documentos de pensamiento radical

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jueves, 31 de octubre de 2024

DIARIO NOCTURNO EN UN PAÍS FEO (fragmento XIV)


 

 

En España es pecado mortal, pero en muchas democracias, si no todas,hacer encuestas es frecuente. El pecado aquí consiste en opinar, que viene a significar optar por algo, un delito cuando no se sustituye por adular o halagar, dar motivo de satisfacción por lo que otro hace. Pero pienso, muy en serio y no es broma, si no será que en España nos pasamos la vida opinando, o sea, haciendo encuestas permanentes. Franco convence, o es convencido, de que salga a un balcón o visite un lugar. La encuesta multitudinaria le es siempre favorable. Miles, y decenas de miles, opinan y aplauden. ¿Quién obliga a dar esa opinión de halago y vocerío a quien posiblemente preferiría quedarse en casa en pijama, si puede, o si no en calzoncillos más modestos? Somos un país de encuesta permanente, y me pregunto qué ocurriría si algún divertido gerifalte la transformara un día en una pregunta: “¿Prefieres dictadura donde no ocurre nunca nada y tienes garantizada castidad, santidad, simpleza, despreocupación y un plato de garbanzos o libertad de obligarte a pensar quién te gobierna permitiendo que tu hijo vea culos y tetas mientras obedeces a un sindicato y tu hija vive besos horizontales negándose a fregarte platos y cuestionándote todos los días?”

 

Antonio Santos Barranca. Diario nocturno en un país feo. Letrame Ed. 2024

 

miércoles, 30 de octubre de 2024

DIARIO NOCTURNO EN UN PAÍS FEO (fragmento XIII)


 

 

—Lo de se es o no se es me gusta mucho, pero me viene a la memoria un comentario de Scott que venía a decir que lo que demuestra verdadera inteligencia es la capacidad para retener en la mente dos ideas opuestas al mismo tiempo y seguir conservando la capacidad de que tal inteligencia funcione. Pero ¿por qué no hablamos de un gobierno del pueblo mediante elecciones respetadas democráticamente por todos, sea cual seael resultado, y aun sabiendo que la mitad de votantes son completamente idiotas y se dejarán llevar? 

—Es cierto que la multitud adopta siempre el partido peor –dice Oliver—y es frase muy vieja, de Publio Siro en Roma. 

—Tanto hablar y me das la razón. 

Se habló mucho de fascismo y comunismo y sintiéndome parte de rebaño, aunque fuese otro rebaño, yo también discutí, por no callar, sobre algunos teóricos como Togliatti, a quien defiendo para fastidiar y hacer pensar, sobre todo por su crítica a la intransigente identificación de fascismo, el partido histórico inicialmente y por segundos socialismo, con reacción, que en mi opinión dificulta las conclusiones del análisis político, aun cuando dicha supuesta concordancia pueda serles útil a los soviéticos y a los agitadores de salón. 

Cuando afirmé que el fascismo italiano tuvo ideología y que en su estado original fue un auténtico movimiento de masas con puntos de unión con el socialismo se produjo un verdadero embrollo y como la conversación acababa degenerando en propaganda política que todos parecían desarrollar para mí, porque a mi pesar soy el héroe perseguido y supuestamente digno de atención en la reunión de teóricos, apliqué una pragmática sanción y tomé a disgusto, por mi introversion y hasta timidez, las riendas, para reconducir el diálogo hacia literatura y otros temas, donde perdí pronto el control y se acabó hablando, no sé cómo, de Karl Jasters y de Max Scheler, de quienes sé muy poco o nada, pero antes accedí no de buena gana y por una vez a vender para el partido cassettes con música de protesta realizada por gentes de la gauche divine que me inspiran poca confianza, porque sé que pasado mañana, o quizá mañana mismo, se habrán cambiado de chaqueta cuando ganen algo más de dinero. Me siento terriblemente pesimista sobre que España sea alguna vez un ejemplo de progreso y liderazgo. O de unidad, si no es a palos. 

Después, por diversión masoquista, fuimos al cineclub universitario a ver El acorazado Sebastopol, de 1936, réplica nazi, o mejor franquista, pues su título original creo que aparece como Weibe Sklaven, de anticomunismo rabioso contra El acorazado Potemkin, ésta rigurosamente prohibida. 

Sobre la base de la crónica de estos tiempos sombríos niego rotundamente la posibilidad de que en la España actual la derecha produzca cultura, ni una obra de teatro, ni una canción, ni un cuadro, ni siquiera una ley que permita la creatividad y que estimule la imaginación. En España la derecha es sólo la reacción y el oscurantismo, el tridentismo del repugnante Cristo yaciente, la nostalgia de la basura de Fernando VII y el fanatismo torero y gregario. El más rechazable maniqueísmo se apodera de todos nosotros cuando descubrimos que ser de izquierdas es ser y ser de derechas es estar. 

 

Apunte nocturno: 

Perdona a tus amigos para que no se conviertan en tus enemigos y fusila a tus enemigos si puedes, porque éstos son ya irrecuperables, debido, naturalmente, a ti mismo y a tu orgullo. 

