De
nuevo luz
y calor
para pasar
la noche
y una
tribu de palabras nuevas
con las
que celebrar mi suerte.
Sentí caer
dentro de mí
las
primeras gotas.
La
esperanza
poco a poco
me fue
llenando
hasta
colmar el pozo.
Si no
saciado,
pude
recuperar
al menos
la lengua.
VI
Eché de
nuevo a andar;
toqué mi
rostro.
Supe reconocerme
por las
cuencas vacías
de mis
ojos velados.
Solo
entonces adiviné
que estaba
ciego.
Veía con
la lengua
desde
hacía tanto…
VII
Es
muy alto
siempre
para los
valientes
el precio
a pagar.
Jamás fui
yo
uno de
ellos.
Juan Cruz López. El nombre de los hombres. Ed. Baile del Sol, 2016
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