La
serpiente que envolvía el mundo,
el
sueño de los canguros,
la
lengua rugosa de la vaca
que
me despertó a la vida,
la
memoria vacía de la infancia,
los
lápices que pintaron
un
plato de limones,
campos
de amapolas,
cuadros
de girasoles,
lugares
de refugio
cuando
aún tú no habías aparecido.
El
sol del invierno escapando del charco en que lo miro,
la
cometa que dice adiós desde el cordel de mi mano,
la
pompa de jabón que se cree nube mientras se abisma,
la
llama sin aliento esparciendo entre las sombras
su
transparencia de ceniza,
el
viento bajo el puente, el perro de los días,
la
Vía Láctea en las alas de una libélula,
lo
que nos acerca a lo lejano.
El
bosque que se cierra tras el luminoso ciervo,
el
cristal que rasgó el velo de la eternidad,
la
pluma encontrada justa de voz,
las
caracolas balanceándose en la baranda
del
patio de la casa de los Escribanos,
la
luna nueva en la vieja charca,
el
pájaro Ives Klein,
tu
nombre que me respira.
La
ventana abierta al espejismo del lago,
el
mar pequeño de tu ropa interior,
el
hueco de tu espalda,
el
calor de mis silencios,
la
gota sobre la campana,
en
los días descoloridos
estas
palabras
para
que sigas bailando en mi corazón.
Antonio Orihuela. Disolución. El Desvelo, 2018
Antonio Orihuela. Disolución. El Desvelo, 2018
¡Que inmensidad la del mar pequeño!
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