[21]
Kabul
se ha reducido a números.
Un algoritmo más de las estrategias
políticas.
16.000 son los repatriados en cuatro días.
400
millones congelados por los alemanes.
12 muertos en el
aeropuerto de Kabul.
48 los primeros afganos que llegan a
España.
7 los primeros que llegaron a Berlín...
Números.
Cifras. Estadísticas que todo lo justifican.
2 billones
de dólares invertidos.
2400 muertos extranjeros en veinte
años.
4 muertos en las protestas de Asisalad.
9000
millones de reservas en el extranjero.
200 personas protestan
ante el Palacio presidencial.
Cifras. Números que nada
dicen de las lágrimas de rabia,
de los besos rotos,
de los
gritos de odio,
de las redadas,
puerta a puerta,
buscando a las mujeres de labios
pintados,
de tobillos con pulseras y uniformes.
Buscando a
los traductores e intérpretes,
a los hombres que no se atreven
a vivir sin barba
o a los niños que ayer corrían detrás de
los tanques extranjeros.
Kabul se ha reducido a un cuadro
estadístico.
[19 de agosto]
[31]
No se sabe cuáles fueron sus últimas palabras.
Ni
se oyeron.
La multitud, como un animal, corría.
Al lado
del avión buscando la pista de despegue.
Al lado de los muros
del aeropuerto de Kabul.
Al lado de las cunetas de las
carreteras.
Al lado de las avenidas desiertas.
Al lado de
las oficinas cerradas de las embajadas
y de los camiones
abandonados en medio de la calle.
Y después solo silencio.
Y
un zapato en medio de la pista.
Y el recuerdo de la sangre en
medio de la pista.
Y un grito antes del silencio.
Y un
grito antes de saltar a la pista.
Un grito un segundo antes del
silencio.
Un silencio acusador.
Como sus últimas
palabras.
[21 de agosto]
[33]
Necesito
tocarte una vez más.
Acariciarte una vez más.
Volver,
una vez más, a sentir cerca de mi cuerpo
el tacto generoso de
tu cuerpo.
Sentir, una vez más, entrelazados tus pies
en
el horizonte de mis pies.
Vuelves a tu aldea en el valle
de Panjshir.
Se lo debes a tu familia y a la historia.
Yo
me quedaré en Kabul, una vez más.
Se lo debo a mi madre y a
mi familia.
Aceptaré el matrimonio que me han asignado
y
celebraré los contratos de mis hermanas.
Al menos un
último abrazo.
Al menos un último sentirte dentro de mí,
antes
de que del desierto inunde nuestras vidas.
Vuelves a tu
tierra porque aún tienes esperanzas.
Porque quieres formar
parte de esa esperanza.
Yo me quedo en Kabul derrotado.
Una vez más.
Sin fuerzas ni para comenzar a sentir tu ausencia.
[21 de agosto]
[34]
Fue
en 1945 y en el campo de concentración de Bergen-Belsen.
Cientos
de mujeres andando con sus mantas,
y sus labios rojos.
Tumbadas
en el suelo con tan solo una camisa
y sus labios rojos.
Mirando
al horizonte con la mirada perdida
y sus labios rojos.
Al
menos las supervivientes del campo de concentración de Bergen-Belsen
pudieron pintarse de rojo los labios
y volver a recuperar
su nombre y sus recuerdos.
Al menos ellas dejaron de ser
un número y una estadística.
Al menos alguien pensó en
ellas.
[21 de agosto]
[35]
Ayer vendía chicles por las calles de Kabul
y
hoy dirige la primera orquesta femenina.
Es huérfana.
Y
lo será toda la vida.
Ayer tenía un futuro y viajaba por todo
el mundo
y mañana tendrá un marido contratado.
Aquel
11 de diciembre de 2014 dejó de latir el corazón
en el centro
cultural francés en el centro de Kabul.
Este 15 de agosto de
2021 ha vuelto a dejar de latir
el corazón de Kabul, una vez
más. Una última vez.
Como
el corazón del joven terrorista talibán
que se inmoló en el
centro cultural francés
justo en el momento en que los actores
controlaban
sus pasos al ritmo lento de la joven orquesta.
Silencio.
Humo.
Silencio. Y los gritos.
Los gritos de dolor de millones de corazones
en silencio.
Los
instrumentos permanecen escondidos
en los rincones de sus
casas, tiritando en silencio.
Las cuerdas que admiraron a medio
mundo
van llenándose de polvo y de silencio.
