Última noche
Tú te marchas mañana. Yo me quedo un poco
más. Solo para saborear tu soledad, nada más que por eso. Luego yo también me
marcho, pero más tarde, ya lo he dicho. Hoy trabajas en el bar. Después hemos
quedado en un parque. Parece que el tiempo mejora en la vieja Inglaterra y si
esta noche hace calor, quizá nos sentemos un rato en la hierba. Luego qué. ¿Por
última vez a tu habitación? Ni siquiera nos conocemos. Puede que por primera
vez nuestras caricias signifiquen algo más esta noche, quién sabe. Quizá solo
hoy y por eso, porque nos despedimos, o quizá no solo por eso. Luego: te
idealizaré, como a las otras. O quizá más que a las otras porque cuando te
conocí ya te había idealizado. Ni siquiera me creo que seas como eres, siempre
alegre. Creo que estás triste, que siempre estás triste, que por dentro te
preguntas cosas. Creo que me has cogido cariño, a mí, que resulto alegre y
divertido y tampoco me lo creo ni tú te lo crees. Los dos pensamos que en el
fondo estoy triste, aunque me falten razones. Creo que me has cogido cariño porque creo que te he cogido cariño, aunque
no entrase dentro de lo pactado y por qué darle vueltas, hoy es la última noche
y al final es mejor siempre no pensar. Además es muy tarde para nada. Te
idealizaré. Probablemente más de lo que he idealizado a las otras. No me
preguntes por qué, porque no quiero pensarlo. Me da algo de miedo esta noche,
Sarah, no sé cómo explicarlo.
Canción triste junto al océano
Bill Whelan: Caoineadh Cú Chulainn
En una pequeña
isla al oeste de Irlanda, junto al acantilado, de pie ante el viento, frente al
océano, llega hasta mí la música triste, el lamento de una gaita, sentado en el
escritorio de mi casa en España.
Aquí, en este
tiempo anterior a haberla conocido, la recuerdo aquel
primer día que pasamos en Londres, cosas absolutamente idiotas como llorar con
el picor de la guindilla, quererla todavía, como el almuerzo en Covent Garden,
la hamburguesa mejicana, pepsi con mucho hielo, las gafas de sol que compré por
su culpa y que todavía llevo.
Miles de cosas: el capuchino en un local de
Regent Street, las fotos desde la azotea del museo de cera, en Picadilly
Circus, los besos sin pudor de nadie, su bolso de cuero que nos turnábamos, la
lluvia, mi inglés fluido, todo el café derramado en aquella misma cafetería, tú
tan nerviosa, yo riendo, cotidiano, todo nuevo: te extraño.
Dijiste que ese
día habías comprendido por primera vez que yo te importaba, que te diste cuenta
con todas aquellas pequeñas cosas: yo también lo sabía, pero quizá sea ahora cuando lo entiendo, aquí, en una isla, en pie en una
isla, con el aire
de los acantilados sobre mi cara, escuchando una música, un lamento
celta, una canción triste, que te trae hasta mí, que nos acerca.
Sagitario (Advertencia)
Dejo aquí escrito, por si alguno de
vosotros no ha pensado en ello, o lo ha sentido de alguna manera y no lo ha
verbalizado, que el tiempo es subjetivo. Hay ocasiones en las que a lo largo de
la vida tendrás que justificar la intensidad de una experiencia y, para
hacerlo, casi inconscientemente prolongarás el periodo que describes como si
esa horquilla no fuera el resultado directo de su brevedad sumada a otros
valores, los de los otros sujetos de la experiencia, como puede ser un cambio
de geografía, su impresión en tu recuerdo.
Así pues, mentirás. Dirás que fue un año
lo que fueron tres meses, dirás que fue una semana lo que en realidad consistió
en una hora. Además, cobarde, omitirás algunos fracasos: una torpeza en la
práctica amatoria, la sordidez de una escena, el desencanto del hambre si eso
significa algo.
Y por fin,
para aumentar de manera involuntaria la profundidad del drama, aportarás de soslayo algún
dato que nos recuerde la fragilidad de la vida o su tragedia. Como si la vida
no fuera una continua sucesión de desdichas.
El tiempo es
subjetivo, tu experiencia es única y repetida, así que tu oyente tergiversará
esta historia uniéndola a la suya. No sufras, ni la brevedad ni la extensión de
la experiencia justifican tu memoria. Por qué ese momento en vez de otro da
forma a lo que eres.
Recuerda, además, que todas las historias empiezan por el final.
Angels we
have heard on high
Porque
la vida no es una película,
todo
el mundo miente,
los
buenos pierden,
y
el amor, no lo conquista todo.
George Huang: El factor sorpresa
Recuerdo sin dolor
una tarde de primavera
de hace ya algunos años.
Los cúmulos, dispersos,
limpiaban aquel cielo
que pudiera habernos pertenecido, amor.
Sobre el llano verde, inmenso,
otras parejas, con manteles
y mantas y comida,
reían en el suelo.
La imagen de esas gentes,
la imagen de aquel páramo,
es ya muda y distante:
la crea mi memoria.
Y no sé en qué momento fui yo, también,
desterrado de aquel universo
que nunca tuvimos.
No sé cómo
logré comprender
que aquel mundo perfecto
nunca
lo hemos merecido.
Desarrollo del tema de la tenia
Materia
literaria que ocupas cuerpo y ocupas alma, sueños y ensueños y guardas para ti los alimentos, un
éter que te entrego y que es mi vida, mi verbo y mi pronombre, ese todo que
soy, que antes no era: qué será de nosotros si falta el alimento, si huyes por
mis labios mientras duermo la siesta, y ya no me calientas las entrañas. Como
amantes que fueron, moriremos en parte. En qué parte no podemos imaginarlo.
Conversación con Luis Cernuda
Volver a tus poemas
ha sido
volver a los recuerdos,
a mi primera poesía.
Son la realidad
y el deseo,
lucha de siempre,
palabras tuyas con las que
a cada momento,
en la conversación
y la memoria,
me encuentro definido.
Así, en esta tarde,
me siento de nuevo
cercano a ti,
releyendo una y otra vez
los mismos poemas,
ahora que estoy,
como otras tantas veces
antes de conocerte, solo.
Fernando Díaz San Miguel. Momento. Dip. de Salamanca, 2018
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