documentos de pensamiento radical

documentos de pensamiento radical

martes, 6 de junio de 2017

4 poemas de SI QUISIERAS PODRÍAS LEVANTARTE Y VOLAR de JOSÉ CARLOS ROSALES




IV (La autopista)


Estás en la autopista y el coche te obedece,
no vas a ningún sitio,
todos los sitios pasan y pasan a tu lado,
todos los sitios son el mismo sitio,
ves las indicaciones, los rótulos,
y ves los edificios en obras con sus grúas,
montones de ladrillos,
una gasolinera, anuncios:
has salido a la calle sin pisar la calle,
el ascensor te lleva
hasta el lugar
donde te espera el coche,
te baja a la cochera,
no tienes que saludar a nadie,
de tu casa a tu coche,
de tu coche a la calle,
de una calle a otra calle,
sin saludar a nadie estás en la autopista
y notas que el coche te obedece,
sus ruedas giran, gira el motor,
los motores se mueven, no se cansan,
son máquinas que están girando siempre:
el mundo está repleto de motores,
las casas están llenas de motores,
hay motores en todos
los rincones del mundo,
hay uno en la nevera,
la lavadora también tiene un motor,
y los ventiladores, la caldera,
el microondas, los relojes,
tu maquinilla de afeitar,
            el aparato de la música,
            la cafetera, el horno,
un secador de pelo,
            exprimidores, batidoras,
todo está lleno de motores,
el mundo es un motor,
sólo existen motores,
es más fácil encontrar un motor
que encontrar un amigo,
la puerta del garaje también tiene un motor,
y te obedece siempre,
hará lo que tú digas,
y se abre o se cierra,
si se rompe alguien viene
deprisa y la repara,
todo está en movimiento,
todo gira y se mueve,
todo está en movimiento menos tú,
que ahora corres por la autopista
en dirección a cualquier parte.



V (La chocolatina)


Ahora estás esperando tu turno,
estás en la gasolinera,
en la cola de una gasolinera,
delante de la caja esperas que te toque,
te aburres, te aburrías,
siempre estás aburrido,
te mueves de un sitio para otro,
te levantas de la cama para ir a la cocina,
sales a la terraza para mirar la sierra,
vuelves a la cocina o regresas del baño,
vas de tu corazón a tus asuntos
y te has parado ahora en la gasolinera
porque querías parar en algún sitio,
llevas en la mano un periódico
y ahora miras la caja de las chocolatinas:
son brillantes y rojas,
siempre hay chocolatinas
al lado de las cajas,
en las cajas de los supermercados
también hay chocolatinas,
habrá chocolatinas también en las farmacias,
y chicles, caramelos
de menta, refrescantes
caramelos de menta,
máquinas de afeitar de un solo uso,
por todos los sitios hay chocolatinas,
todo está lleno de chocolatinas y de ofertas,
sólo hay ofertas, nadie te pide nada,
te ofrecen lo que sea,
nada quieren de ti,
de ti no quiere nadie nada,
sólo quieren que compres baratijas,
y la cola está quieta, no se mueve,
tenemos un problema,
nos dice el responsable de la caja,
tenemos que llamar al encargado,
insiste con su cara de elefante griposo,
cara de hereje o juez,
pocos amigos, malas pulgas,
cara de perro perseguido,
miras al encargado cuando llega,
siempre hay un encargado,
en todos los sitios hay un responsable,
un responsable oculto o escondido,
un responsable acecha,
miras las chocolatinas y miras el periódico,
delante de ti hay una rubia,
delante de ti y espera como tú,
una rubia que se pone nerviosa,
y abandonas la cola,
lleva un niño pequeño de la mano,
abandonas el periódico
y el niño te mira fijamente,
te acercas a la puerta,
y el niño cuchichea con la rubia
que debe ser su madre,
o su hermana mayor, tal vez su abuela,
y el niño te acusa o te delata,
te acercas a tu coche,
lo arrancas y te alejas, nada llevas contigo
hasta que sacas del interior de tu chaqueta
una chocolatina roja
y con cuidado empiezas a comértela:
procuras mantener el volante en las manos,
no quieres
que tu rumbo se rompa
todavía.



XVI (El ambulatorio)


Ahora estarás en el ambulatorio,
un centro de salud,
consulta médica,
es un pasillo inmutable y apático,
luz decaída, nada nuevo,
querías refugiarte en algún sitio
y entraste en un ambulatorio,
los ambulatorios son eso:
lugares donde hacer una pausa,
parecen transitorios, son lugares
de paso o estaciones de tren,
una sala de espera
donde mirar el hueco de un tiempo que se esfuma,
y estás en una silla al lado de un anciano,
esperando tu turno imaginario,
el turno que no tienes,
estás matando el tiempo, no sabes dónde ir
y escuchas lo que hablan:
necesitaba otra receta,
me falla la rodilla,
siguen las mismas náuseas,
el padre que acaricia el pelo de sus hijas,
la mujer que está ausente, despeinada o llorosa,
y el anciano que dice palabras para nadie,
una frase difusa,
una queja, otra queja,
sus gafas reparadas, esparadrapo, alambres,
el cristal con fisuras, calcetines caídos,
palabras hacia el suelo:
con sus labios no saben sino decir palabras,
sólo tienen su queja,
los miras porque sabes que son como un espejo,
son como tú,
y esperan,
no saben lo que esperan,
alguna solución, una salida,
una buena noticia,
la cita del análisis,
lo que traiga la sangre,
una cama más limpia,
bajar la fiebre un poco,
que se vayan las náuseas,
no saber, no sentir,
no necesitan demasiado, se contentan con poco,
si quisieran podrían levantarse y volar,
si pudieran volar, ¡ah, si pudieran volar!,
tal vez nunca lo harían.



XIX (Los consejos)


Andando por la calle no sólo mirarás la calle,
también recorrerás tu pensamiento,
el laberinto de la infancia,
el sitio donde yace la fundación del mundo,
y hay consejos, consignas, un recuerdo enojoso,
premisas indelebles,
te las decía tu madre, las repitió tu abuela:
no toques los enchufes, no juegues con los grifos,
no le abrirás la puerta a nadie,
a la ventana no te asomes,
no te olvides las llaves, no bebas agua fría,
no pongas los pies sobre la mesa,
no digas nunca que estás solo,
di que tu madre está dormida,
se ha tomado una píldora y que vuelvan más tarde,
que vuelvan otro día,
no respondas preguntas, no me acuerdo, no sé,
no te pares, no mires,
nunca señales con el dedo,
no le digas a nadie que estás solo:
tanto te lo dijeron que nunca lo olvidaste,
y agachas la cabeza todavía,
y asientes disintiendo,
y disientes callando:
coacción o firmeza, y te callas, te callas,
y no le dices nunca a nadie que estás solo.





José Carlos Rosales, Si quisieras podrías levantarte y volar. Ed. Bartleby, Madrid, 2017

5 comentarios:

  1. También dentro de ti hay un motor... ¿que harás antes de que se pare para siempre?...

    ResponderEliminar
  2. Echarme al monte, echarme novia, ir a verte...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A echarse al monte me apunto, a echarme novia también, y si vinieras a verme serás bienvenido...

      Eliminar
  3. Ja, ja, ja... pues cuenta con que algo haremos a finales de junio... abrazos!!

    ResponderEliminar
  4. Melancolía de la buena, José Carlos. Me reconozco en tus poemas. Nos vemos. Un abrazo

    ResponderEliminar