Se puede barruntar que, en Savater y otros autores,
son las dificultades para ser moral (del
tipo de las que analizaremos con cierto detenimiento en el siguiente capítulo)
las que desde un segundo plano conducen a acotar de forma restrictiva (y en mi
opinión arbitrariamente) la comunidad moral. Estos autores dirían algo así: ya
ven ustedes lo complicado que nos resulta tratar éticamente al prójimo humano,
no sobrecarguemos todavía más nuestros limitados recursos morales introduciendo
a demasiada gente en el club. No desperdiciemos la escasa energía moral de que
disponemos en cuestiones quizá secundarias…
Pero si implícitamente se razona de esta forma, lo
honesto sería poner la dificultad sobre la mesa de forma directa, en vez de
tratar de hacer pasar por buena una idea de la ética –“el reconocimiento de lo
humano por lo humano”— a mi entender poco convincente. Y por mi parte,
reconociendo el gran peso que hay que atribuir a esa dificultad para ser moral en nuestras consideraciones éticas,
argüiría dos cosas. En primer lugar, la
dificultad se refiere al paso de una “moral de proximidad” a una “moral de
larga distancia” (el salto de la barrera de especie sería sólo una
dificultad añadida): pero la forma de hacer frente a la dificultad no puede
consistir en renunciar a cualquier ética universalista, concentrando nuestros
limitados recursos morales sólo en el trato ético con los miembros de nuestro
grupo primario y círculos más cercanos…[1] (Volveremos sobre esta
cuestión en el capítulo siguiente.)
En segundo lugar, quizá haya que tomar en serio
estrategias político- morales del tipo del tipo aspirar a lo imposible para lograr lo posible (recomendación que en
su tiempo nos hicieron tanto Max Weber como Karl Liebknecht)[2].
Probablemente deberíamos considerar la ética de un filósofo moral de la talla
de Emmanuel Lévinas como una propuesta de esta clase[3]:
pensemos en su más que exigente noción de responsabilidad
infinita… Por cierto que también aquí apreciamos peligros (nutrir un
superyó feroz que neurotice severamente al agente moral; alimentar
construcciones utópicas que nos lleven a descuidar los deberes morales más
cotidianos y evidentes), pero reconocerlos e identificarlos no sería en mi
opinión razón suficiente para ocluir esta vía. ¿“Deber implica poder” siempre y en todos los casos? ¿O más bien hay que
recordar aquella “definición de la dialéctica mejor que la de Mao” que sugería
Jorge Semprún, la frase de Scott Fitzgerald que dice: “deberíamos saber que las
cosas que no tienen remedio hemos de estar decididos a cambiarlas”[4]?
La
política –nos recuerda Ignacio Sánchez-Cuenca—“es el arte de lo posible; lo
posible, sin embargo, suele quedar muy por debajo de los imperativos de la
moral”. Otra forma de ver las cosas sería: ser humanos –nuestra tarea
ético-política— es el arte de lo necesario imposible[5].
En
efecto, no podemos confiar en una benevolencia altruista que esté ampliamente
difundida entre el género humano (esas disposiciones existen, claro está, pero
no muchas personas llegan a actualizarlas de manera cabal). Pero tampoco cabe
esperar mucho de la racionalidad egoísta que trata de perseguir de forma
ordenada y coherente los intereses individuales (aislada o agregadamente)… Ésa
es una terrible lección del siglo XX, sobre la que Primo Levi nos llamó la
atención:
“Nunca he tenido fe en el instinto moral de la humanidad, en el hombre bueno naturaliter; pero sí creía que la historia podía interpretarse en función de la utilidad. Sin embargo, quienquiera que considere la historia del ayer [el nazismo y la Shoah] no puede sino quedarse perplejo ante la masacre que es un fin en sí misma, al margen de cualquier ventaja privada o colectiva, y que procede solamente de un odio de naturaleza zoológica y, por tanto, biológico, impuesto, inculcado, alimentado, alabado como tal.” [6]
Se puede extraer una lección
análoga de las últimas décadas del siglo XX y el primer decenio del siglo XXI.
Las clases trabajadoras occidentales, tanto en Europa como en EEUU, se dejaron
arrastrar al siniestro mundo del capitalismo neoliberal/ neoconservador
oponiendo poquísima resistencia, y ello en contra de sus intereses bien
entendidos… Una racionalidad egoísta lúcida hubiera apuntado a la amplia
difusión del anticapitalismo entre los asalariados y asalariadas: no hubo tal.
