LLUVIA
TEMPRANA
«El
desastre, la resignación, el deseo de perder para descansar, no
merecen la pena»
(Belén
Gopegui, El
lado frío de la almohada)
Esperan
que te rindas.
Que
devuelvas las canciones a sus cuartos.
Que
lenta y pobremente
atiborres
sus rincones con cristales
y
apartes de tus hijos la visión de una revuelta.
Esperan
que claudiques
–seas
piel, dentada o marzo.
Que
suavemente caigas.
Que
así tu rendición.
No
les libres de la piedra que respira en tus manos.
No
les venzas los ojos.
Nada
dice
de
la lluvia temprana que va a abatir las puertas,
nada
de
ese incendio intacto y por venir.
La
tormenta, compañero, llegará.
Contra
todos los pronósticos,
menos
tarde que temprano,
–seas
piel, dentada o marzo–
el
ciclo de las lluvias / llegará.
CARTA
DE ROSA
Yo
pesé al nacer 1.300 gramos:
como
un zarcillo,
abordé
el comienzo de mi vida por la puerta pequeña:
mi
pequeño puño cerrado.
Setenta
años después,
continúo
en lo mismo:
amé
en todo lo posible, sin saber cómo
no
tejí ningún miedo con las hebras del amo
alcé
los hombros de mis hijos me levanté junto a ellos
no
recé casi nunca la oración de mi patrón.
Camino
lentamente con una sombra a mi lado.
Vuelvo
ahora a lo que fui.
Como
un zarcillo.
Mi
pequeño puño
todavía
apretado.
VALENCIA
EN EL SUBSUELO DE LA GLORIA
«¡Que
despierte esta ciudad
y
se ponga la mortaja! »
(León
Felipe)
Levantan
un castigo y lo llaman “calma”.
Levantan
sus manteles y lo llaman “hambre”.
Levantan
todo ánimo y lo llaman “pueblo”.
Levantan
a este pueblo y lo llaman “patria”.
Levantan
testimonio y lo llaman “alma”.
Levantan
nuestro embargo y lo llaman “gloria”.
Levantan
un cadáver y lo llaman “sarna”.
Levantan
nuestros nombres y nos llaman “precio”.
Se
levantan pronto, y levantan vuelo.
Se
levantan sucios y se llaman “hombres”.
Si
se llaman “calma”.
Si
se llaman “gloria”.
Que
nos llamen “precio”.
EL
FIN Y LA CAÍDA
escribo
poemas a dos metros del apocalipsis
–un
día anular –con
una hoz de tierra
en
las postrimerías de mi tiempo de mi mundo de esta edad
sin
uñas
escribo
poemas,
anillado
al amor como un niño amansado.
juan
me acompaña y hay luz en sus ojos
la
misma luz exacta que no vimos entonces
yo
escribo poemas él no suelta mi mano
la
tierra se ha apartado –instintivamente
un
poco más abajo las historias
ya
han sido todas relatadas:
los
profetas buscan agua
recogen
pronto sus agujas
se
aprietan en los patios a esperar el fin de esta tormenta
mi
hijo (que ha apretado mi mano)
pregunta
si ¿ahora?
yo
le digo que nunca,
en
el curso de la historia del hombre,
había
sido más lícito escribir un poema
(la
tierra ha respirado y
en
todos sus termómetros se acunan los erizos –
los
francotiradores han dejado sus puestos
y
en ellos ya no quedan sino piel y colillas)
todo
el mundo sabe,
todo
el mundo espera
finalmente
no hubo el agua que anunciaron los augurios,
el
agua que devasta autopistas y campos:
sino
agua de los tronchacadáveres,
agua
nuestra y lisa de mis antepasados,
agua
para el fin de los días, para el rezo en los colchones
cercados
de plegarias
las
historias, en efecto,
finalmente
han sido ya contadas:
solo
yo escribo poemas, en las postrimerías del tiempo,
empuñando
una hoz que se hinca en la tierra.
mi
otra mano en mi hijo
tiembla
con la edad que aguardan los hombres
y
no hay muerto que hoy no tenga su muerto apretado,
ni
su duda de arista, ni su alivio inasible
la
tierra, más abajo, se achicó sin sorpresas –
hace
ya más de dos horas que callaron las ciudades:
el
pan con levadura ha quedado colmado
y
en poco más de un rato saldrán de los colegios
(de
todos los solares) (de todos sus arcones)
los
niños derramando su empeño de cinturas
todo
el mundo lo sabe,
todo
el mundo lo espera
mientras
tanto contesto
(delante
de una mano que conduce a mi hijo)
que
nunca como ahora
fue
más lícito escribir un poema:
este
poema
que
hinco en la tierra, empuñando una hoz.
:
sí, yo escribo todo esto
a
dos metros contados del apocalipsis
–un
día anular –con
una hoz de tierra:
juan
(que me acompaña) ha soltado mi mano
y
unidos en la dicha,
contemplamos
sobre el curso del agua
(juntos)
(para siempre)
el
fin y la caída
del
Capitalismo.
Enrique Falcón. Aluvión. La oveja roja, 2017
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