documentos de pensamiento radical

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miércoles, 24 de abril de 2024

ECOLOGISMO: PASADO Y PRESENTE (con un par de ideas sobre el futuro) -fragmento V-

 


Tenemos unas élites genocidas y ecocidas; un Tercer Mundo esquilmado; una clase media occidental que piensa que su bienestar se lo debe al capitalismo y no a las luchas obreras; unos pobres decepcionados, desarticulados y faltos de esperanza. Por dónde empezamos a arreglar esto…[1]

Azahara Palomeque

 

Las clases medias urbanas (venidas a menos) que se creen la propaganda del “no te conformes con menos”, the sky is the limit y “lo mejor está por llegar”, en un mundo de recursos escasos que se precipita al colapso ecológico-social, ¿podrán evitar convertirse en nazis? Es la tragedia política del Siglo de la Gran Prueba.

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¿Soberanía del consumidor? ¿Poder de los consumidores? Sólo se podrían poner esperanzas en algo así si la masa de consumidores no fuese ella misma un producto del capitalismo corporativo. Los conglomerados de poder empresarial manufacturan hoy las subjetividades de los compradores de mercancías, igual que manufacturan las mercancías. El poder potencial del consumidor, que es real, no puede actualizarse en tanto él o ella actúan como consumidores aislados; sólo a través de la articulación de los ciudadanos. Hay que insistir en ello: hay sobreconsumo porque hay sobreproducción (y entre lo mucho que se produce están también los deseos de muchas formas de consumo), y hay sobreproducción porque el afán de beneficio mueve la rueda de la acumulación de capital. Tal y como sugieren los ecosocialistas de lengua francesa Daniel Tanuro y Michael Löwy, la crítica cultural del consumismo es necesaria, pero no suficiente.


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El sistema capitalista tiene un poder de cooptación tan grande que cualquier porquería que anuncia se convierte inmediatamente en una manía. (…) Sabemos que tenemos que renunciar a las cosas que están arruinando nuestra vida en el planeta, el problema es que la gente sólo quiere renunciar a ellas por otras cosas más nuevas y bonitas…[1]

 

En la mayoría de los casos, las soluciones win-win presuponen un capitalismo expansivo en un mundo sin límites: es decir, presuponen un mundo irreal. En las duras realidades a las que hacemos frente, se trataría ⸺nada menos⸺ de cambiar radicalmente los modos de producción y consumo: salir del capitalismo y de los “modos de vida imperiales”. No se puede, a la vez, conservar el pastel y comérselo ⸺nos dice la lengua inglesa. ¿Argucias comunicativas para contrarrestar dinámicas sistémicas? No, eso no va a funcionar. Como argumentan Luis González Reyes y Adrián Almazán, no minusvaloramos la importancia de urdir buenos relatos, pero el peso de la acción ecologista debería recaer en construir prácticas alternativas que se conviertan en hábitos.[2] Un programa de autoconstrucción colectiva (y personal), diría yo en mis propios términos.

 

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Joseph Goebbels, el gran jefe de la propaganda nazi, era un maestro de distorsionar la verdad, pero esto ha ido más allá con los populistas de hoy. En cierto modo, no creen que la verdad como tal exista, y esto es muy preocupante, porque hoy en día tenemos redes sociales, y es así como difunden sus mentiras. (…) Es un peligro para la democracia, porque menoscaba la confianza en las instituciones y en la verdad. Cuando la gente empieza a creer que no hay una verdad objetiva, sólo opinión, se abre la puerta a la destrucción de la sociedad (…). Un proyecto [de investigación] que dirigí sobre teorías de la conspiración detectó que se propagan mucho más entre quienes se sienten ignorados por el sistema político. La gente se siente desamparada y esto es lo que alimenta el populismo.[1]

 

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Doy por sentada la primera afirmación: pensar en salidas a la crisis ecológico-social no remite de entrada a avances tecnológicos (aunque algunos serían sin duda bienvenidos) sino a transformación social, económica y cultural. Llevo toda mi vida de adulto insistiendo sobre esto. Y también acepto que necesitamos nuevos relatos. Somos Homo narrans, interpretamos la realidad mediante relatos, la buena ficción nos encanta, nos construimos a nosotros mismos mediante narraciones.


