Ay, Antonio, eres el poeta prototipo, el que se
levanta poeta y poeta se acuesta, el que congrega a las muchedumbres, el poeta que
vigila al poeta que se viste de poeta, oceánico y continental, el que dice el
oráculo, y, sin embargo, en el fondo, en la molicie, en la velocidad exigua, en
la pereza, algo hay en ti de niño que busca que lo abracen, de alma azotada, de
ojiplático adán de los sentidos, de ciervo herido que busca redención en el poema.
Eterno dibujante de simas y de cimas te muestras en mesetas homeostáticas de la
cantidad y la rutina, aterrado espectador del riesgo de la vida, en un
ensayo-error contra el olvido hacia el que vamos.
Construiste imaginarios, referencias, redes,
teorías, has dado a luz espacios, plataformas, pero, sobre todo, una obra
monumental puesta en la calle, una inmensa ofrenda de palabras en el tiempo,
porque, aunque no haya un solo poeta que no modifique el mundo, no se puede
decir de ti que no intentaste ir aún más allá y siempre hay un verso tuyo para
cada ocasión, una referencia que recordar en la intemperie, un báculo desde
donde resistir los embates.
Nos diste Himalayas de amistad y un Moguer de
versos, playas de conciencia, avenidas de serenidad y callejuelas de dudas. No
siempre coincidimos en cuál era el dilema y menos en cómo resolverlo, pero tu perseverancia
desarma mi impostura y mi gratitud no vale nada ante tu sueño.
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