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sábado, 20 de febrero de 2016

4 poemas de LA ISLA DE CAMARÓN de DAVID PIELFORT





LA MÚSICA ES SIEMPRE SEXO

El músico actual ya no quiere acompañar
a nadie, ni yendo a un bar.
Hace una ejecución continuada,
no puede detenerse
porque en esa pausa aprovecha alguien y canta,
tirando una música.

Variará el ritmo deliberadamente
para entorpecer a los polizones de su arte,
porque el cante rebelde ya no es deseado,
ni en la tienda, ni en la venta,
ni en el tabanco, ni en el teatro, ni en la calle.

Resulta que el gachó de la guitarra actual
no deja meter baza, nunca. Y todavía menos 
cuando hay presencia de mujeres en la fiesta.


ANOCHECE EN LOS CÁRPATOS

El fandango tan castigado
es la música que otorga la palabra
a los animales, a las plantas,
a los cajeros automáticos, y a los objetos
antes de que Félix Grande se asomara
a la ventana de su piso,
una noche que llovía en la barriada
y en los Cárpatos, y él solo,
bebiéndose un vasito de vino,
viera venir en fila a todos los gitanos
huyendo del Tamerlán y el Egipto,
buscando el barco ferri de Ceuta.

–¡Es una caravana estereofónica!
–exclamó el poeta – ¡Aquí lo pone...
en los papeles... y que son míos!




CALLE SAN COSME Y SAN DAMIÁN

El Gustavo salió rodando de Sacromonte.
Un crítico me dijo que su padre no triunfó
porque era blanco y tenía gafas.

Vivían al lado de unas pirámides de sal
a escala real de las de el Egipto,
rodeados de holandeses haciendo experimentos
transgénicos con los alimentos, 
y que llevaban años mareados,
estudiando una sierpe de papa salvaje,
que vivía sin recursos entre las dunas móviles
y la desembocadura del río Guadalquivir.

Los biólogos pusieron un collar localizador
al lince ibérico, pero la papa era indomable.
Es normal que Gustavo bajara rodando Sacromonte,
él no es transgénico, por eso es blanco y lleva gafas.

Bajo la marquesina rodeado de avispas, 
comiendo dentro del disco de Syd Barrett,
el padre del Gustavo decía que en el cante
había habitas contadas.

Y la flor del haba es considerada
una de las más bellas,
en los tratados árabes de botánica.



                                                          ESTACIÓN DEL SUR

El Bo se fuma un disco compacto
y una mano de mujer le ofreció un Craven.
Era la misma mujer:
la que seguía siempre a la Paquera,
allí donde ésta cantara,
era la misma mujer que le gritó a Menese
en el Olympia de París,
indicándole con razón que la guitarra
estaba excesivamente amplificada.

–Es que Nueva York es un pañuelo,
la Puerta del Sol son muchas más cosas,
y el flamenco es sólo un paquete de tabaco–
le decía ella al Bo muy contenta.

Las viudas sí que saben disfrutar,
cogía el ave, el avión, el taxi
y se encajaba en Tokyo
para ver a la Paquera.

La mujer pensando, caía en la cuenta
del por qué todas las geishas del hotel,
paraban el ascensor en la misma planta
de la habitación  de la Paquera.

–Coleccionaría quimonos... seguro–
afirmaba ella dando una calada, y esperando
que le sirvieran otro vaso de vino misterioso.





David Pielfort. La isla de Camarón. Ed. Germanía. 2013

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