mi país
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España: ese país donde de la debacle urbanística se salvan, y sólo si hay suerte, las ermitas.
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Un país que no encuentra en sí los recursos de lucidez y fortaleza que harían falta para reaccionar de forma adecuada. Al final de un proceso de degradación que dura decenios –y que además fue malinterpretado por la mayoría social como progreso–, ¿cómo rehacerse?
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Lo único importante que tiene que construir una sociedad es a sí misma.
No sus infraestructuras, ni su aparato productivo, ni sus cauces de consumo: la calidad humana de sus vínculos sociales.
Juzgada con esa medida, qué lamentable la sociedad franquista. Y qué lamentable la sociedad neofranquista y plutocrática en la que estamos.
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Es mi país. Y no dejará de serlo –pese a las náuseas que provoca el actual envilecimiento colectivo, más de una vez. Primero, porque no todos participan en ese envilecimiento. Y segundo porque de mi país también forman parte los muertos: Francisco Giner de los Ríos o Buenaventura Durruti o Max Aub, por ejemplo. No los dejaremos solos.
el té, el té, la gallina y el teotocópuli
Sueña que, el 21 de julio de 1936, el golpe de estado fascista ha sido completamente derrotado. Después de un período de grandes turbulencias, la España republicana se desarrolla hacia una admirable lozanía, socialista y liberal a la vez. En la fiesta donde se celebran los ochenta años de Federico García Lorca, él y Pepín Bello se divierten componiendo anaglifos, como cuando vivían en la Residencia de Estudiantes, hace más de medio siglo.
intentar lo imposible
(sobre poesía y resistencia)
Si uno piensa que la poesía no tiene una función, sino muchas –aceptemos provisionalmente que esta perspectiva más o menos instrumental resulta adecuada para la poesía, lo cual podría cuestionarse a su vez–, resultaría extraño que la poesía supusiese siempre y en todo contexto una forma de resistencia. No hay más que pensar en la distancia que media entre el “yo celebro” de Rilke –donde el poeta pronuncia algo así como un sí extático frente a la existencia y el mundo, a pesar de los aspectos tenebrosos, crueles y abismales que no se desconocen– y la sobrecarga significante de los poemas bajo condiciones de dictadura política –cuando vehiculan, por ejemplo, informaciones, opiniones, reflexiones y esperanzas que en una sociedad más abierta aparecerían en la prensa–. Sin duda, en diversos contextos la poesía sí que puede ser una forma de resistencia. Resistencia, por ejemplo, frente a la clausura de horizontes de sentido; frente a la tendencia a dejarnos caer a lo más bajo de nosotros mismos; frente a la identificación de lo dado con lo posible que propone el pensamiento único (there is no alternative); frente al nihilismo y la apología de la dominación que segrega, a modo de exudado cultural, el sistema socioeconómico dominante (el capitalismo neoliberal, patriarcal, colonial, fosilista, financiarizado y globalizado); frente a las tentaciones de la servidumbre voluntaria, el cinismo y la desesperanza.
Hacer arte y artesanía con el lenguaje nos enseña –debería enseñarnos– a hacer arte y artesanía con la vida, puesto que somos seres medularmente lingüísticos. Y ésta última es una tarea inesquivable… Nuestra vida, señala Zygmunt Bauman, “tanto si lo sabemos como si no, y tanto si nos gusta esta noticia como si la lamentamos, es una obra de arte. Para vivir nuestra vida como lo requiere el arte de vivir, como los artistas de cualquier arte, debemos plantearnos retos que sean (al menos en el momento de establecerlos) difíciles de conseguir de entrada (...). Tenemos que intentar lo imposible.”
William Blake, un místico jacobino
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Qué simpático nos resulta el infierno de William Blake… Ay, si entre sus chispazos de inteligencia y nuestro presente no hubieran tenido lugar la Shoah o el Porraimos o la destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki. Cómo haríamos rimar, también nosotros, Golden Rule con Golden Fool, si entretanto no se hubieran interpuesto antipáticamente el estalinismo o el ecocidio. Ah, con qué sublime ligereza nos permitiríamos anhelar el Infierno para descansar del Cielo, si en el siglo XX no se hubieran desplegado las vesanias políticas de Hitler y Pol Pot. Cómo bromearíamos a cuenta de las arrugas de la Ilustración, la cortedad de la razón y la inversión de los valores, si diversos milicianos en varias guerras cercanas no hubieran asado vivos a demasiados seres humanos, atados sobre parrillas o apresados dentro de neumáticos. Ah, bendita inocencia y bendita experiencia la de este genial poeta y pintor, de quien nos dicen que su mujer decía: “El señor Blake no me brinda mucha compañía: pasa gran parte de su tiempo en el Paraíso.”
