O
PASATEMPO
La
ciudad de Betanzos ha sido llamada la Mesopotamia gallega por estar flanqueada
por los ríos Mandeo y Mendo. Unos amigos, amables anfitriones, conducen a los
viajeros directamente “na beira izquierda do rio Mendo”, allí observo la
corriente que fluye rápida a su paso bajo el puente. Entramos en un edificio
blanco, de dos pisos, diáfano, es el Lavadeiro Público gratuito As Cascas de
los hermanos Naviera, filántropos de pro. En la puerta está grabada la fecha de
construcción 1902. En el interior, el fragor de la corriente del agua y las
sombras reviven en mí un sueño surrealista que, a menudo, suelo tener. En él
una niña vestida de blanco tiende, incansable, sábanas al viento una y otra
vez. En el lavaderio la niña no está, pero si las sábanas.
Subimos
al segundo piso y allí las velas blancas lo invaden todo. En un rincón nos
sorprende un hombre que está durmiendo tranquilamente. A su lado está todo su
mundo en dos o tres bolsas de plástico repletas de ropa y un carrito de la
compra lleno de cachivaches. Todos sentimos el anhelo de dejarnos llevar como
el vagabundo por una vida de espectador inocente y visionario que construye
diariamente su propio universo a contracorriente de la sociedad que lo rodea.
Nos
dirigimos a la obra más original del gran legado arquitectónico del indiano
Xóan García Naviera, rico personaje que hizo su fortuna en Argentina, junto con
su hermano Xesús, que dejaron en Betanzos un importante legado: el jardín
enciclopédico O Pasatempo.
Este
parque es un monumento a la Ilustración. La entrada al recinto estaba
custodiada por dos leones gigantescos hechos con mármol de Carrara.
En una
foto de la época abundan los trajes claros y los inefables sombreros canotier.
Unos cuantos, los más audaces, se habían situado en el mismo lomo de la estatua
del león de cuatro metros sentado de perfil a la cámara y que simbolizaba el
poder y la nobleza. A los pies de la bestia una treintena de cabezas canotier
posaban sonrientes y divertidos frente al objetivo.
Pasamos al
interior del jardín enciclopédico. Cerca de un grupo escultórico dedicado a
Eros y Psique, diversos relieves describían el viaje a Egipto realizado por los
hermanos García Naviera y su familia. El recorrido constituye un viaje
alucinante a los sueños de finales del siglo XIX. Todos hacemos un esfuerzo y
nos sumergimos en una escenografía alucinante.
Jardines de
vegetación de países exóticos, la fuente de la agricultura, Neptuno con su
esposa Anfitrite, templetes, miradores, escalinatas, relieves, fantásticas
grutas con estalactitas, un gran estanque con una isla centrada por un templo
oriental. Se cuenta que también tenía su pequeño parque zoológico.
Si nos dejamos
llevar por la primera impresión solo veremos esculturas y relieves eclécticos
en los que predomina lo kitsch. El conjunto es similar al Palais Idéal de
Hauterives en Francia, obra de Ferdinand Cheval. Pero poco a poco, si
entornamos los ojos se nos va revelando el espíritu de discurso didáctico de la
Ilustración, un afán enciclopedista que pretendía llevar el conocimiento a
todos por igual.
En un relieve en
piedra vemos los lemas de la Revolución francesa que llevaron a Francia y al
mundo occidental a entrar en el mundo moderno: “Igualdad, fraternidad,
legalidad y libertad”, aquí, sin embargo, libertad había sido sustituida por la
palabra patria.
Seguimos nuestro
paseo por la última centuria y entramos en el laberinto de boj, que tanto
divertimento producía. la gruta del estanque con su sucesión de maravillas
producía “le coup d’effect”. La fuente de la industria y el progreso, la estatua
de Mercurio símbolo del comercio, ilustraba una época en la que se creía que el
progreso por sí mismo produciría el bienestar y la felicidad.
Seguimos por la
Avenida de los Emperadores en la que doce bustos de mármol nos contemplan desde
sus pedestales. Vemos un buzo buscando un tesoro, la estatua de la República y
signos de la masonería, el pabellón de forma caprichosa, el estanque de los
papas con sus correspondientes 257 bustos. La casa de los Espejos muy en boga
en las Exposiciones Universales en las que los visitantes, al ver sus cuerpos
deformados, delgados y estirados y gordos y achatados con una inocencia de
principio de siglo, se destornillaban de risa.