 

 

 

Antonio Santos Barranca. Diario nocturno en un país feo. Letrame Ed. 2024

 

martes, 29 de octubre de 2024

DIARIO NOCTURNO EN UN PAÍS FEO (fragmento XII)


 


Llaman a la puerta. Es una pareja de policías de uniforme, los grises. Marisa, muy nerviosa, me avisa, preguntan por mí. Salgo. Me entregan un escrito. “Preséntese en comisaría antes de las 14 horas”. “¿De qué se trata?”.“No lo sabemos”. “¿Mi pasaporte?”. “No lo sabemos”. Se marchan llevándose un dedo a la gorra. “El pasaporte”, digo a Marisa para tranquilizarla, pero yo no estoy nada tranquilo, ya he adquirido complejo de prisionero de campo de concentración. “Claro, ¿qué cosa mala podía hacer usted?”. Se ruboriza.  

La comisaría está siguiendo el río, en el Paseo de la Pechina. Muestro el escrito. “Espere ahí”. Voy detrás de una pareja mal vestida, joven, con aspecto de haber discutido, nerviosos, preocupados. Les llaman y aún espero más de media hora. “¡Usted!”, dice alguien al que apenas consigo ver. Atravieso un pasillo hasta llegar a un despacho donde un hombre de paisano fuma sentado mientras lee papeles. “Siéntese”. Me siento. “¿Es por mi pasaporte?”.“¿Qué?”. “Mi pasaporte”. “Aquí no gestionamos pasaportes. ¿Qué significa esto?”. Es un ejemplar de Le Monde Diplomatique y otro de L’Humanité más el sobre de una carta a mis padres depositada en un buzón hace una semana, pero a continuación  saca otro enviado a mi hermano y un tercero para José Luis sobre el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva y dos o tres más. Los examino, están sin abrir, afortunadamente, ya sería el colmo que revisaran las cartas, pero estas deberían estar ya en poder de sus destinatarios. “No entiendo”, digo, pero sospecho. “Los sellos”, dice. Hay varios sellos en la parte superior derecha de cada sobre, todos de Franco y otro de 25 céntimos del Plan Sur de Valencia, un impuesto para el desvío del río Turia que causó la riada de 1957. “El Caudillo”, dice. “No entiendo”. “Los ha pegado todos cabeza abajo, ¡qué casualidad!, uno pase, es un descuido, ¿pero tantos en sobres diferentes?, ¿por qué?”. Me han cogido, lo hice a propósito, pero respondo, aunque convencido de que aquello ha de ser una broma. “¿Me está tomando el pelo? Quizá con prisas en el estanco los pegué estando al revés las cartas, o pedí a alguien que las enviara y el estanquero iba con prisa, no tiene ningún sentido, valen lo mismo de cualquier forma, ponga la carta boca abajo”. “Eso, acompañado de esos dos libelos antiespañoles, le colocan en mala posición”, dice. “Los encontré en la silla de un bar, y tuve curiosidad”. “¿Qué bar era ese?”. “Creo que Balanzá”, digo, el rincón más burgués de la ciudad. Me hace un gesto divertido con la mano para que me vaya, y se queda con las publicaciones sonriéndose como si me hubiera gastado una broma o dado miedo. “¿Para esto tanta pérdida de tiempo?”, protesto. “Era mi deber si hay quien se ha ofendido por los sellos y se ha tomado la molestia de venir a comunicarlo. Alguien le vigila actuando por libre, y no le quiere bien, al parecer —dice encogiendo los hombros, creo que sinceramente amable y más extrañado que yo—, a mí me tiene sin cuidado como pegue usted los sellos, tiene usted razón, pero ponga más cuidado, buenos días”. “¿Y las cartas?” “Ya las enviamos nosotros, de eso no se preocupe”. No sé qué ha ocurrido, recuerdo ahora que dejélos sobres con la correspondencia de la oficina, que Ballesta se encarga de echar a un buzón, y los periódicos llegaron tardísimo junto con revistas de Christiane. Además, Ballesta ha de pasar por aquí camino de su casa. Pero es un mal pensamiento sin pruebas que el seco, impertinente, desagradable y franquista Ballesta, chivato de la secreta, haya intervenido en esto, aunque queda viva la sospecha de estar yo efectivamente vigilado por él siguiendo órdenes, y él oye conversaciones telefónicas mías. ¿Se han empeñado todos en mantenerte permanente inquieto? 

Cuando llego a casa por la tarde Marisa sale inmediatamente de la sala de estar donde cuida de su madre, parece muy preocupada y como si se alegrara de verme. 

—¿Todo bien? —pregunta ruborizada. 

La tranquilizo, o tal vez la atormento. 

—Era la policía, han descubierto que pegué sellos de correos en cartas con la cara de Franco boca abajo. 

No parece dar crédito a lo que digo. 

—Marisa, vive usted en un país gobernado por un dictador servido por fieles cuidadores del orden, y un sello boca abajo no está en orden. 

Parece que va a echarse a llorar. ¿He entrado en su casa para abrirle ventanas? 

 

 


Antonio Santos Barranca. Diario nocturno en un país feo. Letrame Ed. 2024