La caída de Orfeo
Between grief and nothing
I will take grief.
William Faulkner
Unos ojos
ensombrecen la oscuridad,
Se mecen en las
tinieblas de la memoria,
Unos ojos insomnes,
sempiternos,
Que ya no tienen
cuerpo
Ni cuencas donde
reposar lo mirado.
Se balancean sin
compás alguno,
Como movidos por el
viento del tiempo,
Guardan distancia
en lo oscuro,
Parecen ciertos y
petrificados,
No se inmutan ante
la lira de Orfeo,
No responden a la
canción ni al poema,
Solo existen y
flotan en un vacío,
Cada vez más
profundo y recio.
Si alguna vez
fueron parte de algo,
Ya no lo son de
nada,
Ni de estatua de
sal
Ni de alma
secuestrada,
Son solo dos ojos
que flotan
En la depresión de
las sombras.
Su mirada no hace
la carne piedra,
Mas lacera como un
cristal roto,
Y de la sangre que
emanan las heridas
Surge al contacto
con la tierra
Flores que huelen a
azahar en primavera.
Pero los ojos son
impasibles ante la
Decadencia de la
égida y el rugir
De un mundo nuevo.
Al otro lado de la
mirada
Las ménades se
sienten afrentadas,
Con la locura que
portan las masas
Ponen fin al hijo de Calíope y de Apolo,
Mientras una voz a
lo lejos clama
«No mires atrás,
Orfeo».
El hilo dorado
—¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—.
El minotauro apenas se defendió.
Jorge Luis Borges
Tus pies atraviesan
los umbrales
Dejando atrás un
hilo dorado,
En tu frente dibuja
el sudor
Escarchas de agua
caliente,
Y la sangre de un
minotauro
Empapa tus manos de
efebo.
Tienes tan solo
veinte años
Pero ya has sido
sacrificado,
Al sol le debes tu
trabajo,
A la luna el
descanso.
Por ello te aferras
al hilo,
A la ilusión de una
salida
Que te lleve a las
noches
De vino y acordes,
Y de jamelgos
desbocados.
Morir a los veintisiete
no parece,
Así dicho, un mal
trato.
Sin embargo, las
paredes se hacen
Eternas y cierran
las semanas
Y los años, y ahora
tienes treinta,
Pero los ignoras
para seguir tirando.
Doblas las esquinas
gemelas,
Hermanas de todas
las anteriores,
Ya nada sabe a
nuevo ni encuentras
Placer en ninguno
de tus actos.
Los compañeros que
iniciaron
Contigo el camino
se han perdido
O han desertado,
sin dudarlo,
Del sendero del
hilo dorado.
Mañana cumples
cuarenta,
Estás solo y solo
acompañado
Por la certeza de
una salida,
Por las sombras y
la rutina.
Tu cuerpo ya conoce
el dolor
Y las miserias de
la existencia,
Tu cabeza es un
polvorín
En permanente
estado de alerta.
A pesar de que la
luz ya no ilumina,
Sigues en pie,
agotado pero aún
Convencido, tirando
de aquel
Viejo hilo dorado.
Tedio en la tarde
Unos ojos
encendidos alumbran la tarde
Y su rugido es el
himno del tedio.
Se emplaza la
memoria al sopor del fin del día
y es calamidad el
tiempo perdido.
Tánatos y Eros
están de cacería y nadie
En la ciudad quiere batirse en duelo,
Así que endulzo el
pensamiento con algún
Motivo estúpido y
hago grande mi estulticia.
Qué bueno hubiera
sido
Haber nacido
holgazán,
Idiota,
Funcionario,
Votante de la
derecha,
O simplemente
Alguien con la
cabeza sobre el cuello.
Sin embargo,
Llevo en mi cinto
una espada de madera
Y tengo los ojos
encadenados al cielo.
Se desangra la
tarde sobre las antenas
De los edificios
Y creo que alguien
me reclama a los lejos.
José Salento. No mires atrás, Orfeo. Ed. Averso Poesía, 2024
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