Todo arde ya
pero nada subterráneamente
pero nada fuera de ti y de mí
El corazón ya no nos nace
de la estirpe enraizante de algún olivo
y es también
un decreto universal de incendio
Somos el humo de este planeta
y la evaporación de nuestra especie
Hemos ardido ya la posibilidad de rescatar
el ojo blanco de un gamo muerto
y la semilla autóctona que hicimos
presa de nuestro olvido
Está ardiendo la cosecha de miel y el
viaje
del polen a nuestros huertos
y los presupuestos se incendian
con el vuelo de helicópteros privados
Arderá el reflejo de nuestra memoria
en la hierba verde y violeta
y también el derecho a elegir
la tierra de los antepasados
como destino de nuestro presente
Tantas y tantas cosas son
las que empiezan de nuevo a arder
cuando se apaga el abrasador fuego
cuando las imágenes nos incendian
de vínculos asépticos con la muerte
cuando la noticia siguiente
es la escasez de cubitos de hielo
para nuestro penúltimo whisky
¿Qué especie puede aspirar a la vida
si se enoja con los charcos de la lluvia
si huye de la imaginación de los arroyos
si desalienta su condición de barro?
Bajo la herida tiritan incomprendidas
las bocas de los árboles
y apenas en una mano cogen
las personas sembrando hilos de savia
¡Qué incendios tan oscuros y grandes!
¡Qué cunas nacemos tan acopladas
a los carritos semióticos
tan poco simbióticos de un supermercado!
¡Qué poesía tan débil que apenas
pronuncia textos y palabras!
¡Qué fácil verter tanta sangre
en tan pocos lavabos financieros!
¡Cuánta agua ahogada
bajo escombros metálicos!
¡Qué solo el comensal exultante
que sólo abraza las nubes que nos
desnutren de agua!
Pero no es el fuego el que nos atrapa
pues en él arde la muerte vital
la que nos hace libres y oxigenados
Nos atrapan los pescadores sin brazos
los que precisan carne humana
para sus remos moribundos
los que apesadumbran los océanos
con cadáveres de cristal apenas visible
El Arca que nos mencionan
es una maraña de monedas globales y
oscuras
y Noé no subirá a la cubierta
hasta que se le acaben los opiáceos
¿Cómo hablarte entonces
de humanidad
o de enemigos
cuando vamos en manadas estrechando
el tiempo, sus lazos
y la biodiversidad que acusa al humo?
¿Cómo amar de nuevo vuestra voz
la dulzura y la nieve
si somos un horno cegador
un apóstol tirano y diabético?
La gran herida que nos mata
es aún la vida:
son los pájaros amazónicos
revoloteando a deshoras
en nuestra Antártida cerebral
La gran herida soy yo
y las migajas de mis miradas
y de mis pusilánimes dientes
La gran herida es nuestra
y ya no es invisible ni indolora
y ya no hay vacíos para trincheras
ausentes:
somos los sacos de arena
que han preparado
para obstaculizar el avance
de sus balas ignífugas
La gran herida es la hilera
de hilanderas sin sueldo
de pobres sin dientes
de obsesos por dulces de colores amargos
de mestizos y negros ocupando portadas
y vallas de espino calculado
La gran herida son las pandemias
dispuestas a repartir
su ración de hambre
en sus platos de hipocresía
La gran herida es un campo ahogado
por los bajos precios y los embudos
de señoritos y grandes distribuidores
y los incisivos puestos a limar
en los montes circundantes
La gran herida es el faro
ensimismado
de hombres encadenados a un parte de guerra
y a una conmutación de deseos
por prostíbulos virales
de impulsos por cadenas de ordeño
Yo no soy la gran herida
y soy todas vuestras heridas posibles
porque de mis glóbulos rojos ascienden
leves disculpas
y miradas para otro lado
No soy como el árbol
que tiembla impasible y agradecido
con cada viento
Soy más bien la rama caída
mitad savia muerta
mitad vida en cercenada tierra
que ya no mira directamente
a los ojos de la fotosíntesis
y debe esperar el apoyo diario
de bacterias que se acerquen a incorporar
su débil respiración
Quiero al menos con mi presencia
anunciar los labios que faltan
que me faltan
y las vallas no saltadas ni siquiera
percibidas en la huida
Ésta es mi excusa:
hiero y me corrompo para sobrevivir
para mantener vivo un afecto
que me distancie de la muerte de mármol
y de los pilotos de bancos y petroleras
ahora reconvertidos
en Pilatos de bomberos y coches eléctricos
Éste es mi aprendizaje:
vivir sobre
sin nadie debajo
amar sin un dentro
y un afuera
No encierra un canto ni una llama
este poema casi en blanco
pues son letras planas
y todo es impulso a nuestro alrededor
pero bien podríamos reagrupar
sus fonemas y rehacer alguna mesa colectiva
