Ahora
que su amor se ha vuelto transparente,
les
ofrezco este recuerdo inseguro,
abrazados
a los dos, porque así duele más
y
porque ya es hora de que mi corazón
los
deje marchar.
Se
amaron siempre con nombres falsos
y por
eso nunca se encontraron.
Varias
veces él no se atrevió a seguirla
y
prefirió sumarla a sus pérdidas,
al
fondo del baúl, al álbum de fotos,
al
hueco en la pared que nadie más conoce,
al
pellizco en su corazón cada cinco mil años.
Varias
veces lanzó botellas con mensajes
y
cartas de enamorado, porque él era del tiempo
en
que los amantes aún se escribían
pero
las cartas eran devueltas
como
si hubieran sido enviadas a otra ciudad.
Varias
veces su voz en otras voces
o tal
vez su voz en aquella voz,
la
extrañeza de ser dos, de amar sus cosas,
de
que enero contara sus años
extendiendo
sobre ellos un silencio,
una
neblina, un nido donde se amaban
con
ternura de equilibristas
a
treinta metros del suelo, sin desmayo,
como
dos desesperados un mes de julio,
un
noviembre lleno de difuntos
por
donde se fue todo, perdido
entre
las diversas formas del murmullo,
de la
belleza envuelta en una telaraña
que
trepa por los errores sin respuesta.
Varias
veces la primera vez, la vida
en
vestigios célebres, promesas de año nuevo,
la
vasta intención de limpieza que busca la perfección.
Varias
veces en lo hondo de su alma
revolucionarse
a sí mismo en el amor
para
ser un buen revolucionario,
flor
obsesiva de lo perfecto que pasó por sus ojos silenciosamente,
pegada
a él en la secreta manera de enredarse en las cosas
frente
a un mundo sembrado de piedras donde sigue
sin
haber más belleza que llevar la belleza dentro.
Varias
veces en los días oscuros
ella
se quejó de que jamás le había escrito un poema
a su
pelo rubio, sus margaritas rosadas,
su blanca piel traída de Ucrania,
y el
reproche regresa
soplándole
esos años como humo de tabaco en los ojos.
La
vida entonces les sobraba
y la
dejaban pasar en los bancos de los parques,
su
cabeza en su falda,
sus
manos en su cintura,
su
mirada en su mirada
con
el dolor íntimo del primer encantamiento,
porque
ella era el mismísimo amor
escapado
del laberinto de los veinte años
y
caminará eternamente
por
una avenida de palmeras
mientras
él la dibuje como una sombra detrás de casi todo.
Antonio Orihuela. Disolución. El Desvelo Ed. 2018
Una preciosidad, no cabe más belleza ni más serenidad en lo que es amor, dolor y pérdida.
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