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Y así llegamos a la sugerencia, muchas veces implícita y otras explícita, de olvidarnos de la reflexión racional (aquel jinete inútil) y entregarnos a la emoción y al relato. Omnipresente mandato en estos tiempos de asesores políticos expertos en mercadotecnia y spin doctors que no se cansan de repetirnos que la comunicación eficaz es lo importante, pero la verdad no cuenta. “El like está ganando la batalla al think”.[1]


(...)


Hoy no necesitamos (prioritariamente) acumular más datos sobre la crisis multidimensional, o frangollar nuevos modelos científicos: necesitamos sobre todo construir movimiento social. Los problemas ecológicos son, esencialmente, asuntos sociopolíticos y culturales. Presentarlos como cuestiones técnicas ⸺así lo hace sistemáticamente la cultura dominante⸺ es un reduccionismo que trabaja a favor de la ilusión de un “capitalismo verde” ⸺pero esa expresión es un oxímoron.[1] Hoy no necesitamos (prioritariamente) más avances técnicos, aunque algunos de ellos puedan ser bienvenidos, sino otra praxis social. Necesitamos construir movimiento social. Tiene razón el economista Jean-François Noubel cuando apunta que “los mayores retos de la humanidad no son el hambre, la pobreza, el desarrollo sostenible, la paz, la salud, la educación, etc., sino nuestra capacidad de organizarnos colectivamente para poder resolverlos”.[2]

 

Lo “verde” no es el coche eléctrico, pongamos por caso: es caminar, pedalear y usar transporte colectivo. Darnos cuenta de esto resulta fundamental. Ahora bien, no hay que insistir en que, criados como estamos dentro de la cultura de expansión de la Modernidad, pedir contracción, ascesis y decrecimiento no resulta de entrada una opción muy popular. Hoy no luchamos por construir la brillante utopía, sino para evitar las distopías peores. Y sabemos además que hay ciertos factores psicológicos ⸺como la aversión a la pérdida que todavía dificultarán más nuestro empeño.[3] ¿De dónde, entonces, el atractivo para la transformación socioecológica necesaria? ¿Cómo proporcionarnos motivación ético-política suficiente, en nuestras sonámbulas e infantilizadas sociedades? ¿A qué podemos recurrir como perspectiva positiva? Diría que sobre todo a estos siete elementos:

1.    El amor por los hijos e hijas, las nietas y nietos (y me refiero al amor concreto, no a un abstracto “instinto de supervivencia” humano en cuya solidez sería necio confiar).

2.    Libertad real (no nuestro fantasear con ella desde una profunda enajenación), fuera del horizonte de consumismo totalitario que se nos ofrece como única opción: libertad para vivir la propia vida de acuerdo con decisiones y valores personales. Tomar nuestro destino en nuestras propias manos. Esta libertad real se coimplica con la igualdad, como he argumentado en otros lugares.

3.    Comunidad ⸺y este vivir en comunidad (en comunidades) resulta esencial para los simios supersociales que somos los seres humanos.[4] Podemos resumir los dos puntos anteriores en una vida con mucha menos enajenación que las que hoy vivimos, una existencia humana menos alienada.

4.    De esa existencia menos alienada formaría parte el trabajo con sentido, que puede convertirse en un placer ⸺incluso cuando se trata de duro trabajo físico, en el campo por ejemplo cuando se evita una excesiva parcelación del mismo y la privación de los frutos de ese trabajo. William Morris formuló vívidamente el objetivo de esa recuperación de un trabajo semiartesanal o artesanal no divorciado de la producción de belleza. Hacer bellos los objetos cotidianos y los entornos vitales es necesario “para impedir que los seres humanos sean un pegote feo y degenerado que se adhiere a la superficie terrestre”.[5]

5.    Riqueza en tiempo y en vínculos sociales, capaz de compensar las pérdidas de riqueza material que se seguirán de la renuncia al extractivismo.[6] Por aquí enlazaríamos con la socialidad del Sur que, a partir de Pier Paolo Pasolini y Michel Maffesoli, nos propone Amador Fernández Savater.[7]

6.    Una existencia de resonancia con la vida y conexión con el cosmos. La resonancia (en el sentido que dio a este término el filósofo canadiense Charles Taylor) es en cierta forma lo contrario de la alienación. Como señala Hartmut Rosa, “la vida buena se obtiene resonando con nuestro entorno, viviendo conectados con el mundo. En las relaciones, en el arte, en la naturaleza... buscamos estar en contacto con la existencia, que nos emocionen y emocionar a los otros.”[8]

7.    Un nuevo sentido de la vida (vida buena con dignidad humana y tratando bien a la Tierra, reconciliando natura y cultura) que puede proporcionar buenos mimbres para tejer el cesto de la “autorrealización” (vida lograda o cumplida). La sensación de vivir una vida con sentido (incluso si tiene aspectos duros y comprometidos) es una de las motivaciones más fuertes que podemos experimentar los seres humanos.

 

El mundo ha de ser para los seres humanos un hogar con el que conectemos emocionalmente ⸺no un reservorio inanimado de recursos para explotar.[9] Parece haber, sugiere Hartmut Rosa, dos grandes formas o sistemas culturales para establecer esa clase de conexiones profundas con el mundo, entrando en una suerte de conversación con él: la religión y el arte (“que, al decir de los románticos, despierta el mundo para que responda con cantos”).[10] Ahora bien, la religión ⸺sugiere la gran Karen Armstrong⸺ puede considerarse en realidad una forma de arte.[11] Tendríamos entonces el arte, en ese sentido antropológico muy amplio (que incluiría la religión)… y también la ciencia, como una forma privilegiada de diálogo con la realidad. (En la base de la ciencia, en efecto, se halla el respeto por la realidad y por la alteridad. La realidad ⸺las realidades⸺ existe como algo diferente al yo o al grupo humano: la reconozco, la aprecio como lo otro, la investigo sin pretender reducirla a mí ⸺o a mi grupo humano⸺. Es cierto que aquí se abre una disyuntiva: investigar la realidad ⸺las realidades⸺ puede hacerse en el modo de la dominación y la tortura o en el modo de la contemplación, la admiración y el respeto.)[12] Necesitamos al arte y necesitamos a la ciencia para conversar con el mundo, y sentirnos en él como nuestro hogar. Esa sensación de conexión que expresa el poema HOY del poeta afrobrasileño Solano Trindade:

Hoy estoy exuberante,/ estoy poroso de poesía./ Como el liberto/ recién salido de la cárcel,/ canto,/ aprecio el sol,/ aprecio la lluvia,/ aprecio al hombre que pasa;/ hay gracia en todo,/ en el colorido de los vestidos de las mujeres,/ en el caminar de los niños,/ en las frutas de los puestos,/ en todo hay gracia;/ en el jardín de la plaza,/ en las flores del jardín./ Hoy estoy exuberante,/ estoy poroso de poesía…”[13]

 

¿Sobreviviremos a la catástrofe que han generado las naciones industriales (que “han abierto las puertas del infierno”, decía Antonio Guterres, secretario general de NN.UU., en la mini-cumbre climática de Nueva York, el 20 de septiembre de 2023), aprenderemos la lección en el tiempo dificilísimo que viene y seremos capaces de regresar, y avanzar, hacia formas correctas de vivir (formando parte de la Madre Tierra y celebrando su belleza y generosidad)? No tenemos ninguna seguridad. Pero los movimientos ecologistas van a seguir luchando, haciendo suya la forma en que anuncian su determinación los pueblos originarios: defendemos el agua porque somos agua, defendemos la tierra porque somos tierra… No somos defensores de la naturaleza: somo la naturaleza que se defiende.

 

En la primavera de 1799 el gran naturalista alemán Alexander von Humboldt, que entonces tenía treinta años, realizó observaciones científicas en la Sierra de Guadarrama (a él se debe el primer perfil topográfico de la Sierra). Estaba de viaje por la Península Ibérica y las Islas Canarias, antes de cruzar el Océano Atlántico rumbo a tierras americanas.[14] Me es muy grato pensar en von Humboldt –un hito muy importante en el desarrollo de lo que luego llamaremos pensamiento ecológico– trabajando cerca del lugar desde donde escribo estas páginas: Cercedilla, en la Sierra de Guadarrama, cerca de las lindes de un Parque Nacional por cuya creación lucharon muchas y muchos ecologistas durante lustros.[15]

 

Cercedilla, desde el otoño de 2022 al verano de 2023

 



[1] No cabe ecologizar una megamáquina de producción y consumo que sólo puede funcionar bien destruyendo cada vez más naturaleza… Una economía ecológica no puede ser capitalista. En los decenios últimos, las curvas de crecimiento de la “conciencia ecológica” medida demoscópicamente van en paralelo con las curvas de aumento del uso de energía y recursos naturales. “Capitalismo verde” es un oxímoron. Lo ha vuelto a argumentar exhaustivamente Richard Smith en Green Capitalism –The God that Failed, World Economics Association Book Series vol. 5, College Publications 2016.

[2] Citado por Félix Riera, “La revolución pendiente”, Culturas/ La Vanguardia, 27 de mayo de 2017.

[3] “En determinadas situaciones el miedo a perder algo puede ser una motivación mucho más poderosa que la esperanza de ganar algo, en parte porque una vez que poseemos algo (un objeto, un valor ético, etc.) empezamos a valorarlo mucho más. (…) La aversión a la pérdida también influye en nuestras decisiones sobre el estilo de vida. Aumentar el consumo cuando las personas tienen dinero para ello es psicológicamente muy sencillo. Reducir de cualquier manera significativa (por ejemplo, mudarse a una casa más pequeña o reducir la cantidad de electrodomésticos que uno tiene) parece doloroso, incluso cuando en el pasado esa persona haya sido completamente feliz con un nivel más bajo de consumo.” Nick Cooney, Cambio en el corazón –Cómo puede enseñarnos la psicología a generar el cambio social, Plaza y Valdés, Pozuelo (Madrid) 2015, p. 58 y 59.

                Daniel Kahneman y Amos Tversky han estudiado este fenómeno en profundidad. Véase por ejemplo Kahneman y Tversky, “Choices, values and frames”, American Psychologist vol. 39 num. 4, 1984; y Daniel Kahneman, Pensar rápido, pensar despacio, Debate 2012, p. 367-371.

[4] En el capítulo 10 de mi libro La habitación de Pascal (Ensayos para fundamentar éticas de suficiencia y políticas de autocontención) (Catarata, Madrid 2009), titulado “Sobre socialidad humana y sostenibilidad”, argumenté que dos de los deseos básicos de los seres humanos (bienestar personal y potencia de obrar) pueden actuar intensamente contra nuestras perspectivas de sostenibilidad. Para contrarrestar estas tendencias –que, extremadas, desembocan en un nada improbable colapso donde se combinarían ecocidio y una suerte de antropocidio-- habría que apoyarse sobre todo en otro deseo fundamental, en de vínculos sociales, tratando de reforzar y enriquecer la socialidad básica del ser humano.

