He subido a la azotea
he visto las estrellas
y he dicho
¿qué va a ser de nosotras?
después he abierto
un paquete de galletas Bicentury
bañadas en chocolate blanco
he abierto
también
una cerveza
y he pensado
ya no confío en nadie
no
confío
en nadie
aunque eso
la traición
la desconfianza
solo ocurre
dentro de mi cabeza
dentro de una cabeza
que no deja nunca
de pensarte
ni de pensar
el paro se me acaba en enero
no sé dónde viviré
después de tanto esfuerzo
menos mal que siempre
critiqué la meritocracia
al menos tenía razón
le he ganado una batalla dialéctica
al Capital
echo de menos tumbarme
a tu lado en la cama
colocar el móvil
entre nuestras cabezas
hacer sonar un disco
entero
en una lista Premium
de Spotify
que ya no puedo pagar
he abierto el correo
para escribirte
algo parecido a una carta de amor
después he recordado
que una amiga me contó
hace apenas dos meses
lo bien que te va todo
y he sentido envidia
he sentido odio
la rabia
de la persona abandonada
después he negado con la cabeza
he cogido una bolsa de
patatas fritas
y he corrido por el pasillo
con el temor a que mi madre
encendiese la luz
y viese
lo que queda de su hija
una silueta oscura
Campanilla borracha
en mitad de la noche
he recordado
también
el día en que Antonio
nos contó
cómo escribió
su poema más largo
los médicos
dijeron
que no vería amanecer
he recordado
leer ese poema del tirón
notar la angustia
la despedida
infinita
he vuelto con la memoria
a los hospitales
he llorado
pensando en todos nuestros
muertos en las jornadas intensivas
delante de quirófanos memorizando
las rayas del suelo
el trazo de los azulejos
desgastados las manos temblorosas
de mi madre
los mensajes diciendo:
no me esperéis a cenar,
se ha complicado la cosa
la cara de las enfermeras
el saludo de una anestesista
jovencísima
cada noche al verme
sentada en el pasillo
he contado en Google Maps
los kilómetros que hay
desde mi barrio
hasta el hospital
donde Tony está ingresado
cinco kilómetros
dice la aplicación
nueve minutos en coche
una vez le dije a Mecha
por teléfono:
me estoy sacando el carnet
para poder ir sola a los
hospitales
y no depender de nadie
y poder llevaros a todas
cuando lo necesitéis
ahora
que estoy a nueve minutos en
coche del hospital donde mi amigo
ve pasar los días
no puedo acercarme
ni abrazarlo
ni siquiera decirle
yo tampoco pensé nunca
que la muerte pudiese venir tan
pronto
qué pasará después
tu enfermedad es un trozo
enorme de carbón
que llevo alojado en el pecho
he gritado de impotencia
sabiendo que no habrá despedida
que no podré coger un helicóptero para llevármelo de allí
recorrer el océano
llegar a Houston
como Rocío Jurado
y poner a su alcance
todas las quimioterapias del
mundo todos los recursos
que tienen los ricos
que nos quitan a nosotros
a pesar de que la muerte
la muerte
nos llega a todas
pero
no es lo mismo
he oído el reloj
después
he levantado la persiana
para mirar fijamente la luna
apenas con la forma de una
rebanada de melón
he pensado en esos cuerpos
de hombres
de mujeres
diciéndome
o casi
casi
susurrando:
no tengas miedo
yo sí voy a saber tocarte
tocar
tocar mi propio cuerpo que no lo
toca nadie porque no les dejo
el cuerpo
llevado al límite cada día para
sacarlo a golpes del dolor
para evitar que la tristeza se
vuelva crónica
me convierta en fósil
he terminado la cerveza
me he tumbado
a mirar el brillo
que desprende la luna por el
hueco de la galería y he sentido
pasar los días
como meteoritos
sobre mi coraza de acero
el duelo
es una palabra
que viene del dolor llevo a
cuestas
tres tipos de duelo distintos
pero todos
todos
todos
me conducen
siempre
a la locura
por eso llamo a Peter Pan
desde la ventana
espero que venga para llevarme
que me devuelva con los niños
perdidos y me deje probar la comida invisible esa que no engorda
ni cuesta doce con cincuenta
en el supermercado
polvo de hadas
he subido otra vez a la azotea
he visto las estrellas
y he dicho
¿qué va a ser de nosotras?
Ángela Martínez Fernández. Huracanes en la periferia. Ed. La Oveja Roja, 2024
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