Nuestra sociedad proclama constantemente que cualquiera puede conseguirlo sólo con esforzarse lo suficiente, mientras refuerza a la vez los privilegios y ejerce una presión cada vez mayor sobre sus agobiados y exhaustos ciudadanos. Cada vez hay un número mayor de personas que fracasan, se sienten humilladas, culpables y avergonzadas. Siempre se nos dice que tenemos mayor libertad que nunca para elegir el rumbo de nuestra vida, pero la libertad de elegir fuera del relato del éxito es limitada. Además, a los que fracasan se les juzga como si fueran perdedores o gorrones que se aprovechan de nuestro sistema de seguridad social.
La meritocracia neoliberal querría hacernos creer que el éxito depende
del esfuerzo y los talentos individuales, lo que significa que la
responsabilidad reside enteramente en el individuo y que la autoridad debería
otorgar a la gente toda la libertad posible para alcanzar esta meta.
(...)
(...)
Nuestra presunta libertad se
vincula a una condición central: debemos tener éxito, es decir, “hacer” algo de
nosotros. No hay que buscar los ejemplos muy lejos. Un individuo altamente
cualificado que pone la crianza de los hijos por delante de su carrera será
blanco de las críticas. De una persona con un buen puesto que declina un
ascenso para invertir más tiempo en otras cosas se piensa que está loca, a
menos que esas otras cosas garanticen el éxito. A una joven que quiere ser
maestra de escuela primaria le dicen sus padres que debería empezar por hacer
un máster en Económicas. Una maestra de primaria, ¿en qué estará pensando?
(...)
[1] Antes de
esto se hallan, claro está, las propuestas pedagógicas. Y ciertamente es
importantísimo intervenir con tino en los procesos de socialización y
educativos, pero: a) eso rinde frutos en el medio plazo, mientras que hoy
hacemos frente a urgencias inmediatas; y b) por añadidura, el gobierno de
liquidadores que tenemos la desgracia de padecer está empeorando francamente la
situación en ese terreno (como en otros)… Botón de muestra: la laminación de
las enseñanzas filosóficas en la “ley Wert” o LOMCE que ha entrado en vigor en
2014. Como decía un comunicado de la Red Española de Filosofía, “es el recorte
más brutal que sufren los estudios de filosofía en toda la historia de la
democracia española”. Precisamente cuando nos haría más falta formar a las
nuevas generaciones en el espíritu crítico, la autonomía moral y la
racionalidad anticipatoria ¡la reforma educativa del Partido Popular se lleva
por delante las materias que tienden a favorecer esas capacidades!
Una
vez nos hemos forjado en los procesos de socialización primaria y secundaria,
yo diría que la única forma de que se “rompan” y recompongan las subjetividades
(por ejemplo, de manera que las actitudes prosociales y altruistas se
fortalezcan frente a las egoístas y cortoplacistas) es participando en “buenos”
movimientos sociales, sobre todo movimientos en su fase ascendente, esa que a
veces se ha descrito como una especie de “enamoramiento colectivo”. Y por
“buenos” movimientos sociales yo entiendo: movimientos de supervivencia y
emancipación. La sacudida que el 15-M propinó a la demasiado pasiva y miedosa
sociedad española fue en ese sentido de enorme valor.
Decía
en una entrevistael director de cine Patricio Guzmán: “Nunca dejaré de amar la
felicidad colectiva que se vivió con Allende, cuando todo un pueblo salió a la
calle por primera vez en su vida, cuando los pobres invadieron el centro de la
ciudad y lo celebraron con música y reuniones, un éxito nunca soñado nunca por
nadie. Fue un estado de enamoramiento colectivo, un movimiento legal, sin
armas, aplastado por un golpe de estado absolutamente desproporcionado. Cayó
sobre nosotros el poder de todo un ejército con el apoyo económico
norteamericano y acabó con la democracia más larga de América Latina”.
(...)
(...)
Cuando al final aparece Auschwitz como modelo para la
selección, no queda ya ninguna respuesta política. Probablemente sólo exista
una respuesta religiosa. El problema de esta civilización es que no tiene
ninguna alternativa a Auschwitz. (...) También en Walter Benjamin es un tema
recurrente: el socialismo o el comunismo o cualquier otra utopía no tienen
ninguna oportunidad si no ofrecen una dimensión teológica.”
(...)
(...)
¿Cómo permanecer más o menos cuerdo en un entorno
económico-político y sociocultural que es, no ya la irresponsabilidad
organizada, sino la demencia santificada? Creemos que hay tres claves. La
primera es no agriarse el humor: no dejar de reír, seguir siendo capaces de
sonreír y reír. La segunda es ser capaz de seguir luchando desde posiciones
minoritarias. ¿Que estoy en una minoría del uno por ciento? Bien: ¿y qué?
¡Bienvenidos al combate...! La tercera y fundamental es construir comunidad.
La vida ¿tiene vida para
todos?
Pero nuestro temor es que, en
el siglo malthusiano que es el nuestro, cese antes la construcción de
bicicletas que la de kalashnikovs.
La
muerte tiene muerte para todos, constata el poeta y traductor Paco Uriz, y
pregunta: ¿tiene la vida vida para todos?
¿Qué
podemos hacer ante la muerte? Esencialmente, crear y amar. Es lo que se trata
de seguir haciendo.
(...)
(...)
Seis
decenios después, el mundo está sumido en una transformación aún más peligrosa,
y nuestras perspectivas de “mejorar nuestras posibilidades de supervivencia”
–en la era del declive energético, las escaseces malthusianas de materiales, la
hecatombe de biodiversidad, el calentamiento climático, las nuevas tecnologías
militares (desde los drones a los ciberataques contra instalaciones
industriales básicas), el internet mercantilizado y la mutación antropológica
que va creando sujetos donde se combina “el máximo sentimentalismo con la
máxima indiferencia” (Santiago Alba Rico)--, nuestras perspectivas son más
sombrías que nunca. Como escribe el autor (o la autora) del blog Camino a Gaia,
en la época que se avecina
Lo que hace
inevitable el desastre es que no hagamos nada por evitarlo.
Fracasar mejor
Dicen
que Winston Churchill dijo en cierta ocasión que el éxito consiste en avanzar
de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. Ampliemos: fracasar mejor
(Samuel Beckett)[2] es avanzar de un fracaso
al siguiente sin perder la alegría, la compasión, la combatividad, el humor y
el gusto por aprender.
Uno diría que los dos valores máximos son el
florecimiento de la vida y la pacificación de la existencia.
Jorge Riechmann. Autoconstrucción. La revolución cultural que necesitamos. Ed. Catarata. 2015
Jorge Riechmann. Autoconstrucción. La revolución cultural que necesitamos. Ed. Catarata. 2015
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