                Un autor contemporáneo que explora la fuerza de lo comunitario es Sebastian Junger (en Tribu, Capitán Swing 2016). Comentando este libro, y resumiendo una de sus tesis, Manuel Jabois escribía: “Cuando la moderna sociedad estadounidense invadía un mundo, el de los indios, que no había mejorado tecnológicamente en 15.000 años, se encontró con que los prisioneros preferían quedarse en las tribus cuando eran rescatados. Franklin escribió que a pesar de educar a un niño indio y habituarle a sus costumbres, si se le dejaba cinco minutos con sus parientes no volvía. Un emigrante escribió en 1782: ‘Miles de europeos son indios, y no tenemos un ejemplo de que indio haya elegido convertirse en europeo’…” (“Tribu”, El País, 25 de enero de 2017; http://elpais.com/elpais/2017/01/24/opinion/1485280565_272926.html ). En una jugosa entrevista Junger lo explicaba así: “Un amigo vivió un año escondido en unas cuevas de las montañas cuando los alemanes entraron en su pueblo. Eran unas 150 personas. Juntas buscaban comida. Los nazis no sabían que estaban ahí. El abuelo de mi amigo dice que fue el mejor momento de su vida y siempre le ha pesado que terminara. También fue obviamente el peor momento de su vida. ¿Cómo se explica eso? Mi libro trata de explicar esta contradicción…” (Sebastian Junger: “Competir con un grupo rival nos hace sentir bien”, El País, 11 de junio de 2017; http://cultura.elpais.com/cultura/2017/06/09/actualidad/1497007904_425225.html ).

[5] William Morris, La Era del Sucedáneo y otros textos contra la civilización moderna, Pepitas de Calabaza, Logroño 2016, p. 77.

[6] Como ha señalado Manfred Linz, “debemos describir el bienestar como un compuesto de tres elementos: riqueza en bienes, riqueza en tiempo y riqueza relacional. La riqueza en bienes y la riqueza en tiempo no precisan de demasiada aclaración. La riqueza o bienestar relacional se orienta al espacio social donde me muevo, e intenta lograr situaciones en las cuales me sienta acogido, reconocido; situaciones en las que las relaciones sociales sean satisfactorias y tenga para esas relaciones atención y tiempo suficiente. El aspirar a cada vez más bienes, a cada vez más cantidades de todo lo que me pueda permitir, suele ir en detrimento del tiempo libre y de las relaciones logradas. Y cuando me importa demasiado lo que desearía poseer, eso menoscaba la satisfacción derivada de disponer de mi propio tiempo y vincularme con otras personas.” Manfred Linz en Jorge Riechmann (coord.), Vivir (bien) con menos, Icaria, Barcelona 2007, p. 12.

[7] “Según el sociólogo (de la vida cotidiana) Michel Maffesoli, siempre ha existido, insistido y resistido una socialidad del sur. Una socialidad difusa, sumergida y oculta, difícil de ver pero presente, capaz de rebelarse y activarse si resulta amenazada. Una dinámica informal (formas de vínculo, de pertenencia subjetiva, de hacer práctico) determinante en la vida diaria, como substrato o ‘manto freático’ de la existencia colectiva.

¿En qué consiste esta socialidad del sur? En primer lugar, es un impulso vital, a-racional. Una voluntad de vivir, un querer vivir. Pero no vivir de cualquier modo, sino afirmando un tipo de vínculo, un tipo de existencia, una cierta idea de felicidad: un estar-juntos antropológico. Es también un conjunto de saberes y estrategias para reproducir esos vínculos, esas formas de vida.

