Un placentero dolor en el pecho,
en el costado,
en las uñas y su fulgor de
embestidas.
Sin verbos,
atados al vaho de los cristales,
pausados, inquietos en la
penetración de la carne
y sus formas.
Un placentero dolor en el pecho.
***
La luz que entra de la buhardilla
se despliega por las paredes,
baja las escaleras,
me busca silenciosa en la cocina,
en las huellas frías del mármol,
bajo el torrente de la ducha.
Y me encuentra, talado de gestos,
quieto,
y se vuelve desalentada, oscura,
precipitando la noche.
***
Clavado a la luz de dentro
un surtidor
de lenguas
se introducen en los poros
del sueño.
Un abrazo
recoge al completo
la noche entera
y su silencio.
La respiración, quieta y dulce,
se detiene
en el umbral
de la laxitud y sus desvelos.
Todo es breve y lejos.
***
No calculé la distancia entre el
color y el vacío,
ni sé las medidas de las formas,
el ruido de los comensales en su
festín de mediodía.
No sé por dónde la corriente se
pierde,
oculta quizás entre el tumulto de
las gentes.
Supuse que la tarde era amanecida,
que confundía el esplendor del canto
con un pífano de tamboril lejano,
que lo lejano era cercanía
arrastrada por la brisa.
No sé que hubo más allá de la torre,
de sus cúpulas recién enlucidas,
blanqueadas,
del silente volar de las palomas y
el zureo de las tórtolas.
No, no sé distinguir el horizonte
azul
de la tierra calma en su choque
contra el infinito.
La descarga del viento sobre las
ramas,
ni el rumor de la noche cuando se
aplacan los ruidos.
No sé donde estaban los surtidores
de la fuente,
ni la plaza, sus bancos, el chillar
de los niños,
las palmeras en huida al cielo
imposible de los celestes.
Todo era cerca y lejos,
lo vago invadiendo las partes
rígidas del cuerpo,
la escasa luz de la ventana
entreabierta,
gorjeos de gorriones saltando en el
pretil del sueño.
Todo estaba quieto y en movimiento,
surcando el abrazo único, el cuerpo
tambaleante,
la cerviz caída, el cuello roto, los
brazos en espiral
meciéndose sobre el pecho sin temblor.
No sé que hubo más arriba de los
arboles…
No sé dónde estabas…
***
Presencia 7
El arco de las horas transcurre
con la lentitud precisa de un día sin sol.
Impaciente se llenan de silencio
las habitaciones, el rincón de los libros,
los estantes, el velo transparente
que arde tras las cortinas movidas
por los resquicios de las puertas.
No se mueve nada.
Cubro los ojos contra la almohada
y entre su embozo meto los brazos,
toco el suelo, la pared, palpo la mesa,
retiro las sábanas, las ropas que pesan
como un paño de lana en inviernos fríos.
No hay lugar para el sueño.
La noche se alarga infinita y pasa
con la lentitud en su ansía de chocolates
y pan.
Busco entre las sombras figuras.
Algún movimiento del gato quieto
sobre el cojín del sofá.
Cierro y abro como un poseso la boca.
Estiro las piernas, me levanto a la oscuridad
tenue que rodea el salón
con sus reflejos de la calle dormida.
Enciendo la luz y es mañana ...
¡ Qué sensación de tiempo sin labios !
***
Presencia 8
DE cerca escucho
la caracola
de tu respiración.
De lejos la brisa
me trae las campanas
de tus latidos.
Y no es cerca ni lejos.
Es dentro.
Presencia 7
El arco de las horas transcurre
con la lentitud precisa de un día sin sol.
Impaciente se llenan de silencio
las habitaciones, el rincón de los libros,
los estantes, el velo transparente
que arde tras las cortinas movidas
por los resquicios de las puertas.
No se mueve nada.
Cubro los ojos contra la almohada
y entre su embozo meto los brazos,
toco el suelo, la pared, palpo la mesa,
retiro las sábanas, las ropas que pesan
como un paño de lana en inviernos fríos.
No hay lugar para el sueño.
La noche se alarga infinita y pasa
con la lentitud en su ansía de chocolates
y pan.
Busco entre las sombras figuras.
Algún movimiento del gato quieto
sobre el cojín del sofá.
Cierro y abro como un poseso la boca.
Estiro las piernas, me levanto a la oscuridad
tenue que rodea el salón
con sus reflejos de la calle dormida.
Enciendo la luz y es mañana ...
¡ Qué sensación de tiempo sin labios !
***
Presencia 8
DE cerca escucho
la caracola
de tu respiración.
De lejos la brisa
me trae las campanas
de tus latidos.
Y no es cerca ni lejos.
Es dentro.
Antonio Ramírez Almanza. El martes y sus horas. Karima Ed. 2016
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