No se improvisa una cultura alternativa
¿”Ya no hay pensamiento de las derechas en el
poder”? Ay... Igual que no debemos confundir la vigencia de contravalores con
la ausencia de valores, declarar que el pensamiento de derechas es un
no-pensamiento constutuye un terrible autoengaño. La ideología de la muerte de
las ideologías… Pero cómo se puede estar tan despistado. La tragedia es que son
los idearios de izquierda los que gozan de muy mala salud: los de la derecha
están fuertes y rozagantes... Y por supuesto no es sólo que tengan dinero --que
lo tienen a espuertas: por ejemplo la
Cámara de Comercio de EEUU, con sede en Washington, emplea
cada año más de 150 millones de dólares para su propaganda neoliberal/
neoconservadora[1]--,
tienen también ideas. Cómo sigue minusvalorando eso la izquierda, convencida de
que “la derecha no piensa”. Puede servir como ejemplo un buen artículo del
economista Antonio Mora Plaza[2],
con propuestas de mucho interés…
Pero lo que deprime es cómo se acoge al tópico antes
mencionado: “...se impone un minuto de reflexión [tras la huelga general del 29
de septiembre de 2010] por parte de la izquierda no gubernamental y los
sindicatos; en cambio, no exijo la reflexión a la derecha --en concreto al PP--
porque nunca han tenido esa capacidad como colectivo. En la derecha, el último
que pensaba o reflexionaba fue quizá Cánovas del Castillo y de eso hace
tiempo...” Qué sandez. Pero si tienen varias veces más gentes y recursos
invertidos en pensamiento que nosotros... La vía más rápida para ser derrotado
es infravalorar al adversario.
En su libro El
pensamiento secuestrado, la ensayista y activista Susan George muestra cómo
los círculos dominantes en EEUU comprendieron que la batalla decisiva por el
poder no es la que se libra por el control del Estado (poder ejecutivo y
legislativo, ejército, policía, prisiones, sistema fiscal...) sino la batalla por la cultura en su sentido más
amplio[3].
“Es la tarea de construir un sentido
común interiorizado y compartido por la mayoría de las personas. El título
del primer capítulo de este libro resulta significativo: ‘Fabricar sentido
común, o hegemonía cultural para principiantes’. ¿Suena todo esto a Gramsci?
¡Precisamente!”[4]
La autora lo dice con claridad: “La derecha estadounidense ha realizado (...)
precisamente esta ofensiva gramsciana” (p. 110). Se diría que la derecha supo
leer a Marx y a Gramsci mejor que la izquierda…
CUATRO COMPONENTES ESTRATÉGICOS
DE LA CONTRARREFORMA
NEOLIBERAL THATCHERIANA EN GRAN BRETAÑA
(Y LUEGO NEOCON/ TEOCON EN
EE.UU.)
- Importancia de la ideología (cosmovisión
interiorizada que orienta la acción política), más que de las ideas
- Estrategias de penetración sociopolítica “capilar”,
más allá de las instituciones representativas
- Apropiación del cambio como lema
- Conflicto constante, radical, sin buscar consensos;
“guerras culturales”; fricción permanente que proporciona tracción
política
Véase José Luis
Álvarez, “Thatcher, los ciclos políticos y el PSOE”, El País, 23 de enero de 2012
Esta derecha primero thatcheriana, y luego neocon/
teocon, emprendió una ofensiva cultural en toda regla para construir primero, y mantener después, su hegemonía ideológica. La
izquierda no supo hacerlo...
Y para ello promocionó a todo un conjunto de
“intelectuales orgánicos” (otra categoría gramsciana) afines a sus intereses:
líderes políticos, telepredicadores y pastores religiosos, investigadores
científicos y divulgadores, personajes mediáticos, periodistas... Así como una
tupida red de instituciones generosamente financiadas.
