Siempre amanecía cuando el tren se alejaba dejando un
temblor en los raíles, una estela de ruido que alertaba a los perros, soñolientos
junto a las tapias. Surgían
entonces las sillas de enea ante las puertas, el frescor del agua en las
aceras, y un clamor de conversaciones nos despegaba de las sábanas. Azul por lo
general, el día ganaba a borbotones las fachadas de cal, los postes de la
luz, los lóbregos callejones de la
noche antes, el ámbito todo de lo cotidiano.
Y a la tarde el pan; el pan y las naranjas, el pan y
el chocolate, el pan y aquel salchichón, picante y recio, que comíamos con
delectación.
Pero siempre el pan. El pan como un alimento mítico y
por lo mismo imprescindible.
Yo amo el pan todavía por encima de muchas cosas.
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También hubo días oscuros que ahora me amargan la
memoria. Éramos crueles como niños que éramos, y pobre del gato que se pusiera
a tiro, el ave escasa de reflejos,
el reptil atrapado tras tantos esfuerzos. Como si fuéramos médicos o jueces, decidíamos sobre el dolor a
aplicar, la intensidad de éste y elegíamos la víctima propicia.
Hasta que un día tomamos conciencia de verdugos y la
vergüenza y el arrepentimiento se tornaron horror y asco. Buscamos la
reconciliación con nosotros mismos y hoy es el día en que aún se nos niega.
De aquel que fuimos en ocasiones arrastramos un fardo
de ignominia que la memoria no
olvida. Hay pecados que nunca se expían y delitos que no prescriben dentro de
uno.
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POEMA DEL AMOR EN VERANO
(Galicia, 1981)
La orquestina en el aire de la noche
y la luz de la luna en las balandras.
Yo cojo su mano y ella
me mira con ojos de agua.
Caminamos por el puerto
junto a buques que se pudren
como muertos de otra época.
Reímos sin
motivo.
Nos besamos de pie sobre la arena
y todo lo demás desaparece
bajo la bruma que asciende.
Nada importa más que ese momento.
Yo digo cosas en las que no creo
-te quiero, volveré-
y ella acepta mis mentiras
con una sonrisa en los labios.
Oigo el giro de la luz del faro
perdiéndose sobre el mar en sombra,
el silencio espeso de los peces
en su mundo de salitre y plancton.
El mar nos llama pero no vamos.
A veces me acuerdo de ella.
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LA FOTO DE RIGOR
esta cartulina sepia tiene árboles en floración
sobre un fondo de granitos, aves migrando
hacia el norte y alguien de espaldas
al agua en calma, donde ya nadie mira
muy al fondo, el cielo derrama
lentamente una garúa mezquina
y sobre el rostro de la mujer en pose,
una capa de polvo se afana borrando
vestigios, recuerdos, ésas cosas
y mirándola, ajada y con los bordes sucios
como mi memoria de ti,
lloro en silencio, de oído,
como nos dijo Vallejo
que hay que derramar la lágrima
(De La tabla del
3)
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LA
MALETA DEL VIAJERO
En
esta maleta guardo mis cosas:
el
viejo pijama, regalo de mi madre, que nunca me puse,
un
trozo de sol en el hombro de ella,
una
piedra que sabe del agua más que los peces mismos,
los
primeros dientes que mis hijas perdieron,
poemas
de amigos que ya no son ni están, pero permanecen,
los
ojos, también de ella, cuando anochece,
un
telegrama que anunciaba desastres,
el
jersey de lana de un amigo muerto,
una
música antigua de violines y pianos,
la
voz de ella para hablarme de todo esto allá donde vaya
y
una cuerda de cáñamo
por
si tengo que huir de mí mismo
o
ajusticiar a un miserable.
Espero
no haberme olvidado de nada:
siempre
se olvida algo al cerrar una maleta,
pero
nada es importante si se olvida.
Elías Moro. En piel y huesos. ERE, 2009
Gracias por la acogida a esos poemas, Antonio. Han quedado estupendos. Lo comparto en mi muro de facebook. Abrazo.
ResponderEliminarGracias por escribirlos, Elías, es un honor acogerlos en este modesto blog. Saludos cordiales.
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