Algo
está vivo en el interior de una bolsa de basura.
Se
mueve. La contemplo.
Unos
obreros ven
mi
mirada llena de horror,
me
descubren
las
ganas de pedirles ayuda.
Continúan
trabajando.
Un
niño se detiene
y
ansioso, con curiosidad,
dice:
“la
bolsa se mueve”.
Su
madre pasa
“¡Vamos, llegamos tarde!”
deprisa,
de largo, sin mirar
“Alguien
habrá tirado eso vivo
¡Vamos!”.
El
niño se queda a mi lado,
como
si sólo él, yo y la bolsa
estuviéramos
en esta calle,
y
con una amplia sonrisa
dice:
“¿La
vas a abrir?
¿Tú
quieres tener uno de esos?”
Le
respondo paralizada,
como
si sólo él, yo y la bolsa
estuviéramos
en esta calle:
“Me
da miedo abrirla.”
Él
me deja su sonrisa,
el
giro de su cuerpo pequeño
y
se marcha.
Paralizada.
Mi
corazón late deprisa,
la
bolsa se mueve, frente a mis ojos,
cada
vez
más
despacio.
Uno
de esos, su corazón
paralizado.
Y yo
me
limpio el grito en el poema.
Me
queda ya
poco
aire en la bolsa.
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