TODOS
DESCENDEMOS DE LA MIRADA DE UN GORILA
“Envían a
rehabilitación a un mono alcohólico en Rusia”
(Fuente: Reuters)
Como Cioran, no somos más que un
puñado de intersticios,
oh gorila mío, dos soledades
metódicas,
como dos colillas en un cenicero.
Es cierto, compartimos la
melancolía de los pájaros congelados
la rara costumbre de amar sobre
los árboles,
de llorar y defecar leyendo a
Mallarmé
o de salir con dos copas de más de
cada incendio interior.
También jugamos cada día con la
pureza de ser impuros,
con la estrella que navega en
nuestra sangre,
desviada de su curso,
cansada de balbucear luz sobre la
sonrisa de los jubilados
y de las putas, esos bellos
mamíferos exiliados.
Ya lo sabes, buscamos el mismo
empleo
y lloramos al mismo animal desde
el que cada día nos despertamos.
Oh, gorila mío, también tu mirada
es la ventana por donde Dios
espía al mundo
ese otro mamífero fúnebre que
nada sabe de nosotros.
PERSECUCIÓN Y PESCA DE ANCHOVETA CON REDES DE
CERCO
«Según Heráclito, las almas
huelen lo invisible»
–te dice el patrón,
antes de mandarte a limpiar las
redes.
Juegas a que tus manos son picos
de pelícano
y quitas –uno a uno– los pequeños
peces que lloran
y fulguran desde tu interior.
También tú eres un cardumen
solitario que huye,
aunque ni los marineros más
viejos,
ni el cachalote que mendiga en la
proa del barco
son capaces de oler o ver tu luz.
No eres más que otro niño pobre
que se gana el pan.
Mientras limpias la red,
recuerdas las palabras de tu madre:
«El alma disuelta de las anchovetas
yace en las bodegas de los
barcos, mihijito».
La red está lista: recoges tus
alas y avisas al patrón,
que ordena lanzarla al mar que
florece.
Al alba, la recogen como el
pañuelo de Andrómeda,
pero ella, que ve a través de tu
madre, no te ve:
tu pie de pelícano se ha enredado
y caes
despedido
al agua.
Tu luz ilumina los esqueletos de
las ballenas
en el fondo del mar.
Uno de los peces que llora te
mira,
ya disuelto, desde mi interior.
Crees que así es la muerte
hasta que te arrojan una cuerda
que te golpea.
Te giras a cogerla y lo miras a
los ojos,
las fauces del animal se abren
tanto
que podría morder el Sol:
un enorme lobo de mar tragándose
los peces
que caen de la red.
Te sacaron del agua, hecho un
amasijo de nervios
y apenas podías hablar.
Tu alma vagó durante años en la
bodega del barco,
buscándote como un sabueso
hasta que un día abriste los ojos
y te hiciste mi padre.
En poesía ha publicado El libro de los espejos (Premio Copé de Plata de la XI Bienal de Poesía,
Lima 2003); La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad (Premio Internacional de Poesía
Joven Fundación Centro de Poesía José Hierro, Madrid 2012); El equipaje del ángel (XXVII
Premio Tiflos de Poesía, Visor Libros 2014), Las musas se han ido de copas (XV Premio Casa
de América de Poesía Americana, Visor Libros 2015) y, finalmente, Historia universal del
etcétera, con el que ha obtenido el Premio Internacional de Poesía Vicente Huidobro
(Valparaíso Editores 2019).
También autor del libro de crónicas Para retrasar los relojes de arena (Vallejo & Co., 2015) y
del proyecto “sin fin” Supercherías (Las hojas del Baobab, 2022), ha publicado las antologías A
otro perro con este hueso (Casa de Poesía, Costa Rica 2016) y 24 horas en la vida de una
libélula (Scalino, Sofía 2017).
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