Un
momento muy impresionante de esa opción por la destrucción lo
encontramos en cierto paso de La cuestión del carbón (1865) de William
S. Jevons. El economista inglés, consciente de la finitud de los recursos
fósiles, escribe que “tenemos que hacer una elección trascendental entre una
breve, pero verdadera opulencia, y un período más largo, pero de continuada
mediocridad”.[1] En términos del debate
actual diríamos: se trata de elegir entre una prosperidad capitalista ecocida a
corto plazo y los esfuerzos por una sustentabilidad con justicia a largo plazo.
Y lo impresionante es que Jevons, con pleno conocimiento de causa y
representando en cierta forma a su sociedad (la Inglaterra imperialista del
siglo XIX), ¡opta por lo primero!
Otro
ejemplo (y se podrían multiplicar): en 1914 Louis de Launay, un ingeniero de
minas francés (miembro de la Academia de Ciencias), anticipa en La Nature (la
principal revista francesa de divulgación científica en ese momento) un
horizonte de agotamiento de los recursos fósiles, en la línea de Jevons. Pero
advierte también frente a la posibilidad de cambios climáticos dañinos:
Para producir
unos 8 billones de combustibles minerales, ¿cuántos vegetales han hecho falta,
acumulados y accidentalmente preservados de la combustión a lo largo de los
tiempos geológicos? Pero el día en que estos ácidos carbónicos sean restituidos
a las capas inferiores del aire a través de las chimeneas de nuestras fábricas,
¿qué cambios (cuya fase inicial ya observamos sobre las grandes ciudades
industriales) no dejarán de producirse poco a poco en nuestros climas?[2]
¿Cómo
explicar esa opción bastante consciente por la destrucción que ha ido
afirmándose durante los dos últimos siglos? Diría que hay que tener en cuenta
al menos cuatro elementos: el colonialismo europeo y luego la competencia
geopolítica entre diversas potencias imperialistas, los efectos sistémicos del
capitalismo como modo de producción autoexpansivo, una ideología prometeica
tecnófila que no dejó de ganar terreno, y el avance de los procedimientos de agnotología
(fabricación deliberada de zonas de ignorancia, invisibilización de los
“costes del progreso”, difusión de diversos negacionismos).[3] Y así
cabe concluir, con Bonneuil y Fressoz, que hemos de invertir la perspectiva
convencional:
Cuando
consideramos la variedad y generalidad de los fenómenos de oposición y lucha
[contra las destrucciones ecológicas], así como las formas diversas que ha
adoptado la reflexividad ambiental a través de la historia, el problema
histórico importante ya no parece ser el de explicar la “toma de conciencia
ambiental”, sino más bien comprender cómo las elites industrialistas y
“progresistas” han podido contener en los márgenes todas esas luchas y alertas
y luego sumirlas en el olvido.[4]
[1] Citado en Ricardo Almenar,
El fin de la expansión. Del mundo-océano sin límites al mundo-isla, Icaria,
Barcelona 2012, p. 42.
[2] Louis de Launay, “Les ressources en combustibles
du monde”, La Nature núm. 2127, 28 de febrero de 1914; citado en
François Jarrige, Techno-critiques. Contester les techniques à l’ére
industrielle, La Découverte, París 2014, p. 175.
[3] Sobre esto último resulta
de interés el capítulo 9 del libro de Bonneuil y Fressoz recién citado, L’événement
Anthropocène.
[4] Bonneuil y Fressoz, L’événement Anthropocène, op.
cit., p. 315.
Jorge Riechmann. Ecologismo: pasado y presente (con un par de ideas sobre el futuro). Ed. Libros de la Catarata, 2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario