POR EL suelo
los relojes de hielo, los calendarios.
Nada vuelve a crecer
-–le digo a los ojos a mi perro–.
Se borran nuestras huellas
en las manos de otras manos.
Asusta tanta nieve en la memoria,
tanta carga que creímos liviana
y se torna grave,
en miedo,
en este andar
del que te convences
hecho a oscuras
por la vida.
Cumplidos los sueños en quimera
retornan a su forma de silencio.
En mí
ya solo crecen las ruinas,
nada hay
a lo que acogerme quiera.
Acaban la rabia, el juego, el río,
los desastres, las derrotas.
He sido.
A la sombra os dejo
mi libro y mi cuchillo.
Antonio Orihuela
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