Es muy curiosa la
avenida de los Álamos donde encontramos a Dante, Cervantes, Milton, Dickens y
una profusión de elementos que nos muestran todos los campos del conocimiento
optimista de una época. En este jardín del conocimiento podemos percibir el
anhelo del espíritu de la ilustración que soñaba en conjugar el progreso
técnico y científico y la expansión de la cultura popular, con un benéfico
sentido de la filantropía, pero, lo que les movía no era solo el progreso del
conocimiento sino el interés por el ser
humano por
conseguir el bien social.
AS
CIGARREIRAS
Desde los grandes
ventanales del restaurante se divisaba una vista panorámica del puerto de A
Coruña. El murmullo de los comensales me producía una dulce somnolencia.
Adivinaba la reverberación de plata del océano protegido por el puerto, en la
mirada de los comensales que tenía frente a mí. Con el aroma del café llegaba
la agria fragancia de un cigarro que intentaba descifrar, pensé en la sobremesa
de la infancia, si era el aroma de una faria.
Siempre me ha
gustado leer de prestado, en la mesa contigua, un periódico local extendido era
una gran tentación. Conseguí leer que habría mano dura para acabar con el
abandono de la ciudad vieja, seguí degustando la crema de calabaza.
Mi vecino de mesa
dobló la página, solo pude ver la foto de un edificio antiguo, flanqueado por
palmeras, y un titular claro y conciso “El Ayuntamiento levantará pisos
sociales en la Fábrica de Tabacos”
Me levanté y me
acerqué al ventanal, las agujas del reloj de la fábrica de las cigarreiras
marcaban las cuatro. En el mar embravecido veía navegar a las galeras, sí,
condenadas a galeras, las cigarreiras de La Palloza trabajaban apiñadas,
materialmente prensadas, en las mesas de labores, disponiendo del espacio
preciso de su cuerpo, tocándose codo con codo y respirando aliento con aliento.
Las trabajadoras llegaban a la fábrica al amanecer desde los pueblos vecinos a
pie. Llevaban la comida del día en calderetas y pucheros, que dejaban en casas
de la vecindad, que les cobraban por calentar la comida de mediodía y
trasportarla a la portería, donde la recogerán sus respectivas dueñas.
El día es frío y
lluvioso, el cielo muestra su color ballena mientras los coches pasan
impertérritos ante las cuatro mil obreras de 1857 que se manifestaban en la
avenida para reclamar mejoras laborales.
Al levantar la
vista veo el mar próximo y distante a la vez. El viento sopla con fuerza y
estimula la arenga de la Garibalda, la líder. Su voz se desliza firme por las
rendijas de la sala del almacén de la hoja,
por el taller de las operarias, por el cuarto donde se recoge la vena, por el
almacén de pertrechos, por la antesala de la contaduría. Las mujeres no pueden
ser contratadas con menos de 12 años ni de más de 35. Trabajan a destajo. El sueldo no les permite vivir y ahora han llegado
las máquinas de picar, liar y engomar el tabaco que les robará su trabajo.
El mar ruge al
fondo del puerto, la espuma geiser de las olas va “in crescendo”, como la voz
de la Garibalda en su arenga a las obreras. Las cuatro mil mujeres con la
fuerza que tiene tenerlo todo perdido, dando rienda suelta a su ira coral,
destruyeron todo el tabaco picado, pitos y hojas y lo arrojaron al mar. La
misma suerte corrieron las máquinas nuevas de picar tabaco acompañadas de
muebles, papeles y libros de caja del despacho del director. El Capitán General
y el Gobernador Civil de la provincia enviaron las fuerzas de infantería y
caballería para reprimir la rebelión, entonces las mujeres subieron al tejado
de la fábrica y desde allí arrojaron infinidad de tejas hasta dejar
desmantelada el ala norte del edificio.
La sociedad
progresaba a partir de estallidos no amaestrados de vindicación mientras se
creía en el porvenir radiante de la revolución y el progreso. Recordaba una frase de Hermann Hesse, una paradoja
que se produce al comprobar que la vida adquiere su mayor sentido precisamente
cuando perdemos todos los sentidos y significados.
El postre se
demoraba, y como suele ocurrirme en los restaurantes, cuanto más caros y
elegantes, siento un ahogo que me produce una necesidad imperiosa de salir a
las salas anexas. Allí en soledad, suelo reponerme, observando con atención
desmesurada los títulos obtenidos por el chef, de “alta cocina” y los premios
de calidad culinaria obtenidos por el establecimiento.
La tempestad había
cesado en A Coruña, y el sol resurgía entre las nubes de esta ciudad acuática
rodeada de agua por tres de sus cuatro costados.
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