I hear babies crying, I watch them grow
They'll learn much more than I'll never know
(George David
Weiss, “What a wonderful world”)
Veo países rotos como úlceras de estómago.
Veo vientres de ballena y esqueletos de
elefante en los que viven familias de mendigos a la intemperie.
Veo hombres famélicos convertidos en
caníbales y niños tan hinchados de hambre que una ráfaga de viento se los lleva
por el aire.
Veo otros tan obesos que se arrastran
como orugas por los centros comerciales y mueren de una trombosis cuando son
adolescentes.
Veo guerras que estallan en las pupilas
de los pobres y a la Bolsa de Nueva York celebrando un aquelarre.
Veo carne de cañón envasada al vacío en
los congeladores de la morgue, supermercados que venden ametralladoras y cáncer
y gigantes bebiendo petróleo, masticando tierra y vomitando sangre en el
retrete de un bar.
Veo ejércitos que bailan una danza
macabra entre las balas, soldados que ríen a carcajadas después de matar a un
ruiseñor y suicidas recubiertos de amonal que revientan plazas repletas como si
fueran piñatas.
Veo cuerpos despedazados como las piezas
de un puzzle, madres desconsoladas que las intentan juntar y a los
supervivientes sacándoles a los muertos los dientes.
Veo kamikazes que asesinan en nombre de
Dios y a Dios contando billetes en el Despacho Oval.
Veo el corazón de las tinieblas y a Kurtz
en el infierno susurrándome “el horror, el horror”.
Veo pesadillas despierto y noches que no
verán amanecer.
Y no dejo de pensar
que es un maravilloso fin del mundo.
Es un maravilloso fin del mundo.
Cae la sombra como un coágulo.
Cae el cielo desplomado.
Es un maravilloso final.
Veo paraísos de plástico hecho en Taiwan.
Veo niñas en Bangladesh zurciendo flores
de tela para un jardín del Edén donde todo es sintético.
Veo a una que coge una flor para
ponérsela en el pelo y el capataz se la cose con hilo de cobre en la piel del
cráneo.
Veo mujeres a cuatro patas expulsando por
el ano la droga que llevan en su intestino mientras les violan las bocas agentes
de la lucha contra el narco.
Veo hombres que las pasean con correa y
bozal y las abren de piernas con clavos ardiendo y a clientes que las penetran
con sus tarjetas de crédito con las que después se cortan las venas y el
cuello.
Veo banqueros follándose la ranura de un
cajero automático y corriéndose en la cara de un desahuciado del banco.
Veo ángeles con alas tan cargadas de
crack que no levantan el vuelo y cuerpos iluminados por la química que se
parten como nueces por una sobredosis de éxtasis.
Veo adictos al gimnasio anfetamínicos con
músculos dopados reumáticos moviéndose como robots al ritmo de rock sinfónico,
bulímicos que devoran hasta la náusea alimentos dietéticos y anoréxicas que se
injertan en las nalgas implantes de pecho.
Veo espectadores que chupan la pantalla
del televisor mientras se ahorcan con el cable para alargar el orgasmo.
Veo perfumes que huelen a cadáver,
muertos que huelen a limpio y hospitales comatosos con enfermos del alma
incurables.
Veo colmillos que le arrancan las tripas
al paisaje y entierran en cemento el horizonte.
Veo cielos empedrados de hermosas nubes
radioactivas tan brillantes como el ácido lloviendo lágrimas negras que
derriten el asfalto.
Veo nuestras vidas arrastradas calle
abajo como aguas residuales que se van por el desagüe.
Y no dejo de pensar
que es un maravilloso fin del mundo.
Es un maravilloso fin del mundo.
Cae el telón como una guillotina.
Cae el cielo gritando.
Es un maravilloso final.
Veo dolor y píldoras, soledad y terapia, enfermedad
y anestesia, depresión, ansiedad y gula.
Veo pasarelas de moda y desfiles en
Corea, daños colaterales, fuego amigo y guerras pacifistas.
Veo bombardeos por la libertad, torturas
por la democracia y al Nobel de la Paz recibiendo su premio en Guantánamo.
Veo matanzas con drones que parecen
videojuegos y videoclips de miembros amputados y decapitaciones.
Veo a Jehová, Jesucristo y Alá armando a
los pueblos elegidos con chalecos explosivos y jeques que nos hinchan de fuel
hasta que reventamos.
Veo a los países ricos sacándoles las
entrañas a países en vías de desarrollo mientras les hacen transfusiones de
leche en polvo.
Veo que nuestro alto nivel de vida es el
resultado de su alto nivel de muerte.
Veo niños y mujeres en revistas vestidos
con ropa de marca fabricada por niños y mujeres en régimen esclavista.
Veo esclavos que no saben que lo son,
proletarios que se creen burgueses y precarios que lo serán hasta la edad de la
jubilación.
Y veo creyentes, súbditos y empleados
diluidos como azúcar en el fango y engullidos por las bocas fluorescentes de
las grandes superficies donde se oye el canturreo de Louis Armstrong:
Es un maravilloso fin del mundo.
Es un maravilloso fin del mundo.
Pero estás tan absorto admirándolo,
estás tan absorto admirándolo,
que ni siquiera lo ves
ni te dará tiempo
a decir adiós.
Javier Gallego "Crudo". El grito en el cielo. Arrebato libros, 2016
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