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Tanto el Amor como el Odio son necesarios para la existencia humana, que sólo progresa a partir de contrarios, declama heraclíteo este dialéctico poeta: pero a comienzos del siglo XXI, cuando el amor se nos ha encanijado tanto y el odio ha medrado como lo ha hecho –amancebado con la Indiferencia, y a esta señora sí que habría que retratarla con mayúsculas bleikianas–, ¿aún crees que podemos seguir permitiéndonos desear esa clase de progreso? En Blake apreciamos, es cierto, una poética de la transgresión apoyada –entre otros pilares– en la exaltación del deseo y la pureza de la energía. Pero ¿nos atreveríamos hoy a afirmar con tal ímpetu que “el mal activo es mejor que el bien pasivo”?
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Si quisiéramos decirlo con el tóxico lenguaje de la mercadotecnia contemporánea afirmaríamos: el mal es sexy, el bien aburre. Pero eso equivaldría a una brutal falta de respeto, ¿verdad, míster Blake? Por eso retiro la indigna sugerencia casi antes de haberla planteado, y sólo insisto, quizá en otro orden de cosas: un libro de positive thinking podrá excitar mil veces más las mucosas del lector, las bajas pasiones de la lectora, que uno de dialéctica negativa; y sin embargo eso no lo sitúa un milímetro más cerca de la verdad.
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Grande fue este hombre, no toleraremos que se le regatee reconocimiento. Y no debería sorprendernos la periódica infección de sus pupilas quemadas: soñó con incendios de extrema libertad. Es William Blake quien escribió: “En cada grito de cada ser humano/, en el grito de terror del niño,/ en cada voz, en todos los pregones/ oigo las cadenas que nuestra mente ha forjado.” No escatimaremos el tributo debido a su titánico esfuerzo por desgastar esas cadenas, que hoy no nos apresan menos que entonces, aunque los eslabones estén forjados con otros metales. Honor al gnóstico William Blake, cuyo “regüeldo profético” perturbó a René Char, aunque no podamos tendernos a descansar cerca de su yacija.
la lucha es el único camino
En el tren de cercanías conversa un grupo de cuatro estudiantes. Excitados porque han descubierto una web donde se venden piercings de lengua a 36 céntimos, sin gastos de envío si el pedido supera los veinte euros. Comienzan a organizar una compleja acción colectiva para encargar más de esos veinte euros, lo cual ha de involucrar a unas sesenta personas deseosas de taladrarse la lengua, según el rápido cálculo mental que cualquiera puede hacer... ¡Y luego dicen que la gente, en esta sociedad ferozmente individualista, no se coordina para emprender cosas juntos!
Por supuesto, no es porque sean jóvenes: en la generación de sus padres también se dan mayorías sociales con aspiraciones equivalentes. En vez de suspirar por el pirsin de lengua, se aspira al apartamento en primera línea de playa. Y frente a estos jóvenes, también están esos otros que eran evocados hace poco en una “carta al director” de un diario:
“Leo, con una mezcla de rabia y de pena, el desalojo del centro social Casablanca, en el barrio de Lavapiés de Madrid. Hace tres días pasé allí una tarde agradable, comí unas estupendas tortas de verdura y me senté rodeada de jóvenes que hablaban, reían y se relacionaban en un ambiente tranquilo y distendido. En el patio interior se oía música, algo parecido a jazz, a un volumen que no ponía en peligro los tímpanos ni el sistema nervioso.
Soy maestra de la escuela pública, tengo 53 años, y me pregunté ¿pero estos chicos y chicas de dónde salen? Hablan de arte, de música, de ecología, de política, de cine, de literatura; montan talleres de huerto, de yoga, de bicis, de baile. Son la juventud soñada y conseguida, son los jóvenes que hacen que cualquier maestra se sienta orgullosa, sienta que merece la pena continuar, que no todo está perdido, que esa energía y fuerza de la juventud dará frutos en la construcción de un mundo mejor y más justo.
Quiero soñar que ocuparán otros espacios y que serán cada vez más los jóvenes que lucharán contra este sistema injusto, gris y falso al que nuestras autoridades quieren llevarnos. Quiero dar las gracias y el apoyo a estos sabios jóvenes que me enseñan el camino más recto hacia la libertad.”
Hubo muy poquita democracia en España después del franquismo; y la poca que hubo la estamos perdiendo en la crisis que empezó en 2007. Ésta es una sociedad envilecida, y uno sólo puede aspirar a escapar del envilecimiento si lucha. No hay otro camino.
racionalidad del mal
¿Cuál sería casi el mayor de los males concebibles?
Uno quizá diría: la desaparición de la especie humana. (Peor sería la
desaparición de toda vida sobre la Tierra, desde luego; pero pocas personas
negarían que la extinción de la humanidad entera supondría uno de los mayores
males que cabe imaginar.) Puede ocurrir, y por obra de los mismos seres
humanos: las condiciones técnicas y sociales hacen posible esta autoextinción
de la especie humana desde 1945 aproximadamente, merced a las armas de
destrucción masiva.
¿Y cuál sería el siguiente peor mal concebible?