“Las características
principales de este sistema [neoliberal
anglosajón] son conocidas: vínculo social basado en la competencia
de todos contra todos, privatización de los bienes públicos, competencia
comercial ‘libre
y no falseada’,
mercantilización de las relaciones sociales, flexibilidad y precariedad del
mercado laboral, inversiones especulativas a corto plazo con tasas de
rendimiento elevadas. Trasfondo del cuadro: provecho máximo para una minoría,
endeudamiento generalizado para la mayoría. (...) El principio de competencia se
ha convertido en el prêt-à-penser del
conformismo triunfante. El hundimiento del pensamiento crítico, progresista,
ante ese modelo de gestión del vínculo social, ha sido impresionante.”[5]
No se improvisa una cultura (tampoco una cultura política). Tras el crash financiero de 2008, en un primer
momento, muchos gobiernos del mundo emprendieron políticas más o menos
keynesianas, de forma muy contradictoria.
Pero la cultura neoliberal/ neoconservadora, con sus
valores y sus prácticas profundamente sesgadas a favor de la clase dominante,
ha impregnado profundamente el mundo entero durante tres decenios. Hoy ya
estamos en otra fase: como decía con gracia Joaquín Estefanía hace algún tiempo,
“Alguien dijo que el sistema necesita un infarto
para que, si lo supera, afronte los desequilibrios y adopte un estilo de vida
más saludable. El infarto ha llegado [con la crisis que empezó en 2007] pero el
capitalismo, en vez de protegerse, se ha dado de alta en el hospital y corre a
festejarlo con un cartón de Marlboro, una botella de ginebra y un Big Mac con
patatas fritas en la mano.”[6]
No se improvisa una cultura
alternativa... No hay atajos. Socialismo o barbarie, decía Rosa
Luxemburg (y lo recogió entre 1948 y 1965 la importante iniciativa de marxismo
crítico impulsada por Cornelius Castoriadis, Claude Lefort y otros). Lo que
vino fue la barbarie del siglo XX (y ella fue asesinada).
[1] Antonio Caño: “Dólares
contra votos”, El País, 13 de octubre
de 2010
[2] Antonio Mora Plaza, “Lo
que sí puede hacer el Gobierno a pesar de los mercados, Bruselas y el PP”, 7 de
octubre de 2010. Puede consultarse en
http://www.nuevatribuna.es/noticia.asp?ref=40598
[3] Susan George El pensamiento secuestrado. Cómo la derecha
laica y la religiosa se han apoderado de Estados Unidos, Icaria, Barcelona
2007.
[4] José Luis
Acanda, “Cuando la derecha lee a Gramsci”, reseña del libro de Susan George, Casa de las Américas 253, La Habana 2008, p. 148.
[5] Sami Naïr, “Las elites
ante la crisis”, El País, 7 de marzo
de 2009.
[6] Joaquín Estefanía, reseña
en Babelia.
Caminar erguidos
Dicen que hay que evitar el pesimismo porque
desmoviliza –y suelen llamar pesimismo al tipo de análisis que trata de mirar
la realidad de frente, sin autoengaños--. Pero lo que de verdad desmoviliza, y
desmoraliza (en todos los sentidos de la palabra moral), es el divorcio permanente entre lo que se dice y lo que se
hace que caracteriza a buena parte de nuestro discurso público.
Norman Geras ha denunciado y analizado el tácito
“contrato de indiferencia mutua” que impregna la textura moral de nuestras
sociedades, muy corrompidas por más de tres decenios de hegemonía neoliberal.
Esto nos remite a los lúcidos análisis de la ceguera voluntaria y el autoengaño
humano por parte de Primo Levi, en las condiciones extremas de los campos de
exterminio (y los guetos que constituían su antesala). “El género humano, es
decir nosotros, éramos potencialmente capaces de causar una mole infinita de
dolor; y el dolor es la única fuerza que se crea de la nada, sin gasto y sin
trabajo. Es suficiente no mirar, no escuchar, no hacer nada.”
