Del
niño puedes aprender tres cosas: está alegre sin causa. Nunca se está quieto.
Cuando quiere algo lo pide con todas sus fuerzas. El ladrón también enseña
cosas útiles:
·
Trabaja de noche.
·
Si no termina la primera
noche, continúa la noche siguiente.
·
Él y todos sus cómplices
se aman los unos a los otros.
·
Arriesga su vida por poca
cosa.
·
Lo que roba tiene poco
valor para él; lo cambia por calderilla.
·
Aguanta golpes y
sinsabores; le importan poco.
·
Le gusta su oficio y no lo
cambiaría por ningún otro.”[1]
A
los dos maestros de Auden yo añadiría un tercero, el perrito, para completar la
trilogía didáctica. Del can se pueden aprender las ocho reglas de la acción:
·
Inaugura el mundo cada
mañana.
·
Para él se recrea cada día
el mágico tapiz de olores, siempre el mismo y siempre diferente.
·
Disfruta con los placeres
más sencillos.
· Está de verdad en lo que
está, viviendo absorto el “ahí”, sin distracciones.
·
Se relaciona con
afectividad intensa.
·
Se fía de sus sentidos y
pone la calidad por encima de la cantidad.
·
Distingue lo bueno y lo
malo a base de fino olfato.
·
Siendo tan diferentes como
somos, nos considera perros y nos trata sin discriminación ninguna.
[1] Citado en Fernando Zóbel, Cuaderno de apuntes, Galería Juana
Mordó, Madrid 1974, p. 31.
Jorge Riechmann. El siglo de la gran prueba. Ed. Baile del Sol. 2015
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