documentos de pensamiento radical

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lunes, 13 de mayo de 2024

7 poemas de KABUL (crónica de un silencio) de JOSÉ MANUEL LUCÍA MEJÍAS

 


[21]


Kabul se ha reducido a números.
Un algoritmo más de las estrategias políticas.
16.000 son los repatriados en cuatro días.
400 millones congelados por los alemanes.
12 muertos en el aeropuerto de Kabul.
48 los primeros afganos que llegan a España.
7 los primeros que llegaron a Berlín...

Números. Cifras. Estadísticas que todo lo justifican.

2 billones de dólares invertidos.
2400 muertos extranjeros en veinte años.
4 muertos en las protestas de Asisalad.
9000 millones de reservas en el extranjero.
200 personas protestan ante el Palacio presidencial.

Cifras. Números que nada dicen de las lágrimas de rabia,
de los besos rotos,
de los gritos de odio,
de las redadas,
                puerta a puerta,
buscando a las mujeres de labios pintados,
de tobillos con pulseras y uniformes.
Buscando a los traductores e intérpretes,
a los hombres que no se atreven a vivir sin barba
o a los niños que ayer corrían detrás de los tanques extranjeros.

Kabul se ha reducido a un cuadro estadístico.

[19 de agosto]

 

 

[31]


No se sabe cuáles fueron sus últimas palabras.

Ni se oyeron.
La multitud, como un animal, corría.
Al lado del avión buscando la pista de despegue.
Al lado de los muros del aeropuerto de Kabul.
Al lado de las cunetas de las carreteras.
Al lado de las avenidas desiertas.
Al lado de las oficinas cerradas de las embajadas
y de los camiones abandonados en medio de la calle.
Y después solo silencio.
Y un zapato en medio de la pista.
Y el recuerdo de la sangre en medio de la pista.
Y un grito antes del silencio.
Y un grito antes de saltar a la pista.
Un grito un segundo antes del silencio.
Un silencio acusador.
Como sus últimas palabras. 


[21 de agosto]


 

[33]


Necesito tocarte una vez más.
Acariciarte una vez más.
Volver, una vez más, a sentir cerca de mi cuerpo
el tacto generoso de tu cuerpo.
Sentir, una vez más, entrelazados tus pies
en el horizonte de mis pies.

Vuelves a tu aldea en el valle de Panjshir.
Se lo debes a tu familia y a la historia.

Yo me quedaré en Kabul, una vez más.
Se lo debo a mi madre y a mi familia.
Aceptaré el matrimonio que me han asignado
y celebraré los contratos de mis hermanas.

Al menos un último abrazo.
Al menos un último sentirte dentro de mí,
antes de que del desierto inunde nuestras vidas.

Vuelves a tu tierra porque aún tienes esperanzas.
Porque quieres formar parte de esa esperanza.

Yo me quedo en Kabul derrotado. Una vez más.
Sin fuerzas ni para comenzar a sentir tu ausencia.


[21 de agosto]



[34]


Fue en 1945 y en el campo de concentración de Bergen-Belsen.
Cientos de mujeres andando con sus mantas,
y sus labios rojos.
Tumbadas en el suelo con tan solo una camisa
y sus labios rojos.
Mirando al horizonte con la mirada perdida
y sus labios rojos.

Al menos las supervivientes del campo de concentración de Bergen-Belsen
pudieron pintarse de rojo los labios
y volver a recuperar su nombre y sus recuerdos.

Al menos ellas dejaron de ser un número y una estadística.

Al menos alguien pensó en ellas.


[21 de agosto]

 


[35]


Ayer vendía chicles por las calles de Kabul

y hoy dirige la primera orquesta femenina.
Es huérfana.
Y lo será toda la vida.
Ayer tenía un futuro y viajaba por todo el mundo
y mañana tendrá un marido contratado.

Aquel 11 de diciembre de 2014 dejó de latir el corazón
en el centro cultural francés en el centro de Kabul.
Este 15 de agosto de 2021 ha vuelto a dejar de latir
el corazón de Kabul, una vez más. Una última vez.

Como el corazón del joven terrorista talibán
que se inmoló en el centro cultural francés
justo en el momento en que los actores controlaban
sus pasos al ritmo lento de la joven orquesta.

Silencio.

Humo.

Silencio. Y los gritos.


Los gritos de dolor de millones de corazones

en silencio.


