A menudo, al maximizar una
variable, deprimimos otras
Nuestro proyecto fáustico de
sustituir naturaleza por tecnología a gran escala, ¿hacia dónde conduce? Un
ejemplo (del que se derivan conclusiones fácilmente extrapolables): se cultivan
verduras en climas fríos merced a invernaderos climatizados de alta tecnología
como en Lower Mainland (Columbia Británica, Canadá). Ahí, los cultivos
hidropónicos –sin tierra—son entre seis y nueve veces más productivos que el
cultivo tradicional (midiendo en kilos de producto por superficie de cultivo).
Pero si analizamos los
flujos de materia y energía en juego ¡la huella ecológica de uno de estos
tomatres de invernadero es entre 14 y 20 veces mayor que la del tomate
convencional![1]
La intensificación productiva –en este como en otros casos— se produce a costa
de un acrecentado impacto sobre los sistemas naturales que sustentan la vida.
Lo que se gana por un lado se pierde por el otro: como sucede tan a menudo en
los sistemas complejos de toda índole, al
maximizar una variable deprimimos otras. Y si sólo miramos una pequeña
porción del fenómeno, estaremos autoengañándonos.
La
sabiduría popular lo consignaba: lo mejor es enemigo de lo bueno. Desde una perspectiva
sistémica, todas las propiedades de una
cosa están interrelacionadas, de modo que la maximización de una de ellas
probablemente minimice otras. Todo beneficio tiene su precio... El socialista
holandés Sicco Mansholt (miembro de la Comisión de la CEE desde su fundación en 1958 hasta 1974, y
presidente de la misma en 1972-74), describía así su sorpresa al topar con el
informe al Club de Roma Los límites al
crecimiento que Dennis y Donella Meadows –coautores del mismo— le hicieron
llegar a finales de 1971:
“Hasta entonces no me había dado cuenta
cabal del nexo que existía entre todos los problemas. Energía, alimentación,
demografía, escasez de recursos naturales, industrialización, desequilibrio
ecológico, formaban un todo. No había sentido nunca, como sentí en el momento
de leer el informe, que era casi imposible corregir un punto, uno solo, sin
agravar los restantes”.[2]
Dos vías para salir de la
vía de la dominación
Pero ¿cómo situarnos fuera de la perspectiva de
dominación –o limitarla? Se me ocurren dos vías. En el mismo arranque de la
Modernidad, el malogrado Etienne de la Boëtie sugirió las claves de una
política de la amistad que, en vez de vincular aristotélicamente la filía con
la felicidad, la insertaba en el campo de la libertad. Podemos dejar de
traicionar a lo mejor de nosotros mismos; podemos esquivar la servidumbre
voluntaria; podemos rechazar el esquema sadomasoquista de la dominación --esas
cadenas jerárquicas donde soy dañado por el de arriba y me vengo de mi mal
dañando al de abajo. En una sociedad libre los seres humanos, sin ceder al
deseo de someterse y de dominar, sin tratar de huir de la muerte entregándose a
la pulsión de muerte, podrían reconocer al otro como un semejante. Desde la
amistad, pues –nos dice quien fue fiel amigo de Michel de Montaigne— “todos
somos compañeros, y no puede caber en el entendimiento de nadie que la
naturaleza haya puesto a alguien en servidumbre, habiéndonos puesto a todos en
compañía”.
Políticas de la amistad, por tanto, en primer lugar. Y
en segundo lugar, desde otra perspectiva, hemos de pensar en términos de retroalimentación y reflexividad (feedback, un concepto fundamental como
acabamos de ver: aunque no es éste el lugar para detenernos en ello, cabe
sostener que se trata del patrón ontológico más general de todos, el de la
autorreferencia).[3] En
otros lugares he llamado la atención sobre un notable apunte de Walter Benjamin
en Dirección única (1928):
“Dominar la naturaleza, enseñan los
imperialistas, es el sentido de toda técnica. Pero ¿quién confiaría en un
maestro que, recurriendo al palmetazo, viera el sentido de la educación en el
dominio de los niños por los adultos? ¿No es la educación, ante todo, la
organización indispensable de la relación entre las generaciones y, por tanto,
si se quiere hablar de dominio, el dominio de la relación entre las
generaciones y no de los niños? Lo mismo ocurre con la técnica: no es el
dominio de la naturaleza, sino dominio de la relación entre naturaleza y
humanidad.”[4]
Dominar no la naturaleza sino la relación entre naturaleza y humanidad.
Dominar nuestro dominio: creo que esta idea sigue siendo inmensamente fecunda
en el siglo XXI.[5]
No tenemos ninguna otra buena
salida. Sabiendo, desde luego, que hemos sido expulsados del Jardín del Edén
–no podemos volver a ser cazadores-recolectores, ni mucho menos animales
prehumanos-, sin posible retorno al mismo.
La triple D
Un coche más hoy es un campesino menos en el futuro,[6]
advertía Georgescu-Roegen (uno de los grandes economistas del siglo XX, que
tendría que ser tan famoso como Keynes si la cultura dominante no deformase tan
trágicamente la realidad).
El futuro del que hablaba es nuestro presente.