No cometamos el error de pensar que nos hallamos
existencial o moralmente lejos del universo sobre el que se reflexiona en Si esto es un hombre o en Los hundidos y los salvados: ni siquiera
políticamente estamos tan lejos como quisiéramos. Los exterminios de mañana
–que tendrán que ver con problemas como el calentamiento climático y el peak oil— se están preparando hoy,
ahora; la decisión de afrontar los problemas –en vez de “no mirar, no escuchar,
no hacer nada”— tendría que ser la nuestra.
Frente a esa inveterada tendencia al autoengaño,
recordemos más que nunca las palabras de Bertrand Russell en Por qué no soy cristiano: “Tenemos que
mantenernos en pie y mirar el mundo a la cara: sus cosas buenas, sus cosas
malas, sus bellezas y sus fealdades. Ver el mundo tal cual es y no tener miedo
de él.” Esto es exactamente lo mismo que propone el pensamiento budista: no
exagerar, tratar de vernos a nosotros mismos tal y como somos, sin añadir ni
restar[1].
Frente al fondo de pereza atávica que es tan humano
–demasiado humano--, frente a la tentación de seguir la corriente y dejar
hacer, frente al dejarse caer hacia lo bajo de nosotros, es tiempo de
resistencia.
La idea de caminar erguidos –no en sentido absoluto,
claro, sino lo más erguidos que resulte posible, habida cuenta de la existencia
de la fuerza gravitatoria y de la natural tendencia de las columnas vertebrales
humanas a la escoliosis— sigue conservando todo su sentido, al menos en dos
sentidos. Primero, acercarnos a la tumba en las mejores condiciones de lucidez
y agilidad alcanzables. Segundo, no perder la dignidad moral ni dejar de luchar
por una sociedad decente (“una humanidad libre en una Tierra habitable”).
Para los privilegiados que vivimos en sociedades
ricas, donde nuestras necesidades están bien cubiertas, éste es en verdad el
mínimo exigible.
[1] Juan Masiá, El otro Oriente, Sal
Terrae, Santander 2006, p. 228.
Volver a situar la acción sociopolítica colectiva en el centro
El doble impacto de las ofensivas neoliberales (1979
como fecha emblemática) y el fracaso de la experiencia soviética (1989, si hace
falta ponerle fecha) pareció laminar el espacio para la política en sentido
fuerte: las luchas por “una humanidad justa en una Tierra habitable”.
Pero sin volver a situar la acción sociopolítica
colectiva en el centro, sin reactivar esa política en sentido fuerte que es la
de los movimientos sociales emancipatorios, no podemos confiar en evitar el
desastre.
El mensaje de fondo del liberalismo/ neoconservadurismo
es: interioriza tu impotencia. Un
gigantesco aparato de propaganda martillea sin cesar inculcando los
contravalores siguientes: desconfianza en lo público, ineficacia de la acción
colectiva, o eso que el marxista británico Norman Geras llamó “contrato de
indiferencia mutua”[1]. Mike Davis:
“[Hemos de] reconocer que no hay
soluciones realistas a la actual crisis planetaria. Ninguna. Una transición pronta y pacífica hacia una
economía de bajas emisiones de carbono y a un capitalismo de estado
racionalmente regulado no es, ahora mismo, más probable que la realización de
un anarquismo barrial capaz de conectar espontáneamente y a escala planetaria
las distintas comunidades. Quien
se limite a hacer extrapolaciones a partir de la actual correlación de fuerzas,
lo más probable es que llegue a un bárbaro equilibrio de triaje [selección en situación de catástrofe],
fundado en la extinción de la parte más pobre de la humanidad.”
