MUCHOS CREEN que las monedas metálicas se idearon para ser utilizadas en
las transacciones, pasando de mano en mano. Pues bien, no fue así.
Por lo menos en Mesopotamia, ¡las monedas metálicas se utilizaban
para registrar la distribución del superávit agrícola mucho antes
de que se les diera el uso actual! Tenemos pruebas de que, en algún
momento, el registro de derechos de propiedad sobre los cereales que
se guardaban en los almacenes comunes se hacía en función de
monedas metálicas virtuales. ¿Virtuales? Sí, virtuales. Por
ejemplo, en el registro contable se escribía: «El señor Nabuj
recibirá cereales por valor de tres monedas metálicas».
Lo
divertido es que estas monedas, o bien ni siquiera existían —es
decir, no se acuñaron hasta centenares de años después—, o bien
existían pero pesaban demasiado como para que circularan. De este
modo, las transacciones sobre la parte del superávit se realizaban
en función de unidades monetarias virtuales. Pero algo así requería
lo que llamamos creer
—en
latín, credere,
y en inglés, credit—:
la creencia o confianza de que estas unidades virtuales tenían valor
de cambio y por eso merecía la pena que alguien trabajara para
recibirlas.
Sin
embargo, para que existiera esa confianza, era necesario que hubiera
algo parecido a lo que nosotros llamamos Estado:
una institución colectiva que sobreviviera a la muerte del señor y
en la que alguien pudiera confiar que le daría, a su tiempo, la
parte del superávit que le pertenecía.
Yanis
Varoufakis. Economía sin corbata. Destino, 2015.
LA MAYORÍA de las operaciones de crédito se efectúa, en todos los
países, dentro del círculo de las mismas relaciones industriales.
El productor de materias primas se las adelanta al fabricante que ha
de transformarlas, obteniendo de éste una promesa de pago con
vencimiento fijo. El fabricante, después de realizar la parte del
trabajo que le corresponde, adelanta a su vez en condiciones análogas
su producto a otro fabricante encargado de seguirlo transformando,
con lo cual el crédito va extendiéndose de uno en otro hasta llegar
al consumidor. El comerciante al por mayor adelanta sus mercancías
al comerciante al por menor, después de haberlas obtenido en las
mismas condiciones del fabricante o del comisionista. Todos toman a
préstamo con una mano y prestan con la otra, a veces dinero, pero
con mayor frecuencia productos. Se realiza así, en las operaciones
industriales, un intercambio incesante de anticipos, que se combinan
y entrecruzan en todas direcciones. En la multiplicación y en el
crecimiento de estos anticipos mutuos consiste precisamente el
desarrollo del crédito, y aquí es donde se halla la verdadera sede
de su poder.
Charles
Coquelin.
Le
crédit et les banques.
Guillaumin,
1848.
CUANDO LOS ESQUEMAS del negociar con riesgo se extienden de modo general
—tomar crédito, invertir, planificar, inventar, arriesgar,
reasegurarse, repartir riesgos, crear reservas—, entra en liza una
casta de seres humanos que quiere procurarse por sí misma su
felicidad y su futuro jugando con las oportunidades, que ya no desea
recibir exclusivamente de la mano de Dios. Se trata de un tipo que en
la nueva economía de la propiedad y del dinero se ha dado cuenta de
que las pérdidas aguzan el ingenio, pero las deudas lo aguzan aún
más. La figura clave de la nueva era es el «productor-deudor» —más
conocido por el nombre de empresario—, que flexibiliza
permanentemente su modo de hacer negocios, sus opiniones y a sí
mismo, para, por todos los medios permitidos y no permitidos,
experimentados y no experimentados, conseguir ganancias que le
permitan amortizar a tiempo sus créditos contraídos. Estos
productores-deudores aportan un significado revolucionario, moderno,
a la idea de deuda culpable: una mancha moral se convierte en una
situación estimulante, económicamente sensata. Sin la
positivización de las deudas no hay capitalismo. Los
productores-deudores son quienes comienzan a girar la rueda de la
permanente revolución monetaria en la «época de la burguesía».
El
hecho primordial de la Edad Moderna no es que la Tierra gire en torno
al Sol, sino que el dinero lo haga en torno a la Tierra.
Peter
Sloterdijk. En el mundo interior del capital. Siruela, 2007
AL PRINCIPIO todos nos llamábamos Manuel
Vivíamos
confiadamente con poco
Y
no creíamos que hubiera que poseer nada
Cuando
queríamos algo que tenía Manuel
Le
dábamos a cambio algo nuestro
Un
buen día
Es
un decir
Para
agilizar o acomodar ese intercambio
Manuel
decide dar un valor inventado
Completamente
subjetivo a cada cosa
Como
antes hizo con sus nombres
Confía
ese valor inventado a trozos de metal
O
papeles impresos en bonitos colores
Esos
metales y esos papeles serán el material
Con
el que Manuel construirá sus sueños
Manuel
creerá en el valor inventado
De
esos metales y esos papeles de bonitos colores
Y
estará por siempre en deuda
Con
esos metales y esos bonitos papeles
Manuel
sobrevivirá a crédito y necesitará
Como
norma tradicional vender su alma
Como
procedimiento rápido quedar apresado
Como
sistema consolidado engrosar sus cadenas
Como
costumbre personal dar toda su sangre
Como
condición empeñar su cuerpo en prenda
Como
método hipotecar al menos una vida
Hay
quien dice que lo que da crédito
Al
mundo de Manuel
Es
tener a Manuel siempre en deuda
Imágenes: Ángel Pasos. Street Photography
Desde el perverso invento del pecado original, no ha existido instrumento ni arma más poderosa de dominio que la deuda. En realidad, el juego de la oca debería llamarse de la deuda. De deuda en deuda y pago porque me toca. Y así hasta el pago definitivo...
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