Los instrumentos permanecen escondidos
en los rincones de sus casas, tiritando en silencio.
Las cuerdas que admiraron a medio mundo
van llenándose de polvo y de silencio.
Aquellas manos que se alejaron de la tierra
y de las costumbres de toda una vida
hoy permanecen sobre las mesas en silencio.

Un país condenado al silencio.
El paraíso de los talibanes.


[22 de agosto]


 

 

[36]


"Estamos en el avión".


Después de miles de kilómetros
desde su Herat familiar, están a punto
de recorrer otros miles de kilómetros.

Pero nada será igual a partir de ahora.

Herat cayó un día antes que Kabul.
Nadie aquel 14 de agosto podía imaginar
lo rápido que el polvo de los talibanes
iba a recorrer todas las carreteras de Afganistán,
todas las carreteras que van a dar a Kabul.

Sus padres y sus hermanos nunca lo pensaron.
Sus padres y sus hermanos nunca se lo pensaron:
Eran la familia del intérprete español,
el que había ayudado al ejército a desplegarse
por su tierra, a intentar comprender sus costumbres,
la feroz mirada del enemigo y la tímida sonrisa
de las mujeres con las que se cruzaban por las calles.

Tardaron 18 horas en llegar a Kabul.
Recorrieron  los mil kilómetros de distancia
viendo cómo la sombra de los fusiles de los talibanes
se dibujaban amenazantes en las carreteras.
Y llegaron a un Kabul convertido en un desierto,
en la extensión inevitable de las leyes del desierto.

"Estamos ya en el avión".


Hasta un 22 de agosto no leyó este mensaje en su móvil.
Desde un Madrid ahogado como los peces en el Mar Menor.
Pero un Madrid que volvió a ser un oasis.
La esperanza.

La vida.

La certidumbre de las aceras.


Y mañana será otro día.  Y así en la cotidianeidad
de la nueva vida que se irán construyendo,
su hermana de trece años imaginará su futuro posible
como cualquier adolescente de su misma edad.
Aunque ella siempre llevará tatuada en su mirada
la silueta de un burka, la rejilla de un contrato
que ya hubiera llevado escrito su nombre
en caso de no haber podido abandonar Kabul.

Como tantos miles de historias y de negaciones
que nunca pudieron escribir a sus familiares


"Estamos en el avión ".


[22 de agosto]




[37]


Dejaron atrás su lengua.
La tierra de sus antepasados.
Las costumbres y los hierros de su tribu.
El paisaje de su infancia.
El recuerdo de su primera risa en alto
y el de su primer beso.
El trabajo repetido en el campo.
Los amaneceres cada vez más tempranos.
Un armario lleno de burkas
y el paisaje de arena y de adobes.
Un camino que prometía leyendas
y del que solo habían visto llegar tanques
de diferentes lenguas y alfabetos.

Y ahora han llegado.


A una tierra de asfalto y de alquitrán.
Al calor recordado del verano
y a las lluvias siempre esperadas
sin ganado que cuidar ni cosecha que temer.
Han llegado a una lengua extraña,
a unas costumbres extranjeras, a una montaña
de papeles y de preguntas y de agua embotellada,
una tierra sin fuentes y el tacto de unos pies
que levantan polvo milenario en cada pisada.

Y ahora han llegado aunque su mirada siga atrapada
en las paredes de sus casas en Kabul,
en los retratos colgados y las telas de fiesta
que llenan de sonrisas sus bocas cerradas.

Y ahora tendrán que aprender una nueva lengua,
nuevas costumbres y horarios nunca antes imaginados,
nuevas leyes que llenan de su alfabeto los impresos
en las nuevas colas que hacen a la llegada al aeropuerto.
Unas filas rectas, inmaculadas, desinfectadas.

Y han llegado. Y miran y preguntan y no entienden:
Las aguas con miles y miles de peces muertos.
El negro de las hectáreas de tierra quemada.
Un hombre con barba que repite siempre un mismo gesto.
Un grito:
Aquí no queremos maricones,
y las heridas después de una paliza.
Las huellas de la infamia que son las suyas,
lo único que entienden y que comparten.

Y se dan la mano.
Y se aprietan la mano.
Es lo único que pueden hacer ya que han llegado.
No se atreven ni a mirarse.
Compartir sus dudas, el miedo y la esperanza.

Lejos de su tierra.
Lejos de su vida.
Lejos de su lengua.


[22 de agosto]


 



José Manuel Lucía Mejías. Kabul (crónica de un silencio). Ed. Huerga & Fierro, 2023

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