Ese ‘sur’ se refiere original e históricamente a los países mediterráneos y latinoamericanos, pero se convierte enseguida en la obra del autor en una noción más movediza que apunta a ‘valores’ y ‘climas afectivos’ más que a una localización geográfica. En ese sentido, hay ‘sur en el norte’, como también hay ‘norte en el sur’. Colonia (vividora, alegre, habladora, proletaria) sería el ‘sur’ en Alemania y la financiera Frankfurt, el ‘Norte’. Podemos entresacar ahora cinco ‘valores’ (lo que vale) para esta socialidad del sur:

—en primer lugar, el presente: la vida no se proyecta ‘hacia adelante’ (un futuro de salvación, de perfección), sino que se afirma ‘ahora’. Esa cierta despreocupación hacia el mañana no excluye (¿paradójicamente?) una obstinación por reproducirse y durar. La temporalidad de la socialidad del sur es intensa y no extensa, pero ella se empeña en ‘perseverar en su ser’.

—en segundo lugar, el vínculo: La vida se da en continuidad con otros, entramada con otros, enredada con otros. No solamente por necesidad, sino también por el placer de compartir. El vínculo más apreciado es el vínculo cercano, próximo, al alcance de la mano (lo táctil como valor). Este ‘aquí’ no nos separa de lo que está ‘allí’ (lo lejano), sino al revés: a partir de lo que vivimos ‘aquí’ nos puede resonar algo ‘allí’.

—en tercer lugar, lo trágico: la asunción de la anarquía de lo que hay, de lo que es. No se trata de ‘solucionar’ o ‘superar’ lo dado (incierto, oscuro, múltiple), sino más bien de saber ‘componérselas’ con ello. Otra relación pues con el mal, el riesgo o la muerte, que no son algo a erradicar (según las lógicas imperantes del control, la securización y la previsibilidad total), sino un costado de la vida (y también pueden ser fuerza, palanca, si nos sabemos componer).

—en cuarto lugar, lo dionisíaco: no la vida encerrada en uno mismo (trabajo, éxito, progreso), sino la vida ‘extática’ que busca salir de sí a través del goce del cuerpo, el gusto por la máscara y el disfraz (las apariencias), la fusión con el otro en las celebraciones colectivas (musicales, deportivas, religiosas), etc. Exceso, derroche, vértigo, entrega, destrucción: lo ‘dionisíaco’ son tanteos con la alteridad.

—por último, el doble juego: no la pasión por lo recto, lo frontal y lo explícito, sino por el desvío, la astucia, el apaño, el rebusque, la brega, la duplicidad, el disimulo, el juego con la ley y la norma, las estrategias informales de conservación y supervivencia (mía y de los míos). No la pasión por corregir y enderezar, sino por sortear, regatear, driblar y burlar.” Amador Fernández Savater, “Una vida que se basta a sí misma: la revancha de los valores del sur”, eldiario.es, 30 de junio de 2017; http://www.eldiario.es/interferencias/capitalismo-crisis-revolucion_cultural_6_660094029.html

[8] Continúa el sociólogo y filósofo alemán: “Las experiencias de conexión siempre tienen una calidad transformadora. La mala vida es una vida alienada, puedes tener mucho dinero y relaciones, pero si pierdes la resonancia, acabas quemado. (…) Cuando en las encuestas preguntamos a la gente cuál fue la última vez que se sintió feliz, suele contarnos una historia que acaba con “...eso realmente me emocionó”: conectividad. (…) En el mundo moderno neoliberal no existe ningún refugio en el que podamos decir “ya tengo suficiente”. En cuanto permaneces en el mismo peldaño te vas para abajo, pierdes tu posición. (…) La energía que mueve esa enorme rueda proviene del propio sistema, pero también de nosotros. Hay que comprender cómo funciona el capitalismo. (…) Nuestro deseo básico de conexión se ha enmascarado en un deseo de bienes y objetos. Quiero un móvil para estar conectado con mis amigos, pero acabo atrapado en el consumo del último modelo, por eso los objetos siempre nos decepcionan. (…) Así funciona el capitalismo: hemos de sentirnos lo suficientemente decepcionados para no estar satisfechos, pero no lo suficiente como para dejar de comprar. Si lo entiendes, podrás hacer algo al respecto…” Hartmut Rosa, “La sociedad moderna necesita crecer para permanecer igual”, entrevista en La Vanguardia, 3 de mayo de 2016; http://www.lavanguardia.com/lacontra/20160503/401523102929/la-sociedad-moderna-necesita-crecer-para-permanecer-igual.html