de una asamblea no sospechada anteayer
o utilizarlo como manual de ilusiones
para tirar mujeres y hombres
de un pan desvestido de circos
pero pleno de verbenas repletas de azadas
y álamos enamorados de sus ríos
para desarmar y rehabilitar
el corazón mustio
de las ciudades inservibles
Contiene este canto
el hueco apacible de una flecha
y su color transparente
tan sólo
quisiera clavarse en ti
Si mi flecha quiere ser verde
es porque los árboles están llorando de
noche
su cuerpo sin descanso
cada año un 2% más de agua
subiendo prematuramente a los cielos
y al amanecer la luz inicia menos partos
y certifica más hojas enterradas
en un ataúd que nos hierve
La herida tiene aquí
cual fusilamientos nocturnos
cuatro grados más de espesor
para que robles, cerezos y algún castaño
suban sus postreros
peldaños fúnebres
La evapotranspiración
son las lágrimas
del cambio climático
Y nosotros no somos pañuelo
sino tristeza seca y deshabitada
cauce infértil para el mundo:
avanzamos como desiertos
impusimos a los ríos
dejar de ser ríos
sólo mantuvimos más deprisa
la promesa de llegar raudos
a un recalentado mar
Golpeamos este jardín
con el hacinamiento animal
y la servidumbre debida
a los Zikas, los SARS, la gripes, los
coronavirae
y con sus notas aún atronamos más
como trombón desnortado que envenena el
aire
implantando el ojo por ojo
árbol por estantería de grandes almacenes
animales estresados y autopistas de carne
para locura de nosotros mismos
pan de humo amazónico
como vómito de miga negra
dioses pixelados
para la insurrección de los venideros
muertos
y un largo etcétera para no dejar
de golpearnos nosotros mismos
en la lengua que nos dice quienes somos
La herida que arde no admite otra cosa
que nuestra re-escritura a tientas
que fonemas y cuentos se enamoren
del agua de la vida
que refranes y manteles
sean menos conservadores y autoproféticos
que las cooperativas sean circulares
y los bares se llenen de pensamientos
Y quizás algún día sí
esta flecha verde se yerga
y nos desacerque
del hambre y de aquel hombre
y nos permita reconocer
sólo un poquinino
el sagrado vínculo
entre fogones y versos
Pero hoy la herida nos escribe
con su surco negro e infinito
desdibujando paisajes del ayer
aventurando infiernos del presente
duele su punzón sustituyendo al arado
duelen las cabezas sin campos ni tierra
se nos muere la existencia
porque la vida no nos enhebra
no nos surca
no nos está hiriendo
Primero inventamos el fuego
y aprendimos de nuevo a comer
en un planeta más ancho y más poblado
luego nos atontaron con la pulsión
calorífica
de un planeta negro y de intestinos fósiles
y dijeron que su reino no tendría fin
pero el PIB anda hoy despistado
parece ser
es básicamente una forma
de quemar esta humanidad que empezó
a oler a humo
en recientes e industriosos siglos
de hacer arder los vínculos entre
naturaleza
y esta especie por venir de humanos:
del fuego hemos pasado
a ser destellos inútiles de nosotros
mismos
Nada probará este incendio
que se alza sobre el epitafio mismo
de sus devaluantes estadísticas:
crecen los árboles plantados por Navidad
y crece la hierba en la tundra recalentada
y pierden siempre los mamíferos
de porte más alto, las aves
de vuelos más largos
los suelos negros como úteros de luz
Nada probará este incendio
excepto lo minúsculo de este ser humano
que arderá antes que la hierba
que pisa y le da de comer tres veces al día
que será carne de carbón
mientras se cierra por falta de agua
la última mina y el último proyecto de
fracking
que quedará mudo bajo el chirriar postrero
de la maquinaria de acero y pixeles
grito vacío de metal que yace despoblado
de sangre y de sueños a su alrededor
Mi flecha reverdece ahora que decretan
el final de los días
como si aspirase a ser el rayo de luz del
último ocaso
con el deseo de hacer temblar esta noche
negra
y temblar yo en tus ojos de castaño
Por ahora sólo emancipo
versos de papeles algo repetidos
carantoñas de cerezas
y piel aún alterable
Sería necesario un tsunami
de aguas fértiles e intestinales
para que durmieran su sueño irreparable
estas llamas tuyas y mías
y de falsos empresarios de barcos
para que despertáramos de nuevo
a la espiritualidad de la humedad
que une el adentro y el afuera
Libar árboles, libar tus ramas
y así volver a mi savia
Porque mi flecha verde
no precisa un arco
si no tu cuerda
el amor tenso y lírico
de los músculos ajenos
Ángel Calle. Revoluciones naturales. Ed. La Imprenta, 2024