Sólo hay una respuesta digna
frente a la finitud humana –y ante la realidad de la muerte--: cuidarnos,
acompañarnos, ayudarnos. El destino del mundo se juega en la prevalencia –o no—
de quienes saben eso frente a quienes emprenden la huida hacia delante de la
triple D: denegación, distracción, dominación.
Vida que quiere vivir en
medio de otras vidas que quieren vivir
Hemos dicho: cuidarnos,
acompañarnos, ayudarnos frente a la finitud y al horizonte de la muerte. Pero
¿sólo a los Homo sapiens? ¿No son
igualmente vulnerables y mortales las demás criaturas con quienes compartimos
nuestro hogar biosférico?
Soy vida que quiere vivir en medio de otras vidas que
quieren vivir, reza la gran intuición de Albert Schweitzer. El médico,
filósofo, organista y musicólogo alemán desarrolló una ética de reverencia por la vida (Ehrfurcht vor dem Leben, también
traducible por “respeto a la vida”) en el segundo decenio del siglo XX. Él
mismo cuenta cómo, en el curso de un viaje en canoa por el río Ogouwe en
África, en septiembre de 1915, mientras ponderaba una y otra vez “el elemental
y universal concepto de lo ético”, le llegó una como deslumbrante intuición:
“En la tarde del tercer día, mientras
avanzábamos a la luz del ocaso, dispersando al pasar una manada de hipopótamos,
se me aparecieron súbitamente, sin que lo hubiera presentido o buscado, las
palabras respeto a la vida. (…) El
camino en la espesura se volvía visible ahora. En ese momento había llegado a
la idea en la que una visión afirmativa del mundo y una afirmación de la vida
serían comprendidas juntas dentro de la ética.”[7]
“Soy vida que quiere vivir
entre las otras vidas que quieren vivir”, formula el músico, filántropo, pensador
humanista y médico alemán. Y también:
“La ética consiste en la experiencia de
la necesidad de ofrecer a cualquier voluntad de vivir la misma reverencia por
la vida que a la mía. De este modo, se establece el principio ético de lo
racionalmente necesario. El bien es mantener y promover la vida; el mal es
impedir o aniquilar la vida.”[8]
[1] Sobre todo por el uso masivo de gas natural y de fertilizantes de
síntesis –que también proceden en parte del gas natural. He tomado los datos de
la tesis doctoral de Y. Wada, The
Appropiated Carrying Capacity of Tomato Production..., leída en la University of British
Columbia, Vancouver, en 1993.
[2] Sicco Mansholt: La crisis
de nuestra civilización, Euros, Barcelona 1974, p. 44, 131 y 133.
[3] “Este patrón recorre las formas del ser desde las formas físicas
más rudimentarias hasta las formas espirituales supremas. (…) En la historia
del universo, se encuentra desde estadios muy tempranos un rasgo determinado:
los existentes tienden a estructurarse. El medio para ello es la autorreferencia,
que se manifiesta en diferentes formas de autoorganización”. Wolfgang Welsch, Hombre y mundo –Filosofía en perspectiva
evolucionista, Pre-Textos, Valencia 2014, p. 212.
[4] Walter Benjamin, Dirección única, Alfaguara, Madrid 1987,
p. 97.
[5] Por lo demás, podemos rastrearla también en un famoso pasaje del
libro tercero del Capital de Marx:
ahí el pensador de Tréveris no define el socialismo como dominación humana
sobre la naturaleza, sino más bien como control
sobre el metabolismo entre sociedad y naturaleza, regulación consciente de
los intercambios materiales entre seres humanos y naturaleza. En la esfera de
la producción material, dice Marx en el libro III del Capital, “la única libertad posible es la regulación racional, por
parte del ser humano socializado, de los productores asociados, de su
metabolismo [Stoffwechsel] con la
naturaleza; que lo controlen juntos en lugar de ser dominados por él como por
un poder ciego”. Citado por Michael Löwy en Ecosocialismo,
El Colectivo/ Ediciones Herramienta, Buenos Aires 2011, p. 73.
[6] “Cada vez que producimos un Cadillac, lo hacemos al precio de
disminuir la cantidad de vidas humanas del futuro”. Nicholas Georgescu-Roegen,
“La ley de la entropía y el problema económico” (1973), en Ensayos bioeconómicos (edición de Óscar Carpintero), Catarata,
Madrid 2007, p. 50.
[7] Albert Schweitzer, De mi
vida y mi pensamiento, Aymá, Barcelona 1965, p. 119. (En la ed. alemana: Aus meinem Leben und Denken, Meiner
Verlag, Leipzig 1931, p. 144.)
[8] Schweitzer en Verfall und Wiederaufbau
der Kultur (Beck Verlag, Munich 1923), citado por Hans Lenk, “Albert
Schweitzer como un pionero de la bioética”, en Juliana González (coord.), Filosofía y ciencias de la vida, UNAM/
FCE, México 2009, p. 151. Hay edición en español de esa obra clave de
Schweitzer: Filosofía de la civilización
(dos volúmenes, vol. 1: Decaimiento y
restauración de la civilización, vol. 2: Civilización y ética), Ed.Sur, Buenos Aires 1962.
Jorge Riechmann. En defensa de los animales. Ed. Catarata, 2017