un poderoso instrumento de igualdad social, un mecanismo
colectivista y desmercantilizado para proporcionar seguridad vital. Serge
Latouche (1998) informa de que en algunos pueblos africanos “pobreza” se asocia
no tanto con escasez sino más bien con inexistencia de redes familiares o
vecinales que protejan a la persona. Es pobre, según este punto de vista,
básicamente quien vive solo, sin pertenencia social ni vínculos comunitarios
que le faciliten la satisfacción de sus necesidades.
La base colectivista del Estado del bienestar hace posible
lograr seguridad sin necesidad de acopio de bienes y propiedades. La seguridad
individual depende del correcto funcionamiento de las instituciones sociales.
Su fundamento no es la propiedad privada sino los derechos (que
suponen la correspondiente responsabilidad personal hacia la sociedad:
pagar los impuestos y aportar otras contribuciones para que la maquinaria
colectiva funcione eficazmente). El colectivismo del Estado del bienestar
permite obtener una eficiencia en el servicio, como revelan todos los estudios
que comparan la provisión pública y privada de estos tipos de servicios. Esto
significa una buena asignación de recursos, de especial significación cuando se
contempla un futuro de escasez. El ataque austeritario contra el Estado del
bienestar resulta así doblemente nocivo. Las poblaciones deberían apostar por
una organización satisfactoria del Estado del bienestar que permita el confort
vital más que por maximizar el ‘salario en mano’ de cada individuo o familia.
La tendencia neoliberal es justamente la contraria: reducir impuestos para que
los consumidores tengan más para gastar individualmente, aun a costa de
fragilizar los servicios públicos gestionados públicamente, y así socavar la
oferta de seguridad para las personas (y volverlas más ansiosas para buscar
seguridad en la posesión de bienes o dinero y en el consumo). Se puede
conjeturar, en suma, que una seguridad vital garantizada por estructuras
colectivas reducirá las pasiones competitivas por los bienes materiales.”
Joaquim Sempere, “Falsas percepciones, inercias,
incertidumbres y otros obstáculos cognitivos y psicosociales para una
transición suave”. Ponencia presentada al Simposio
internacional sobre las transiciones a sociedades poscarbono “¿Mejor
con menos? Decrecimiento, austeridad y bienestar”. Universitat de
València, Campus dels Tarongers, 6, 7 y 8 de octubre de 2014.
...//...
Se
ha ido imponiendo lo que podríamos llamar el “modelo low-cost”: me refiero a
la combinación de empleo precario, bajos salarios, bajos precios, desprotección
social, inseguridad existencial y externalización masiva de costes ecológicos.
Se trata de un aspecto central del mundo que ha ido construyendo la
globalización neoliberal. Y sólo resulta viable –claro está-- mientras se siga
nadando en un mar de petróleo barato... situación que ya queda detrás de
nosotros.[1]
Ahora bien: lo importante es el acceso a los bienes básicos para llevar
una vida decente, tenga uno empleo o no.
[1] Recordemos: el cénit del
petróleo (peak oil) ya comenzó en 2005, cuando se alcanzó el techo de
extracción del crudo convencional de mejor calidad (según ha reconocido después
incluso un organismo tan entregado al productivismo como la Agencia
Internacional de la Energía).
[1] “El 15-M es paradójico: reclama el derecho a ser burgués”, El País, 16 de diciembre de 2011.
[2] Véase al respecto Len
Doyal e Ian Gough, Teoría de las
necesidades humanas, Icaria, Barcelona 1994, p. 264 y ss.; así como Manfred
Max Neef, Desarrollo a escala humana, Icaria,
Barcelona 1994, p. 57 y ss.
[3] Alasdair MacIntyre: Animales racionales y dependientes, Paidos, Barcelona 2001.
[4] Zygmunt Bauman, En busca de la política (especialmente
capítulo 1: “En busca de espacio público”), FCE, México 2002.
[5] En cambio, necesidades tan
básicas como la alimentación y la vivienda dependen del mercado, lo cual las
hace depender del acceso a un empleo remunerado o a un subsidio, que no está
garantizado en una economía capitalista.
Jorge Riechmann. Autoconstrucción: la transformación cultural que necesitamos. Libros de la catarata. 2015
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