De manera típica, los españoles y españolas declaran estar ellos mismos altamente preocupados por el medio ambiente y los problemas ecológicos, pero al mismo tiempo creen que los demás no lo están, y “es generalizado el escepticismo acerca de las mejoras que puedan lograrse mediante la sola acción individual (…). Así, son mayoría quienes piensan que ‘no tiene sentido que yo personalmente haga todo lo que pueda por el medio ambiente, a menos que los demás hagan lo mismo’.” (p. 56)
“Si indagamos acerca de sacrificios concretos en defensa medioambiental,
yendo del terreno de las declaraciones al terreno de los hechos, nos
encontramos con una evidente contradicción entre la conciencia ambiental
expresada y el estilo de vida adquirido con el estatus socioeconómico (…). Así,
casi la mitad de la población se mostraba fuertemente contrariada en 2004 ante
la idea de pagar precios más elevados para proteger el medio ambiente, mientras
que poco más de un cuarto de la misma estaría dispuesto a hacerlo. Mayor es el
porcentaje de quienes se negarían a pagar muchos más impuestos con la misma
finalidad. Igualmente próximos al 50% son los que declaran no aceptar recortes
en el nivel de vida con el ánimo de proteger el medio ambiente” (p. 53)
Se
estima que la conducta coherente para hacer frente al calentamiento climático,
con cambios en el “estilo de vida” que involucren conductas de “alto coste”
(dejar de usar el automóvil privado, por ejemplo), sólo puede predicarse del
1-2% de la población española.[1]
Por lo demás, esta llamativa incoherencia tampoco debería sorprendernos
demasiado: como anthropos tenemos una alta capacidad para disociar el
predicar del dar trigo. Escriben Claus Leggewie y Harald Welzer que los seres
humanos son capaces de “interponer mundos entre su conciencia y sus opciones de
acción” sin que “encuentren problema alguno para integrar incluso las
contradicciones más llamativas y vivir así su día a día.”[2]
[1] José Carlos Puentes, “La
acción individual y colectiva para hacer frente al cambio climático”, en la
jornada “El cambio climático desde el ecologismo social”, Ateneo de Madrid, 11
de junio de 2011.
[2] Siguen los dos ensayistas
alemanes: “Que esto nos extrañe reside en la imagen –proveniente de la
filosofía y teología moral, sobre todo en su versión protestante—que del ser
humano se ha colado en nuestro mundo representativo, la cual parte de que los
seres humanos aspiran a vivir sin contradicciones. Si alguien se comporta públicamente
en contra de sus criterios enseguida se le diagnostica ‘esquizofrenia’ o un
carácter poco firme. De todos modos, no es nada realista la idea de que los
motivos de las acciones se originan en la estructura de la personalidad de la
gente y que los criterios dirigen las acciones” (Claus Leggewie y Harald
Welzer, Das Ende der Welt, wie wir sie kannten. Klima, Zukunft und die
Chancen der Demokratie, Fischer Verlag 2009, p. 74; citados en Richard D.
Precht, El arte de no ser egoísta, Siruela,
Madrid 2014, p. 287).
Más que seres que aspiren a
vivir sin contradicciones, somos animales disociativos. El comentario adecuado
sería, creo, el que proponía René Char en la anotación 116 de Hojas de Hipnos:
“No tener demasiado en cuenta la duplicidad que se manifiesta en los seres. El
filón está en realidad seccionado por múltiples lugares. Sea esto estímulo, más
que motivo de irritación.” (Traducción de J.R.)
Jorge Riechmann. Autoconstrucción: la transformación cultural que necesitamos. Libros de la catarata. 2015
Jorge Riechmann. Autoconstrucción: la transformación cultural que necesitamos. Libros de la catarata. 2015
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