Y ahora,
¿qué somos? ¿quiénes somos?
¿qué seremos
ahora que ya no podemos ser los que fuimos?
Aquí y ahora.
Hoy he vuelto a mi ciudad, que
es otra, por más que siga igual de sucia y gris. Es una ciudad de aceras
retorcidas y de invisibles muros con nombres de generales. Hay monumentos de
muerte en cada hospital y el dolor de las familias llenan los semáforos. Todos
arrastran el silencio de una ausencia, el vacío de una despedida y la falta de
rutinas para comenzar la senda del duelo. Desde los titulares comprados se
enarbolan banderas de victoria ajenas a las colas del hambre.
¿Quiénes somos ahora que hemos dejado de aplaudir
y volvemos a robarle el saludo a ese vecino
que un día nos confesó el secreto de su dentadura?
¿Quiénes somos ahora que
permanecemos en silencio
mientras vemos pasar abarrotados
los vagones en los andenes
y, como las ovejas a los
árboles, nos acercamos a ellos?
¿Quiénes sois cuando defendéis los palos de golf
que golpean con renovadas fuerzas las señales de
tráfico
y pedís libertades de añorados tiempos de
dictadura?
El próximo vagón del metro
pasará en doce minutos. Los ambulatorios permanecen cerrados y con carteles
manuscritos que anuncian nuevos recortes y bajas. Los hospitales siguen
viviendo de las estadísticas mientras los muertos se apilan en el Palacio de
hielo. Los colegios se llenan de distancia y de geles y de anuncios en las
paredes, y de mascarillas y de patios con burbujas cuadriculadas en el suelo.
Lejos quedó la danza de los
abrazos y de los besos en los reencuentros, el tacto ansiado de las caricias.
Nos hemos acostumbrado a bajar la cabeza, a sonreírnos detrás de las
mascarillas y al vaho que empaña, sin piedad, los espejos de las gafas.
¿Quiénes somos
ahora que hemos vivido tanto,
ahora
que hemos vivido lo que nunca imaginábamos,
ahora que las grandes avenidas
desiertas
no son un decorado de cine o una pesadilla
sino la geografía cotidiana de nuestros paseos?
Me observo en el espejo antes de
salir de casa. Dedico unos segundos a mirarme frente al espejo antes de cerrar
la puerta y abrirme al mundo.
Todo está correcto.
Todo cumple los cambiantes
protocolos sanitarios.
Pero ese yo que me está ahora
mirando no soy yo.
Ese yo que se difumina tras una
mascarilla azul
no
soy yo.
Ese que sigue asistiendo en silencio a las
reuniones.
Ese que sigue escuchando en silencio las noticias.
Ese que sigue aburriéndose en silencio con el
circo político.
Ese que sigue andando en silencio por las
cuadriculadas aceras
sin mirar a nadie,
sin hablar ni
cruzarse con nadie,
ese no soy yo.
Ese no quiero que sea mi yo.
Hay algo en la mirada que me delata.
Hay algo en mí que ha cambiado.
Aquí y ahora…
y para siempre.
No podemos seguir siendo los
mismos, repetir las mismas rutinas y los mismos errores después de haber visto
crecer una flor en el asfalto.
No es posible seguir corriendo
por las aceras, por los andenes, por las escaleras, por los pasillos después de
haber visto crecer una flor en el asfalto.
Una flor que duró solo unos
días.
Pero una flor plena.
Una flor ejemplo.
Una flor sin tiempo.
Una flor que siempre estará viva.
¿Podemos seguir siendo los
mismos habiendo sido otros?
Me vuelvo a mirar en el espejo y
en el espejo, por fin, me reconozco. Vuelvo a tener tiempo. Vuelvo a querer
tener mi tiempo.
Me miro en el espejo y cierro la
puerta de las dudas. En este yo sí que, por fin, me reconozco.
Hoy ha comenzado el tiempo de la
escritura. Hoy los espejos empiezan también a reconocerme. Es el momento de
vivir en la palabra y de recuperar su compromiso y el tacto necesario del
diálogo. Es el momento de darle la espalda a la miseria del presente y de recuperar
la sonrisa de los castillos de la infancia.
La palabra tiene que volver a
ocupar su centro.
Sin la palabra estamos muertos,
aunque el corazón siga bombeando sangre y llenándose los pulmones del humo de
las calles.
En cualquier rincón del mundo,
en este instante,
comienza a abrirse paso en el
asfalto
una flor,
una
flor roja,
que
ilumina, de nuevo, el horizonte.
Tan solo una flor
abriéndose
paso
entre el gris cotidiano,
llenando de palabras rojas
los besos y cada uno de nuestros
gestos.
¿Cómo volver a ser de nuevo lo
que fuimos,
después de haber visto crecer
una flor en el asfalto?
Aquí y ahora.
José Manuel Lucía Megías. Flores en el asfalto. Madrid, Huerga & Fierro, 2021
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