Yo soy comercial: voy de puerta en puerta
y vendo enciclopedias de colores.
No hay palabras en ella, solo luz.
A aquel que me recibe yo le digo:
señor, señora, alegre sus mañanas
con lo que tiene fuera de su alcance.
La ballena que canta en el océano
el talacín extinto de Tasmania
las grullas que se burlan de fronteras.
Señor, señora, no hablen ni señalen.
No sean la pesadilla del dormido.
No profanen ni adornen el hogar de los otros.
Háganle el boca a boca a los delfines
y eviten que sus crías se amamanten
del frío estéril de un casco de hierro.
Se aprecia majestad en lo elusivo
y elegante es pasar sin hacer daño.
Entre lo ignoto y nosotros hay un haz de luz
como lo hubo entre dios y los santos medievales.
El mundo que no vemos nos arropa
con páginas azules y livianas.
Vendo un mapa cruzado por heridas
antes de que caduquen sus caminos.
No el ataúd de bronce, sino el ala audaz
Lech Welch
A la salida de la gran ciudad
un edificio elegante y muy solo
como el invitado más borracho de la boda.
Lo rodea un paisaje calcáreo:
polvos de arroz para tapar impurezas.
En el matrimonio de la nada con la nada
las familias han huido de los balcones.
¿Quién puede engendrar en una metáfora?
Unos kilómetros adelante, buitres en círculos
cercando la carroña que sigue a toda fiesta.
Yo seré su banquete de mañana.
Les digo sí quiero a los seres libres
que subieron de las praderas a las nubes
para ser un puro átomo del vuelo.
En esta aventura que nos costará todo
morir al menos una con el mundo.
Abandonar la estirpe de los desahuciados
porque no supimos cuidar la casa prestada.
Sobrevividnos, buitres, y contad nuestra historia.
Dibujad en el cielo la forma de la alianza
y no acaben nunca vuestras nupcias con la vida.
Comprendimos muy tarde que el clima es un ser vivo
y no líneas y cifras sobre un mapa.
Que la abeja era un ser complejo y caro
y en sus alas bailaba nuestra suerte.
Amamos la inmortalidad más que a la vida
y conseguimos dejar un legado
una firma indeleble, una herencia.
Nos tendrá en su memoria todo inocente
o animal que tachamos de la lista.
En un pasado puro reside el misterio:
cómo era ser Emily Dickinson
cantar al árbol sin ser su verdugo
guardar el apocalipsis en un libro.
Dejar intacto el mundo detrás.
Ana Pérez Cañamares. En: Se agota el tiempo: rebelión poética por el clima. Ed. La Vorágine / Voces del Extremo. 2024
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