Nada
real puede ser amenazado; nada irreal en última instancia, existe.
La
muerte existe en el mundo de las formas pero no fuera de él…
Nada
real muere
Quien abomine de la injusticia,
quien no asuma la decepción,
hablará a su soledad en el Estanque
Redondo
y sabrá entonces que no hay
ninguna casa a la que regresar
solo vagar sin fin
buscando tesoros, bajeles piratas,
compañeros que yo conocí por los
senderos infinitos
de los jardines de Kensington,
donde cada uno hace el suyo
mientras caminas entre The Flower Walk
y Dial,
por Bayswater Road,
o vas volando desde allí
hasta la catedral de San Pablo
y vuelves por Regent’s Park
a los jardines de Kensington,
porque solo la voz que pronuncie tu
nombre
podrá sacarte de allí para volver
a la escuela, a los padres, a los
verbos en dativo,
al mar, a los pasteles de chocolate, a
los tirantes,
a las sandías, a los domingos,
a los dientes de leche, a los amigos,
a las vacaciones, al fuego
y a la lámpara de tu mesita de noche,
porque todo esto forma parte de una
ilusión
desgajada de la ilusión total en
constante movimiento,
una ilusión que termina teniendo un
sabor antiguo y familiar,
aunque seamos conscientes de que nunca
volvemos
a desembarcar del todo en ella,
a vivirla de la misma forma cada vez,
porque el velo de la ilusión
nunca puede ser rasgado
dos veces por el mismo sitio,
y la ilusión a la que despiertas
bien puede ser la primera a la derecha
o la del segundo mar y la tercera
noche,
y una puede ser oscura y fría,
y en la otra tal vez haya demasiada luz
y esté llena de flechas de oro,
tal vez la ilusión a la que despiertes
sea la de después de varias lunas,
la que termina en una isla encantada
donde todos son hermanos,
se embadurnan el cuerpo con pinturas y
aceites
y siempre están de vacaciones,
tal vez continúes hasta desembocar en
el río misterioso
o recales en mitad de una guerra
o en un paisaje de sombras amenazadoras
y rugidos de animales que llevan la
lengua fuera,
tienen hambre y devoran hombres
arrancándoles la cabeza,
tal vez flotes sobre un aire espeso
por el que avances lenta y penosamente
entre fuerzas invisibles y hostiles
sin encontrarte nunca con nadie
o te internes en un océano de sangre
al que no dejan de arrojar cuerpos
desgarrados.
Poco importa, a pesar de los peligros
quién podría permanecer en los
jardines de Kensington
un sábado por la noche,
cuando todos los días son sábados por
la noche.
Todos hemos estado aquí antes,
te digo en la boca del metro de King’s
Arms Gate.
¿Verdad que no te olvidarás de mí
cuando llegue la primavera
a la copa del ciclamor?
Antonio Orihuela. El amor en los tiempos del despido libre. Ed. Amargord, 2014
Fotografía de Juan Sánchez Amorós