Quizá la ruptura de la unidad biológica de la especie humana. Puede ocurrir:
las condiciones técnicas y sociales hacen posible esa división de la humanidad
en especies biológicamente diferentes desde 1975 aproximadamente, si seguimos
descendiendo por la pendiente donde se combinan la mercantilización de la
reproducción artificial, los avances de una mentalidad que desproblematiza la
eugenesia y los sueños de human enhancement gracias a la ingeniería
genética, las nanotecnologías y la biología sintética.
¿Y el siguiente mal? Probablemente, una catástrofe
ético-política que acabase con eso que, en sentido normativo, llamamos
civilización, refiriéndonos a rasgos como la paz, la comprensión, la
tolerancia, el rechazo de la crueldad… No habrá que insistir demasiado en que
también eso puede ocurrir, lo sabemos desde hace mucho. El gran escritor
húngaro Imre Kertesz ha repetido muchas veces que Auschwitz puede volver a
producirse, porque las condiciones que lo hicieron posible no han desaparecido.
Esos males, casi los peores concebibles, pueden
ocurrir como fruto de las decisiones (o las no-decisiones) humanas… Es la
obstinación en no querer saber acerca de nosotros mismos lo que nos
sitúa a las puertas del infierno.
Una cultura humana viable tendría que enseñarnos, en
primer lugar, a asustarnos de nosotros mismos: a sentir asombro y
maravilla y terror ante aquello que el anthropos es capaz de hacer (tal
y como lo expresa el famoso coro de la Antígona de Sófocles sobre el que
Hans Jonas llamaba poderosamente la atención en las primeras páginas de El
principio de responsabilidad, y también Cornelius Castoriadis en Figuras
de lo pensable). Deberíamos tener miedo de nuestro amor por la crueldad; de
nuestra disposición a la servidumbre voluntaria; de nuestra descomunal potencia
tecnológica; de la suma limitación de nuestra racionalidad; de nuestra
capacidad de indiferencia; de nuestra tolerancia frente al mal; de nuestro
tribalismo; de nuestra inserción en el fetichismo de la mercancía. Pero, lejos
de ello, la cultura dominante es hoy sobre todo marketing, distracción,
frivolidad e invitación al infantilismo.
Reconocer las posibilidades infernales que
descubrimos en nuestro fuero íntimo, en esa pegajosa penumbra interior que
apenas nos atrevemos a escrutar, es lo que puede ayudarnos a desactivar tales
posibilidades en el mundo diurno y en la vida social… Decir que “el infierno
son los otros” puede convertirse en una forma de eludir responsabilidades.
Kertesz, en Kaddish por el hijo no nacido, decía que quien afirma que el
mal es algo irracional y misterioso está buscando excusas: quiere creerse
inocente.
“Dejad de decir por fin que Auschwitz no tiene
explicación, que Auschwitz es el producto de fuerzas irracionales,
inconcebibles para la razón, porque el mal siempre tiene una explicación
racional, es posible que el propio Satanás sea irracional, como lo es Yago,
pero sus criaturas sí son racionales, todos sus actos se derivan de algo, igual
que una fórmula matemática; se derivan de algún interés, del afán de lucro, de
la pereza, del deseo de poder y de placer, de la cobardía, de la satisfacción
de este o aquel instinto, y si no, pues de alguna locura al fin y al cabo, de
la paranoia, de la manía depresiva, de la piromanía, del sadismo, del asesinato
sexual, del masoquismo, de la megalomanía demiúrgica o de otro tipo, de la
necrofilia, qué sé yo de qué perversión de las muchas que hay o de todas juntas
quizá, porque prestad atención, lo verdaderamente irracional y lo que en verdad
no tiene explicación no es el mal, sino lo contrario: el bien.”
en mi país, decía René Char, se sabe agradecer
Carlos Bousoño en una carta a Claudio Rodríguez, el
30 de noviembre de 1958: “Sólo cuando sabemos hacer donación de nosotros,
seremos capaces de ser con plenitud. La capacidad de admiración, que casi nadie
tiene, mide al hombre y al poeta, y no exclusivamente desde el punto de vista
moral: lo mide también como poeta y como hombre.”
Y de Char son también aquellas palabras que
configuran –me sigue pareciendo– la mejor regla de vida: Da
siempre más de lo que puedes volver a tomar. Y olvida. Tal es la vía sagrada.
vivamos bien
La vida es “sólo un cuarto de hora”, decía Teresa de Ávila. Amigos, amigas: vivamos bien.
Los tres verbos básicos: acompañar. Acoger. Amar. Y Gary Snyder que constata: “el camino es todo lo que pasa–/ no tiene objetivo en sí mismo.// la meta es/ la gracia –el desasimiento–// curar, no salvar.”
Y Marta, Marta decía: como quien mantiene viva la última candela.
Jorge Riechmann. Fracasar mejor. Kaótica Libros, 2024