En otra entrevista, este sociólogo alemán declara que “necesitamos una nueva concepción de qué es vivir bien, una visión más cultural. Sólo podemos llevar esto a cabo de forma colectiva. Creo que el gran error de nuestra era es la firme creencia de que el crecimiento, la aceleración y la innovación hacen la vida mejor. En muchos sentidos, nos hacen cada vez más miserables. Así que pensemos en ello de otra forma: creo que podemos determinar el punto en el que el crecimiento perpetuo conlleva la alienación -de la gente, de los lugares, de las cosas, de nuestras actividades, de nuestros cuerpos, etc. El opuesto a esta alienación es, creo yo, la resonancia. Somos felices cuando sentimos que el mundo resuena con nosotros: cuando responde y vibra a nuestro contacto. Tenemos este tipo de experiencias cuando interactuamos con los demás, pero también gracias al arte, la música, la naturaleza, el océano o las montañas, y para mucha gente, también gracias a la religión. Pero en cada caso la resonancia sólo puede desarrollarse cuando gozamos del tiempo necesario para que cada uno pueda hacer suyos los lugares, los libros, la gente. Así, al final, podemos re-conquistar el mundo, y obtendremos una vida mejor para todos. Esa es, al menos, mi visión” (“Cuanto más rápido vivimos, menos tiempo tenemos”, entrevista en El Confidencial, 17 de marzo de 2012; http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2012-03-17/cuanto-mas-rapido-vivimos-menos-tiempo-tenemos_501839/ ).

Bueno, ya se sabe que los Beach Boys encomiaban las good vibrations. Y mi difunta tía Enriqueta, cuando tenía reunidos en torno a sí a sus seres queridos, en la sobremesa de una buena comida: “Qué bien se está cuando se está bien…”

[9] “Con el advenimiento del industrialismo y el colonialismo se produjo un quiebro conceptual. Los ‘recursos naturales’ se transformaron en aquellas partes de la Naturaleza que eran requeridas como insumos para la producción industrial y el comercio colonial. (…) La Naturaleza, cuya naturaleza es surgir nuevamente y rebrotar, fue transformada por esta concepción del mundo originariamente occidental en materia muerta y manejable. Su capacidad para renovarse y crecer ha sido negada. Se ha convertido en dependiente de los seres humanos.” Vandana Shiva citada en Alberto Acosta y Ulrich Brand, Salidas del laberinto capitalista, Icaria, Barcelona 2017, p. 64.

[10] Hartmut Rosa, Alienación y aceleración. Hacia una teoría crítica de la temporalidad en la modernidad tardía, Katz, Madrid/ Buenos Aires 2016, p. 180.

[11] “Creo que todas las religiones tienen unos elementos particulares positivos y una serie de defectos. No hay una religión mejor que otra. La gente siempre ha luchado por encontrar sentido a la vida. Veo la religión como un tipo de arte. Los humanos caemos muy fácilmente en la desesperación y buscamos consuelo en cosas como el arte o los sueños de belleza y justicia…” Armstrong entrevistada en El País, 1 de junio de 2017; http://cultura.elpais.com/cultura/2017/05/31/actualidad/1496216971_762655.html

[12]  En la primera perspectiva (dominación), son famosas algunas formulaciones de Francis Bacon (1561-1626) que compara la experimentación sistemática con la violación y la tortura de la naturaleza, concebida como una hembra. La epistemóloga feminista Carlyn Merchant sostiene que la filosofía de Bacon “trata a la naturaleza como una hembra a la que hay que torturar con inventos mecánicos”, al modo de “los instrumentos mecánicos empleados para torturar a las brujas”. ¿Fue Bacon tan malo como a veces lo pintamos? Una defensa en Lothar Schäfer, Das Bacon-Projekt. Von der Erkenntnis, Nutzung und Schonung der Natur. Suhrkamp, Frankfurt am Main 1993.