Nuestra lucha no puede
desentenderse de la racionalidad (la frágil racionalidad humana); pero no puede
dejar de aspirar a lo necesario
imposible.[7]
[1] Con prudencia, el profesor
mexicano Jorge Enrique Linares aboga por un enfoque gradualista y pragmático,
pero ello no le lleva a deformar las cuestiones de fondo: “La ética de la
‘liberación animal’, en la formulación de Singer, se asemeja al modelo bergsoniano
de la moral de la ‘aspiración’, de inspiración más bien religiosa, y que se
centra en individuos de singular virtud (el héroe, el sabio o el santo, como
los caracterizaba Scheler) capaces de ‘arrastrar’ con su ejemplo vivo a los
demás hacia una moralidad del amor universal, que –en este caso– que no se
reduce a la humanidad, sino que se extiende a otros seres vivos. (…) Una ética ‘zoocentrista’
podría conducirnos a aporías por motivos más pragmáticos que teóricos. Los
argumentos zoocentristas (como los de Singer) sobre la consideración
igualitaria de los intereses de otros animales sintientes, la eliminación de
toda forma de violencia contra los animales y la preconización del
vegetarianismo son objetivos congruentes de esa expansión moral, posible y
necesaria; pero también son objetivos incapaces de arraigar y de obtener
consenso en lo inmediato dentro de una cultura de una larga tradición
antropocéntrica y especeísta, pues parecen más bien recomendar una serie de máximos
o modelos de virtud superior, y no sentar las
bases de valores mínimos que pueden ser aceptados por todos los
agentes humanos en acuerdos políticos de orden local y global…” (Jorge Enrique
Linares, “La expansión de la responsabilidad humana ante la naturaleza”, op.
cit.)
[2] “Es verdad que una política eficaz es siempre
un ‘arte de lo posible’. Pero no es menos verdad que, a menudo, lo posible sólo
puede alcanzarse yendo más allá, para alcanzar lo imposible.” Max Weber, “El
sentido de la ‘libertad de valoración’ en las ciencias sociológicas y
económicas”, en Sobre la teoría de las ciencias sociales,
Planeta-Agostini, Barcelona 1985, p. 139.
[3] Una sugerente introducción
en Hilary Putnam, La filosofía judía: una
guía para la vida, Alpha Decay, Barcelona 2011.
[4] Jorge Semprún, “La amnesia
de la Transición
no puede ser eterna”, entrevista por Peio H. Riaño en Público, 23 de noviembre de 2010. El problema con este enfoque es
que, en general, parece que los seres humanos nos “disociamos” activamente de
los problemas insolubles… “Cualquier activista de barrio sabe que si quieres
que la gente responda frente a algo, tienes que decirles qué hacer, y lograr
que parezca factible. Jon Krosnick, psicólogo de la Universidad de
Stanford, ha estudiado esto, y mostró que la gente deja de prestar atención al
cambio climático cuando se dan cuenta de que no hay una solución fácil. La
gente sólo se toma en serio los problemas ante los cuales cabe actuar.” (Kari
Norgaard, “The psychology of climate change denial”, publicado en Wired, 9 de diciembre de 2009; puede
consultarse en http://www.wired.com/wiredscience/2009/12/climate-psychology/
[5] Remito aquí a mi breve ensayo “Soportar la
tensión de lo necesario imposible”, en Resistencia de materiales, Montesinos,
Barcelona 2006, p. 211-214.
[6] Primo Levi: Vivir para contar. Escribir después de
Auschwitz (Diario Público, Madrid 2011), p. 145. Otra reflexión en el mismo
sentido: “Fascistas y nazis han demostrado para todos los siglos por venir que
yacen latentes en el hombre, después de milenios de vida civil, insospechadas
reservas de crueldad y locura. (…) Sólo como locura de unos pocos, y necio y
vil consenso de muchos, pueden interpretarse los acontecimientos de Auschwitz.
(…) Es imprudente edificar previsiones sobre la razón” (op. cit., p. 32, 35 y
36).
[7] Aquí hay toda una reflexión sobre la cuestión
de la “santidad” o lo “moralmente supererogatorio” donde necesitamos
profundizar… Si la “utilidad” de la que hablaba Primo Levi (la racionalidad
egoísta) es alicorta ¿nos volvemos hacia Emmanuel Lévinas?
Jorge Riechmann. Interdependientes y ecodependientes. Ensayos desde la ética ecológica (y hacia ella). Ed. Proteus. 2012. Y también en Ética Intramuros. Universidad Autónoma de Madríd, 2017
Jorge Riechmann. Interdependientes y ecodependientes. Ensayos desde la ética ecológica (y hacia ella). Ed. Proteus. 2012. Y también en Ética Intramuros. Universidad Autónoma de Madríd, 2017
Verdaderamente he podido comprobar esta semana santa, la necesidad que tenemos de disocionarnos de lo imposible, de lo aparentemente irresoluble aunque necesitado de cambio y entragarnos a la "vanatio" (léase indolencia, necesidad de vanalidad).
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