Por mi parte, estoy convencido de que el socialismo/anarco-comunismo –el
imperio del mundo del trabajo a escala planetaria— es nuestra única esperanza. Pero es condición epistemológicamente necesaria
para que se produzca un debate estratégico y programático serio en la izquierda
la elevación de la temperatura en las calles de todo el mundo. Sólo la
resistencia puede despejar y aclarar el espacio conceptual que se precisa para
sintetizar el significado de las utopías de pequeña escala y sin estado [como las que propugna Rebecca Solnit] con la
grande, confusa y enlodada pero heroica herencia legada por dos siglos de
luchas obreras y anticoloniales contra el imperio del capital.”[2]
La invitación a trocear todos
y cada uno de los asuntos que nos importan para dejar cada pedazo “en manos de
especialistas” es, en nuestras sociedades, constante y pesada. (Y eso que
sabemos que los supuestos especialistas, en el mejor de los casos, dominan
parcelas de realidad cada vez más pequeñas, sin que existan las adecuadas
instancias de recomposición de los saberes y las prácticas[3]: ése es
sin duda uno de los males mayores de nuestra época.) Pero ni la democracia
puede ser asunto de políticos profesionalizados, ni la sostenibilidad cabe
dejarla en manos de ecologistas e ingenieros ambientales: son los asuntos
básicos donde nos va la vida, donde nos jugamos el todo por el todo; se trata
de los que nos atañe a todos y todas. Tiene que ser objeto de una política
avecindada con la ética y practicada desde la base.
[1] La cosa viene a ser así:
para sobrevivir moralmente en medio de la injusticia y la violencia que se
producen todos los días y ante las que no hacemos nada, necesitamos reducir la
disonancia cognitiva que ello genera. Norman Geras señala que no podemos
aceptar nuestro comportamiento indiferente como moral o racional sino
presuponiendo (falsamente, claro está) que existe una suerte de pacto o
“contrato de indiferencia mutua” por el que cada uno renuncia a ser ayudado por
los demás, a cambio de quedar aliviado de la obligación universal de ayudar.
Así salvamos la buena imagen ética que tenemos de nosotros mismos...
[2] Mike Davis, “Debate sobre el futuro del socialismo: necesitamos
la elocuencia de la protesta callejera”, sin permiso, 3 de mayo de 2009. El artículo de Solnit al que se
refiere puede consultarse en http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2544
[3] Una interesante reflexión
al respecto en Bertrand Saint-Sernin, “La racionalidad científica a principios
del siglo XXI”, dentro de Juliana González (coord.), Filosofía y ciencias de la vida, UNAM/ FCE, México 2009, p. 94 y
ss.
Resistamos ahí
¿Podremos despertar de la narcosis de la codicia y
reconstruir vínculos ecosociales sanos –cobrar conciencia de nuestra
interdependencia y ecodependencia, y rehacernos a partir de ahí?
Una expresión consagrada en la jerga economicista de
nuestro tiempo es “encontrar un nuevo modelo de negocio”. En la “sociedad
líquida” del tardocapitalismo las oportunidades económicas cambian
constantemente y las empresas –así como los individuos instados a transformarse
en empresas unipersonales-- tienen que “reinventarse” una y otra vez.
La economía ecológica, junto con otras corrientes de
pensamiento crítico, plantea una enmienda a la totalidad: hace falta otro
modelo de negocio, en efecto –para la humanidad en su relación con la
naturaleza. Un modelo de negocio que reduzca drásticamente el papel de los
negocios, del bisnes que hoy lo penetra todo. Desmercantilizar y democratizar.
Los intereses comunes sobre el beneficio individual;
el largo plazo antes que el corto; la inclusión del “prójimo lejano” en la
comunidad moral. Ésta es la inversión de perspectiva ético-política por la que
luchamos.
Hablamos
de familias disfuncionales, de individuos disfuncionales, de actitudes
disfuncionales… Pero lo que tenemos es una industria disfuncional, una
agricultura disfuncional, una banca disfuncional, una política disfuncional,
religiones e ideologías disfuncionales… Lo asombroso es que, con semejante
trasfondo, topemos de vez en cuando con personas no disfuncionales.
El poder del capital es abrumador. Pero esa fuerza
de dominación triunfa de verdad sólo si tiene éxito en el más secreto de los
movimientos que trata de imponer: la interiorización de la impotencia en todos
y cada uno de nosotros. Resiste ahí. Resistamos ahí.
Jorge Riechmann. Interdependientes y ecodependientes. Ensayos desde la ética ecológica (y hacia ella). Ed. Proteus. 2012. Y también en Ética Intramuros. Universidad Autónoma de Madríd, 2017
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