Hegel y Schelling consideraron la experimentación científica como un acto de violencia contra la naturaleza (punto de vista que retoman, en el siglo XX, Adorno y Horkheimer).

La alternativa sería la praxis de Alexander von Humboldt, quien encarnó como nadie la idea de una ciencia concebida como interminable diálogo con la naturaleza, ciencia orientada no por la dominación sino por la aspiración al disfrute de la vida… No en balde suele verse en él la síntesis lograda entre Ilustración y Romanticismo (otros pensadores y artistas que se sitúan en ese interesante lugar: Leopardi, Hölderlin, Mozart)… Alexander von Humboldt (1769-1859) es uno de los precursores (o quizá habría que decir más bien uno de los fundadores) de la ecología, las “ciencias de la Tierra) y los esfuerzos por comprender las totalidades que en la segunda mitad del siglo XX desembocarán en la teoría de sistemas y los enfoques de la complejidad.

[13] Solano Trindade, Poemas antológicos (edición de Bethania Guerra de Lemos y Juan Bautista Rodríguez Aguilar), Rapsoda Editorial, Pozuelo (Madrid) 2015, p. 45.

[14] Véase Miguel Ángel Puig-Samper y Sandra Rebok: Sentir y medir. Alexander von Humboldt en España, Ediciones Doce Calles, Aranjuez 2007. (En la colección Theatrum Naturae, que se publica en colaboración con el Departamento de Historia de la Ciencia del Instituto de Historia del CSIC.) En la p. 120, en el gráfico “Puntos de elevación desde el mar de Valencia hasta S. Ildefonso” (reproducido de los Anales de Historia Natural 1, octubre de 1799), ¡la Venta de Cercedilla!

[15] Aunque, de forma decepcionante, cuando finalmente se creó en 2013 dejó fuera de su perímetro buena parte del territorio que hubiera debido ser protegido. Y la situación en estos parajes no ha dejado de deteriorarse después…



[1] La fórmula es de Antoni Gutiérrez-Rubí en Gestionar las emociones políticas, Gedisa, Barcelona 2019. Gutiérrez-Rubí cita a Niall Ferguson, el conocido historiador británico, quien postula que “ya no vivimos en una democracia. Vivimos en una emocracia, en la que las emociones mandan más que las mayorías y los sentimientos cuentan más que la razón. Cuanto más fuertes son tus sentimientos, más fácil los transformas en indignación y más influyente eres”. Y luego él mismo señala (no sabemos bien si quejoso o entusiasmado) que “la política hedonista (sobre)actúa bien en una sociedad conectada de atención limitada, acelerada y en competencia permanente corriendo hacia homologables significantes vacíos. Gustar desplaza el pensar. Y parte de nuestra política renuncia a decir la verdad de lo relevante para quedarse en la ocurrencia de lo superficial. La deriva narcisista de este proceso parece imparable. Y, con ello, la devaluación de la palabra y del compromiso. El vínculo ideológico y político se diluye frente al vínculo emocional y estético…”



[1] Richard Evans, “Sin verdad objetiva, se abre la puerta a la destrucción de la sociedad” (entrevista), Ideas/ El País, 20 de agosto de 2023.



[2] Luis González Reyes y Adrián Almazán, “La insuficiencia de centrar la estrategia en la comunicación”, sección en su (estupendo) libro Decrecimiento: del qué al cómo, Icaria, Barcelona 2023, p. 199 y ss.


[1] Tuit del 11 de septiembre de 2023: https://twitter.com/Zahr_Bloom/status/1701107771079331909





Jorge Riechmann. Ecologismo: pasado y presente (con un par de ideas sobre el futuro). Ed. Libros de la Catarata, 2024.

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