Carta de ajuste
“Al sur los consumidos
al norte los
consumidores”
Antonio Orihuela
Carta de ajuste
¿Cómo se llama -me pregunta la niña rubia- cuando en la tele
se va la imagen
y ponen un queso de colores?
¡Carta de ajuste!,
le digo.
Y al instante me acuerdo del poema en que mi hermano Antonio
dejaba las cosas claras geográficamente
para que todos nos hiciéramos las preguntas:
¿Dónde está la frontera de ese norte y de ese sur
que no admite centro alguno?
¿Dónde acaban los cinismos, las ambigüedades y comienza
el verdadero hambre, la necesidad, el expolio y la
violencia?
Están los depredadores y los depredados.
Están los cazadores y los cazados.
Están los policías y los ladrones.
Toda la vida hemos jugado a eso sin hacernos preguntas.
Y al cortahílos, y al bote-bote, y al tú la llevas.
¿Lo qué?, ¿qué me llevo?
¡si yo nunca me he llevado nada!
¿Y cuando los policías son los delincuentes?
¿Y cuando los depredadores son tus viejos compañeros de
colegio?
¿Y cuando el bote se lo llevan los de siempre?
¡Carta de ajuste!
Y la niña de Poltergeist mirando a la pantalla
en la que, por no verse, no se ve ni la realidad nuestra de
cada día.
Contra el sistema
“Mientras la población
general sea pasiva, apática
y desviada hacia el
consumismo o el odio de los vulnerables,
los poderosos podrán
hacer lo que quieran
y los que sobrevivan se
quedarán a contemplar el resultado”
Noam Chomsky
Algo habrá que podamos hacer frente al sistema,
por pequeño que sea,
algo, que aunque no sea drástico, por lo menos
resulte efectivo…
Un palo en la rueda
Una piedra de río en la ventana del ministerio
Una canción de cuna para dormir a los delegados de hacienda
Un algoritmo inexplicable para los maestros del saber
Un boceto de una catedral en un baño público
Unos versos en el buzón de sugerencias
Una cortina de humos lisérgico en el próximo desfile del día
de la patria
Un llantas que arden cerrando la calle pero abriendo las
avenidas
Un conejo con mixomatosis en la chistera del mago bufón
Algo podremos hacer frente al todopoderoso neoliberalismo…
Un moco en el café helado del subsecretario
Un espasmo por cortocircuito en la asamblea del partido
Una astilla en el zapato del portavoz
Una aceituna con hueso en el plato de las rellenas de atún
Un laxante en el ponche de la cena de ministros
Un paquete con un despertador a nombre del consejero
Una cesta de mimbre con estampas marianas y una sota de
bastos
Algo tendremos que hacer para vencer a los imperialistas…
Cualquier cosa que pinche o que muerda
Cualquier cosa que arañe su tiempo de oro
Brea y plumas de ganso
Mistol en las botellitas de agua en el consejo
Una decena de grillos junto al radiador en el salón de
plenos
Cualquier cosa puede hacerse para derribar el sistema
Introducir el quinto contenedor para reciclar políticos
Amoniaco en los colirios de sus señorías
Sal y pimienta en polvo en la moqueta en el acto de entrega
de medallas
Cualquier cosa, cualquier cosa…
Razones
“No es el peso de la
piedra.
Es la razón por la que
la levantas.”
Hugo Girard
El hombre más fuerte
del año 2003
Vengo de cruzar un largo puente,
uno de esos que se tambalean cuando pasas sobre ellos,
uno de esos que une las dos vertientes de un barranco,
uno de esos que nos atraen al fondo de todos los abismos.
No es el puente,
es la razón por la que cruzo ese puente.
Vengo del lado del miedo,
de ese temor de hielo que resquebraja cualquier superficie
por sólida que sea.
Vengo del lado en el que todo tiembla.
Y cuando cruzo y pongo el pie en el otro lado,
descubro, que aquí también sigo temblando.
Traigo, pienso, el temblor conmigo.
Soy un ser humano que tiembla
y porque tiembla soy un ser humano.
La solidez no existe.
el cemento del que estamos hechos
tiene poros por todos lados
y por ellos se filtra el agua, el miedo, la indecisión
y la escritura.
Tengo la mirada oblicua
de tanto mirar hacia el abismo.
No hay territorio seguro,
no existe la tierra firme.
Vivimos en un mundo de agua y de viento.
No es la tierra,
es la razón por la que estoy sobre la tierra.
Es el sentido último de mi vida
lo que está en juego.
Hasta cualquier niño lo entiende.
El árbol de las palabras
Todas las palabras
cuelgan como frutas verdes e intactas
en mi árbol frondoso,
a prueba de pájaros, de depredadores
y de ventiscas.
Espiga, muchedumbre, subversión,
racimo, abismo, jungla,
esturión, cañaveral, océano…
Todas las palabras que me salvan
y también las que me entregan con un beso en la boca
al vacío y al silencio,
las que me brindan su derrota,
las que esperan mi piedad
y las que se conmueven con la ternura que hay en mí.
Ventana, sueño, sombra,
lluvia, dolor, caliente,
espejo, labios, abrazos,
ardilla, vestido, senos…
Palabras que tienen su propio metabolismo,
su propia ralea en el tiempo.
La palabra vértigo, por ejemplo,
que me atrae y me empuja al fondo
de todos los abismos.
Estado de bienestar
Lo malo del estado de bienestar son los vecinos…
Esto,
se lo escuché a la poeta Azahara Alonso
y me puse a temblar
por si los míos llamaban a la puerta.
Estado de bienestar…
¡con lo bien que estábamos!
Fue
por los años cincuenta o sesenta
cuando Europa se inventó la milonga
y acuñó el termino
haciendo una llamada a las clases medias
a acomodarse y apoltronarse.
Eso que nos vendieron con los primeros anuncios
en blanco y negro,
con la cremas de AVON,
la Quina San Clemente, el papel higiénico de El elefante
y los calendarios con las chicas de Firestone.
La vaca no tenía leche para todos
y ellos lo sabían.
Habrá bienestar y malestar, como siempre,
dijeron en sus despachos. Pero esto no lo debe de saber el
pueblo.
El marketing surgió en la posguerra
para tranquilizar nuestras conciencias.
Gracias al marketing
nuestros abuelos emigraron a Alemania y a Suiza,
nuestros padres compraron el seiscientos o el simca
y nuestras madres lavaban más blanco con Perlán.
La felicidad era la suma de:
matrimonio, casa, coche, televisor, trabajo y salud.
El estado del bienestar agregaba
vacaciones pagadas, segunda vivienda, pensiones retribuidas
y puntos suspensivos…
Hoy, con la perspectiva de aquellos años
vamos rellenando aquellos puntos suspensivos
sin poder llegar a la felicidad total con la suma de los
sumandos.
Es como el número pi,
con sus decimales inacabados.
De hecho, el estado de bienestar exigiría
un nuevo y más perfecto sistema métrico decimal.
Pero, mientras tanto, nosotros, oh César, los que van a
morir
vamos llenando de cacharros cada vez más complejos
nuestras simples y proletarias vidas.
Y entonces sí,
nos quejamos por proyección, envidia o victimismo
de que lo malo del estado del bienestar
son los vecinos…
Iosu Moracho Cortés. Enjambre. Ed. Amargord Madrid 2021