SEIS
El Timeo de Platón denota la virtud. Es la primera consecuencia de la palabra auténtica, aquella que resulta de observar cómo cae el agua del pilón o las bellotas de las encinas.
Se
ha secado una encina, agonizaba entre ramas y brazos y ahora es un
simple esqueleto de su propio tiempo.
Con
el dedo índice de la mano derecha recorro las líneas de la mano
izquierda. Descubro la verdad. Figuras geométricas del destino que
aburren y cansan.
Han
vuelto las arañas. Me buscan. Mantengo una vulgar conversación con
Pérez Galdós sobre el último Nobel. Levanto el índice, el corazón
y el sentido común.
Otro
año que Parra no recibe el galardón.
Cuentos
para suplir a la decencia. La poesía por encima del mundo, del
tiempo y su homenaje.
Larga
vida a Nicanor. Los cuentistas son eso, mercancías.
SIETE
El
viernes 23 de diciembre de 1988 recibí la visita del indolente
número 37. Permanecía en el sofá. Escribía el poema «Sobre la
piel del mundo» que luego apareció en La muerte oculta (1996).
Sostenía el cuaderno marrón y un libro de Dante. El número 37 me
entregó la caja mágica y una carpeta azul con gomillas, en ambos
elementos había una copia del contrato.
Ese
día no llovía. Hacía frío. Tenía un canario en una jaula en la
cocina. Le llamaba Señor. Por las mañanas alegraba la oscuridad de
las nubes con un canto peregrino, por las tardes le limpiaba la jaula
y le añadía el alimento verdadero.
Un
día el canario fue perdiendo las plumas de la cabeza y al día
siguiente yacía en la jaula.
Todo
aquello que pretendes suele ser hecho y cuanto necesitas, realidad.
J.
J. Cale me acompaña todo el día. Friday. La no lluvia. La muerte
del canario. El indolente número 37. El contrato que leía mientras
me sudaban las manos y la nuca se arrugaba.
Friday.
J. J. Cale. El agua que no aparece en los cristales y el camión de
mudanza que me trasladaba de nuevo a Moguer, esta vez de visita.
La
virtud es el síntoma de la ejemplaridad, la voluntad el hecho que lo
incita. Silencio y soledad. Los sonidos del canario dejaron de
existir y la noche acompaña, solo la noche.
OCHO
Saúl
acariciaba todos los días mi cadera izquierda. Tardé años en
descubrir su presencia. Tuve que esperar que se ejercitaran los
sentidos intrépidos que habitan en los sensibles.
Descubrí
su presencia en Roma. Pude observarlo, hablarle, escucharle. En la
azotea de Moguer un pájaro me dijo que podía verlo. Mis
acompañantes no lograron contemplar ni siquiera al pájaro.
Precisamos
la eternidad para poder entender, para observar, para ver, para
escuchar, para oler. En cada vida amplías algo más el raciocinio,
la segunda caja va creciendo en capacidad y la primera contiene todos
y cada uno de los contratos de las existencias.
Saúl
fue bautizado en el río Tivamo. Era mayor. Tomamos un pesado autobús
desde Roma a Trieste. Nos acompañaron otros ángeles y la gran dama
blanca.
San
Giovanni di Duino. Después fuimos a ver mosaicos a Aquilea. Saúl
estaba feliz. Nadie podía captar las extrañas presencias. En la
basílica una señora mayor dijo:
Vas
muy bien acompañado.
Volví
la cabeza para darle las gracias, pero había desaparecido entre la
multitud que hacía fotos a los pavimentos.
Precisamos
la eternidad para dejar de ser. Un tiempo que nunca es pasado.
Javier Sánchez Menéndez. Libro de los indolentes (sobre la poesía). Ed. Plaza y Valdés. 2016
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