Palabra que muerde un trozo
del pan de la verdad
Jorge Riechmann
Ya no hay caminos.
La tormenta
ha borrado de un plumazo
las rutas seguras
a salvo de los bárbaros.
La brújula se ha dislocado.
Nos sentimos mareados
en medio de la inmensidad del mundo,
sin certezas ni maestros, solos
y a la intemperie.
Ya ni siquiera sabemos leer los mapas.
Todo nuestro mundo
parece del revés.
Ya nadie sueña.
Las palabras grandes
asustan
o cansan
y se prefiere el vértigo.
Nos conducen como a ovejas.
Boqueamos
a la manera de los peces
―asfixiados y enajenados de nosotros mismos―
fuera del agua que nos vio nacer.
Todas las palabras
parecen huecas.
Hablamos y hablamos,
decimos y decimos…
Y cada vez más ruido.
Ni una sola voz
para encontrarnos
y celebrar el milagro
de nuestra carne hecha palabra,
de nuestra piel hecha nosotros.
Como si solo hubiera verbos para separar
y hacer más hondo / el pozo
de nuestro vacío profundo.
No, yo no quiero decir
con vuestras voces
ni vivir por encargo
ni anhelar vuestros deseos.
Yo quiero una palabra que me limpie
y me enseñe dónde están
nuestras cadenas.
Yo quiero una palabra
que sea cizalla
y abra puertas / siempre,
una palabra que abra, que abra, que abra…
y nunca cierre.
Una palabra capaz
de florecerme entre los labios
y calmar mi sed de siglos.
Eso es lo que busco:
una palabra
para nombrar de nuevo al hombre.
Juan Cruz López. El nombre de los hombres. Ed. Baile del Sol, 2016
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