Durante años pensé que el error de Adorno consistía en una omisión, que le faltó un ‘como antes’, que no se podía escribir poesía como antes de Auschwitz, como antes de Hiroshima y Nagasaki, como antes del genocidio argentino. Y ahora pienso que no hay un después de Auschwitz, de Hiroshima y Nagasaki, ni del genocidio argentino, que estamos en un durante, que las matanzas se repiten una y otra vez en algún rincón del planeta, que existe ese genocidio más lento que los hornos crematorios pero no menos brutal llamado hambre, que en el medio siglo que dejamos atrás no ha habido un solo día de paz en el mundo.
(...)
En efecto: Auschwitz es un mundo donde la gente muere de hambre al tiempo que los graneros están repletos.
Auschwitz
es un mundo donde se encara la destrucción de una parte sustancial de la
población humana (hacia lo que nos está conduciendo el calentamiento climático)
con tal de que se puedan seguir haciendo buenos negocios en la devastada
biosfera.
(...)
Auschwitz
es este mundo nuestro, tan íntimamente conocido, donde constantemente se
privatizan beneficios y se socializan pérdidas; y donde el dinero que no se
encuentra para políticas sociales acude sin problemas a financiar la guerra,
las guerras.
(...)
la
poesía es vida del deseo contra las mutilaciones del poder
(...)
Esperanza
que comienza en el no. Esperanza contra. Esperanza a pesar de. Esperanza, ya lo
decíamos antes, contrafáctica. Esperanza porque –tal y como recomendaba
Heráclito de Efeso en el alba del pensamiento occidental-- hemos de “esperar lo
inesperado”[1]
para tener opción a hallarlo, o para responder adecuadamente cuando se
presente.
Porque el futuro no está escrito, porque a pesar de
los fuertes condicionamientos no hay determinismo histórico, porque no podemos
apenas predecir lo que va a ocurrir (nos lo recuerda Nassim Nicholas Taleb en
su sugerente ensayo El Cisne Negro[2]),
seguimos esperando un milagro. La llamita que sigue alumbrando en las vueltas y
revueltas del camino, a pesar de los embates de un viento sombrío:
“La vieja llama no se apaga./ Las tormentas, las/
impiedades, todo/ lo que renuncia/ no le impiden temblar como un cuerpo
deseado./ Insiste en el fracaso del mal…”[3]
[1] Edición Diels-Kranz 22 B
18.
[2] Nassim Nicholas Taleb: El Cisne Negro. Sobre el impacto de lo
altamente improbable, Paidos, Barcelona 2008.
[3] Juan Gelman, Valer la pena, Visor, Madrid 2002, p.
66.
Jorge Riechmann. El siglo de la Gran Prueba. Ed. Baile del Sol, 2015
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