La
presencia de la luz resultó abrumadora. Desde entonces permanezco en
la rama de la vieja encina. Habito el mediodía, solo el mediodía.
Solicito a los pájaros que suban a la rama algunas piedras, y que
manchen sus patitas con la tierra húmeda.
La
mañana está antes que la tarde, pero no por el concepto temporal,
ni por el lingüístico. La mañana es el número 3 y la tarde el
número 7. Así el equilibrio y la armonía que producen la mañana y
la tarde, son el número 1, la pureza. Tan solo a mediodía. Allá
donde se cruza el sol con su caída, con su algidez, con su belleza
primera.
Ya
no estaba mi cuerpo ni la imagen visible de la mediocridad. Un
espíritu extraño se sentaba en un tronco de madera rugosa, nunca
salió de allí, siempre estuvo en él.
No
hemos habitado nunca, nuestros cuerpos son símbolos que permanecen
intactos en el confuso
laberinto. Solo
quedan el espíritu y la razón de la palabra poética.
Toco
las patas de los pájaros y lleno mis manos de tierra. La huelo. No
puedo contemplar las manos. Mis propias manos. Tan solo hay luz, una
señal que desprende el cuadro de Pérez Galdós, como la palabra de
Sócrates a las puertas de Atenas, como la sombra de la torre de
Hölderlin.
Hoy
ha entrado un matiz por la abertura de la casita blanca. He corrido a
atraparlo. Las alas no permiten su captura.
Javier Sánchez Menéndez. Libro de los indolentes (sobre la poesía). Ed. Plaza y Valdés. 2016
Fotografía de Juan Sánches Amorós
Fotografía de Juan Sánches Amorós
No hay comentarios:
Publicar un comentario