CUARENTA Y TRES
Llevo meses discutiendo con Saúl
sobre la reencarnación. Recojo la cerilla con la mano y transmito cuanto
reconocí en el confuso laberinto de
seres y personas. Hay momentos en los que no estamos entre nosotros, ya nos
hemos marchado. Precisamos de un tiempo indefinido para preparar nuestra huida.
Cuando fallecemos estamos aproximadamente un año y medio sin dar noticias. A
partir de ese instante podemos volver, siempre que deseemos. La vida es
elección y es afirmación.
Regresamos si aceptamos. Volver es
voluntad propia. No aparecen estrellas si no llega la noche.
Discuto con Saúl. Él intenta
explicar que la vida es un oficio donde obtenemos nota. Me niego a aceptar esa
afirmación. Estamos porque hemos firmado un contrato con plena aceptación. Y
regresamos porque confirmamos otro contrato.
También indica Saúl que nuestro
círculo de llegada es similar al que hemos dejado anteriormente. Y lo niego. El
universo es infinito. La naturaleza es ilimitada. La multitud nunca será
concreta si la observas.
Miro el teléfono. Un síntoma quema
las entrañas, creo que ha ocurrido algo en casa. Suena el teléfono. Ha ocurrido
algo en casa.
Amo la vida, la vida elegida, en el
contrato, en la reencarnación. Todo está firmado. Si no quieres venir, qué
haces con nosotros.
CUARENTA Y CUATRO
Nuestro objetivo es una meta
inmensa aún por descubrir. Disponemos de la vida para ello, del día y de la
noche.
A menudo, cuando ha fallecido un
ser querido, sentimos muy cerca a los ausentes. Incluso podemos verlos,
tocarlos, olerlos, sentirlos dentro de nosotros. Son las erróneas presencias. Recibimos y entregamos tanto amor con ellos
que permanecen en nosotros durante toda nuestra existencia. Pero no son, ellos
no están.
Tampoco son confuso laberinto. En este caso adoptan la forma física de esos
seres pero sus almas son diferentes.
El tránsito posee dos etapas. Antes
de fallecer permanecemos en la tierra unos 500 días preparando la marcha.
Cuando morimos nuestro tránsito hasta la reencarnación también será de otros
500 días. A partir de ese momento nuestra misión consiste en descubrir esa
reencarnación del ser querido.
Muy extrañamente la reencarnación
se produce en nuestro entorno más cercano, es lo inusual. Hay que buscar,
dejarse llevar por el sentido común de la indolencia. Ayudan las sombras y el
ángel negro. Pero solo los elegidos lo consiguen. El engaño
de las sombras es la pista, no lo olvides.
Javier Sánchez Menéndez. Libro de los indolentes (sobre la poesía). Editorial Plaza y Valdés. 2015
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