De adolescente
andaba por el pueblo apartando corazones con la punta del pie.
También el mío.
Volví a verla años después de que se hubiese cancelado
la mayor parte de su hermosura.
Aunque el peso del mundo se había colocado bajo sus párpados
y el tiempo pugnaba por asomar en su pelo bajo una luna de plata,
me quedé, como entonces, sin palabras.
––¿Te debo algo? –dijo su sonrisa agrietada
mientras ella se marchaba,
y el mundo siguió girando como había hecho desde siempre
al compás de las mareas del ir y el venir de la belleza.
Antonio Orihuela
¡Que reviente la primavera!
ResponderEliminarChiloé