Aquellas
manos que se alejaron de la tierra
y de las costumbres de toda
una vida
hoy permanecen sobre las mesas en silencio.
Un
país condenado al silencio.
El paraíso de los talibanes.
[22 de agosto]
[36]
"Estamos en el avión".
Después
de miles de kilómetros
desde su Herat familiar, están a punto
de recorrer otros miles de kilómetros.
Pero
nada será igual a partir de ahora.
Herat cayó un día
antes que Kabul.
Nadie aquel 14 de agosto podía imaginar
lo
rápido que el polvo de los talibanes
iba a recorrer todas las
carreteras de Afganistán,
todas las carreteras que van a dar a
Kabul.
Sus padres y sus hermanos nunca lo pensaron.
Sus
padres y sus hermanos nunca se lo pensaron:
Eran la familia del
intérprete español,
el que había ayudado al ejército a
desplegarse
por su tierra, a intentar comprender sus
costumbres,
la feroz mirada del enemigo y la tímida sonrisa
de
las mujeres con las que se cruzaban por las calles.
Tardaron
18 horas en llegar a Kabul.
Recorrieron los mil kilómetros
de distancia
viendo cómo la sombra de los fusiles de los
talibanes
se dibujaban amenazantes en las carreteras.
Y
llegaron a un Kabul convertido en un desierto,
en la extensión
inevitable de las leyes del desierto.
"Estamos ya en
el avión".
Hasta
un 22 de agosto no leyó este mensaje en su móvil.
Desde un
Madrid ahogado como los peces en el Mar Menor.
Pero un Madrid
que volvió a ser un oasis.
La esperanza.
La vida.
La certidumbre de las aceras.
Y
mañana será otro día. Y así en la cotidianeidad
de la
nueva vida que se irán construyendo,
su hermana de trece años
imaginará su futuro posible
como cualquier adolescente de su
misma edad.
Aunque ella siempre llevará tatuada en su mirada
la silueta de un burka, la rejilla de un contrato
que ya
hubiera llevado escrito su nombre
en caso de no haber podido
abandonar Kabul.
Como tantos miles de historias y de
negaciones
que nunca pudieron escribir a sus familiares
"Estamos
en el avión ".
[22 de agosto]
[37]
Dejaron
atrás su lengua.
La tierra de sus antepasados.
Las
costumbres y los hierros de su tribu.
El paisaje de su
infancia.
El recuerdo de su primera risa en alto
y el de su
primer beso.
El trabajo repetido en el campo.
Los
amaneceres cada vez más tempranos.
Un armario lleno de burkas
y
el paisaje de arena y de adobes.
Un camino que prometía
leyendas
y del que solo habían visto llegar tanques
de
diferentes lenguas y alfabetos.
Y ahora han llegado.
A
una tierra de asfalto y de alquitrán.
Al calor recordado del
verano
y a las lluvias siempre esperadas
sin ganado que
cuidar ni cosecha que temer.
Han llegado a una lengua extraña,
a
unas costumbres extranjeras, a una montaña
de papeles y de
preguntas y de agua embotellada,
una tierra sin fuentes y el
tacto de unos pies
que levantan polvo milenario en cada pisada.
Y ahora han llegado aunque su mirada siga atrapada
en
las paredes de sus casas en Kabul,
en los retratos colgados y
las telas de fiesta
que llenan de sonrisas sus bocas
cerradas.
Y ahora tendrán que aprender una nueva
lengua,
nuevas costumbres y horarios nunca antes
imaginados,
nuevas leyes que llenan de su alfabeto los
impresos
en las nuevas colas que hacen a la llegada al
aeropuerto.
Unas filas rectas, inmaculadas, desinfectadas.
Y
han llegado. Y miran y preguntan y no entienden:
Las aguas con
miles y miles de peces muertos.
El negro de las hectáreas de
tierra quemada.
Un hombre con barba que repite siempre un mismo
gesto.
Un grito: Aquí no
queremos maricones,
y las
heridas después de una paliza.
Las huellas de la infamia que
son las suyas,
lo único que entienden y que comparten.
Y se dan la mano.
Y se aprietan la
mano.
Es lo único que pueden hacer ya que han llegado.
No
se atreven ni a mirarse.
Compartir sus dudas, el miedo y la
esperanza.
Lejos
de su tierra.
Lejos de su vida.
Lejos de su lengua.
[22 de agosto]
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