SE CREÍA el mejor escritor después de Céline.
Al final de su vida
lo invitaron a dar una lectura en Alemania.
Camina
con su mujer
de la mano.
Parecen felices en su papel de turistas.
En sus caras
reflejan lo que de excepcional tiene todo aquello.
Reunió a un centenar de oyentes, después
volvió a San Pedro, California,
y se murió.
Releo hoy sus versos
preguntándome qué pudo ver
en los que consideraba grandes:
Auden, Turguenev, Hemingway,
Miller, Dostoievski, Lawrence,
Gorki, Dos Passos, Schopenhauer,
Nietzsche.
Gente cansada,
como él
en sus últimas fotos.
Libros y vidas
que tomaron
la misma dirección
que sus calzoncillos.
Antonio Orihuela. Esperar sentado. Ed. Ruleta rusa, 2017
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