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miércoles, 17 de febrero de 2016

5 poemas de LA ISLA DE CAMARÓN

  



EL BAILE RUSO

Juan Vargas Monje lo tenía muy claro
que el cante largo, y el toque virtuoso,
convertían al cante jondo en folclore.
 
Que la dicción del cantaor,
convertida en locución de telediario,
mata el melisma.

Que el abuso del baile
alargado estéticamente hasta la extenuación
de cualquier reloj,
completa el horario político del teatro.

–A veces es lo más bello... y de repente
la cosa más fea del mundo– decía el Negro de París
saliendo del teatro Calderón.

–¡No somos rusos,
ni hay repertorio para tanta gente!– gritaba uno.

Obsérvense siempre los rostros de la comparsa
están mirándose entre ellos, perdidos,
esperando a que todo pase.

Y había que ver al Negro de París
corriendo detrás de Juan, queriendo ser su amigo. 




LAS ACADEMIAS

Vicente Amigo no sabe si sus amigos
son suyos o son amigos de su guitarra.

El zapateado en grupo siempre es mareante
(un futurista comparó el sonido a una metralleta
y todavía algunos creen que es un piropo).

Y las guitarras cerdeando dan dolores de cabeza.
Pero hay que vender más cuerdas del gato negro.
Así se viste una casa, con el mueble de la guitarra.

El hombre necesita siempre tener un objeto para ser.
Y el cantaor  sale perdiendo artísticamente
porque ¿qué mérito va a tener una persona
que no carga con nada,
ni se acompaña de tinglados técnicos...
 y que encima lo único que gasta es el aire,
que entra y sale de los pulmones.

–¡Pulmones tiene todo el mundo!– gritaba un cojo.




CALENTANDO MADRID

El Negro del Puerto de Santa María
calentaba bien la guitarra, venga y venga,
hablaba más de una hora
antes de comenzar la media granaína.

No se callaba nunca, era como el Negro de París.
Hasta coincidieron los dos en los madriles,
dando vueltas, calentando Lavapiés.

–¡Eso no puede ser verdad porque...!
– dijo uno que tenía un disco.

Pues sí que coincidieron, y formaron catoblepa
desde Antón Martín hasta Iglesia. Iban fumando
y bebiendo, navegando por la calle de Alcalá, 
subidos los dos en un velero 470
que era remolcado por un renault pleinair.

El Negro de París había instalado en el barco la radio
de un coche, con una cinta del Negro del Puerto dentro.
Y allí iban los dos dando vueltas.

Hacía buen día para navegar... no me preguntes
cómo la batería del barco no se mojaba en el alquitrán

ni cómo Madrid ha impuesto una forma de cantar. 




DESDE LA POLIS

El arte jondo es urbano
y anécdota de falsos cronicones
que adoran la prótesis de la guitarra
y meten la voz en discos de cartones.

Las gramolas tienen vida propia
y recorren impenitentes las corralas,
casas solariegas, restaurantes, embajadas,
hasta la novela  La Colmena,  que así arranca
con un gitanito que está muy visto...
pero la guitarra dichosa  ha estado ausente
en los lugares  pobres, aislados,
que no tenían ventas ni bares, entonces
¿por qué ocurre la música sola?

– Porque el flamenco es la música maltratada –
dijo el Sobri– y ha tenido que resguardarse...
por eso se conservan destellos, fogonazos...
¡escombros!




CÓDIGO DE BARRAS

El flamenco hay que consumirlo
tenemos que usarlo, en una audición
íntima o colectiva, laboral o diletante,
o tomando las aguas anfetamínicas.

–Yo canto mi flamenco, que no el tuyo –
dijo Imperio Sevilla entonando
su ebrio de no tener poder sobre nada...

No podemos estar siempre pendientes
de las copias ilegales
de las tres cintas negras de el Camarón.

Debemos invertir en el flamenco
gastándonos el dinero, comprando música,
celebrando el apoquinalipsis del parné

Ahora el flamenco hasta se ve, mira
las fotos postizas de el Torta en movimiento,
en su deuvedé... hasta Blanca Li saliendo
como una lagartija entre la neblina de acantos
de la Alhambra de Morente.

–¡Oiga, ... usted consume flamenco?
–Pues sí, tengo un disco con una errata preciosa
 en la portada... donde pone "Terrremoto"
con tres erres, anda.



David Pielfort. La isla de Camarón. Ed. Germanía, 2013

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