Memoria
poética
Memoria poética (Pamiela,
2018) es un libro colectivo de 18
poetas que recupera 36 historias de represión política en Navarra, durante la
guerra civil y el franquismo, a partir de los cuadros del pintor José Ramón
Urtasun. Así, Cementerio de botellas
cuenta una historia real en torno a una de las peores cárceles del franquismo:
el Penal de Ezkaba, ubicado en un monte próximo a Pamplona. Los presos que no
eran fusilados morían de hambre, puesto que la comida había que comprarla, o bien
de tuberculosis, ya que el suelo de la prisión estaba encharcado. Dadas estas
condiciones, Ezkaba fue escenario de una de las mayores fugas ocurridas en la
historia (cerca de 800 presos). Los cabecillas fueron fusilados en el patio de
la prisión y muchos otros presos se encuentran todavía en quién sabe cuántas
cunetas de los montes y los pueblos aledaños. El Penal de Ezkaba alberga
también “el cementerio de las botellas”, llamado así ya que junto a cada uno de
los cuerpos allí enterrados (131), el capellán de la prisión colocó una botella
que contenía su nombre. Esto facilitó su identificación 70 años después, y que
sus familiares pudieran vivir el momento de la exhumación.
Por su parte, Ese amargo botín trata acerca de las rapadas en la localidad
navarra de Peralta, y las historias que en él se cuentan son también reales.
El día en que cortaron el pelo a Petra,
estaba sola en casa.
Cuando fueron a por ellas, sus hijas habían
salido al campo.
Y al volver, una sombra planeaba sobre su
casa, vacía.
Espera en llamas y silencio que cortar con cuchillos.
Más tarde, apareció su madre, con el pelo
rapado.
Dios
mío, Dios mío, cómo han podido hacerme esto
a
mis años, lloraba Petra.
A la hora en que los niños salían del
colegio,
las llevaron en procesión, con pozales y escobas,
sus cuerpos, deformes, por aceite de ricino.
Y detrás, la banda de música
mientras el vecindario, incitaba a los niños al
escarnio.
Así pasearon a más de 100 mujeres en el
pueblo,
en julio del 36.
Solo algunas habían repartido papeletas de
izquierdas
o habían salido a la calle el 1º de mayo.
Eran casi todas viudas, madres, hermanas,
novias e hijas de fusilados.
Primero raparon a las casadas
y luego a las jóvenes, ese amargo botín.
A Juanita, con tan solo 17, le mataron a su
hermano.
Mientras le cortaban el pelo,
lloraba, lloraba.
El alcalde de entonces, le dio una palmada en
la espalda
y le dijo, riendo: No llores, Juanita, que esto no es nada
para
lo que os vamos a hacer.
Cementerio de botellas
Arrodillados, junto al esqueleto de Juan,
su hija Mar y su nieto Xavier
lo contemplan unos minutos en silencio.
Después se acercan, lo acarician y besan la noble calavera.
Tiene las piernas cruzadas
entre ellas, una botella rota.
Nunca estuvimos tan cerca, le dice Mar.
Ella, que también cruza las piernas así cuando duerme.
Xavier imagina al abuelo Juan atrapado,
hambriento, enfermo,
dolorido, sucio, cansado. Solo.
A sus 33 años, durmiendo sobre el suelo encharcado de la prisión,
muerto de frío.
Le contaron que murió
pero hoy sabe que no es cierto: que a su abuelo, lo mataron.
Xavier tiene una hija de la misma edad que su madre
cuando el abuelo Juan fue a anotarla en el registro.
Entonces, lo atraparon.
Sacan los restos del padre, del abuelo,
al que no conocieron, de la tierra acallada
de este silencio tan hondo que nos cubre hasta ahogarnos
de esta vergüenza que no puede esconderse tras tanto miedo.
Y colocan sus huesos en una caja
como si fueran de porcelana.
Por fin podrá salir del patio de la prisión.
Itziar Ancín García
Memoria poética (Pamiela, 2018)
Las imágenes son de la autoría de José Ramón Urtasun.
Los he vuelto a leer. Me alegro de que salga Peralta, ahora que la tienes tan cerca...
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