ESCENA CON
MONÓLOGO EN LA JUDEA DEL AÑO I DONDE UNA MUJER DE LA QUE NO CONOCEMOS EL NOMBRE
DA FE DE LO QUE ENCUENTRA EN SU CAMINO
Andan los campos estremecidos
con las caricias de los labradores
y el grupo del galileo pasa entre viña y viña,
por caminos blancos de polvo,
de mínima pendiente, de anchura justa.
He sido una testigo, casi a mi pesar,
de la fuerza de este grupo, de su novedad clara
y, así, impelida de curiosidad y con las venas hirviendo,
que es mucha la habladuría y mucha la agitación,
y aun siendo mujer, me introduje
en estos ropajes y modales de comerciante,
y, en verdad, puedo dar fe, proclamo, digo
que tiene luz esa palabra, algo que rompe
no solo las vestiduras de los fariseos,
sino el aire pesado de las sinagogas,
los fardos al hombro que no vemos,
las cuerdas en los tobillos,
la baba de la ley romana y la centuria,
los impuestos y el latín incomprensible.
Porque él habla de la explosión de los lirios,
de la cepa que convierte lluvia en vino,
de la saliva que cura las heridas,
del vacío uterino transformado en ser humano,
del árbol que sigue a una semilla humilde
y de la ínfima termita que en aire y tierra lo disuelve.
Habla de los milagros cotidianos,
de su belleza, su armonía, su fragilidad,
que asombran y sobrecogen
porque apuntan al centro y conectan
con algo que está fuera, algo más allá,
susurro, atisbo, pálpito
de una liberación posible, una promesa.
Y, finalmente, incansable,
habla del milagro del amor,
el único, el repetido, el inefable,
el que será descrito, pintado, esculpido,
algo que es radicalmente distinto
a lo que hoy llamamos dynamis, energía,
semeion, signo, erga, obras asombrosas,
y que él asocia a lo cotidiano, a lo pequeño,
por eso este chico nos confunde, nos aturde
porque no se baña en el mar de taumaturgia,
de los demonios, resurrecciones, tempestades,
que conocimos ya desde Honi y Hanina
hasta Apolonio, sino que dibuja
una sorprendente nueva cartelería,
ajena a la manifestación de poder
o al barnizado vanidoso, nunca
con el báculo seguro de las fuerzas mágicas
o con la muleta olímpica de otra autoridad,
sino desde el pedestal de su convencimiento
de la praxis que surge al sembrar el amor.
Y lo que más me turba es que no solo predica
sino que su grupo tiene el viento dentro,
y la risa y el peso de la piedra, que los lleva
a poner siempre primero a las personas,
incluso a las mujeres, incluso a los impuros,
también al extranjero y pulveriza lo asentado,
ningunea la ley, niega la separación
entre lo profano y lo sagrado y habla de Dios
como de un padre amoroso, preocupado
por todo lo que se pierde o se separa,
y todo esto, a mí, me deja un vacío en la entraña,
un aire por respirar, una estasis de sangre
que tendré que resolver pronto sobre el miedo
porque él llama a rebelarse, nunca por la fuerza,
de forma punitiva, arbitraria o porque sí,
que mueve la compasión siempre sus acciones,
sino a favor de la vida, especialmente,
y este es el gran escándalo,
para quienes la ley dicta castigo
por sus delitos o pecados
que son, habitualmente, indistinguibles,
pecadores delincuentes que, dice, simbolizan
la liberación necesaria de los pueblos,
en cuanto hay gente que confía
y se arriesga a la solidaridad y el amor,
gente que solo necesita conocer las balizas.
Mañana, a la caída de la tarde,
cuando empiecen a partir el pan,
me quitaré estas vestimentas,
me lavaré el pasado y seré yo misma,
pediré unirme a su camino,
sin temor a la Ley ni a la Lex,
porque no son Zelotes, no son Esenios,
sino que las mujeres del grupo
caminan al flanco, hablan en la asamblea,
reciben el pan y aún lo parten, sea cual sea
su historia de hombres, su historia de hijos,
aún las prostitutas, las viudas,
las repudiadas, las estériles,
que este chico aúpa siempre,
empuja, provoca, genera controversia,
abre puertas y derriba muros,
pone ejemplos campesinos, actualiza
un lugar devastado, un tiempo sucio,
por un tiempo nuevo más lento, más hondo,
que se construye desde la compasión,
con los débiles, pero sin víctimas y, por tanto,
sin verdugos, sin ricos,
sin fariseos, sin escribas, sin hipocresía,
que se está construyendo ya
y no quiero perdérmelo.
ESCENA NOCTURNA EN UN HOSPITAL EUROPEO DEL SIGLO XXI
QUE INCLUYE EL MONÓLOGO DE UN USUARIO DE LA SANIDAD PÚBLICA
Ya se puso el sol
detrás de los pisos baratos
que rodean el
hospital con su ropa tendida,
porque los ricos
huyen a barrios distantes del dolor,
donde hay
espesura y ambulancias ausentes.
Habitan
quirófanos las horas tardías
y desciende hacia
la tierra, por escaleras y huecos,
el laborable
magma de las enfermeras y médicas,
de las celadoras
y técnicas, de las administrativas,
día y noche,
miércoles o domingo.
No hay
enciclopedia ni montaña que albergue la suma
de todos los
dispositivos, medicamentos, maniobras,
que rodean a la
persona entregada a sábanas y tubos,
el océano de
datos, protocolos,
y toma
interdisciplinar de decisiones,
que sostienen
cada acto repetido.
Estoy cansado de
esta agonía de mi madre
que yo hubiera
querido más rápida aún,
pero que está
siendo la justa, la posible,
gracias a la
sedación paliativa, esa magia
que ha convertido
la agitación de las tardes,
la lucha por
expulsar las secreciones,
la respiración
trabajosa y el rictus de dolor,
en una placidez
que se parece mucho al amor
de quienes la
hicieron posible,
quienes la han
prescrito y quienes la han administrado,
quienes
inventaron el midazolam,
quienes trataron
el opio y la datura para pulir
el fino cristal
de la morfina y la escopolamina,
quienes hicieron
los ensayos clínicos,
quienes han
fabricado, transportado, almacenado,
preparado las
dosis, quienes recogerán los desechos
para eliminarlos
de forma ecológica y segura
y quienes
lucharon en las plazas y los parlamentos
para defender la
muerte digna en la seguridad social.
Qué milagro que
exista este hospital gratis ahora,
pagado durante
tantos años, en cada nómina,
en cada factura,
con el esfuerzo de generaciones,
para que mi madre
tenga cama limpia y, en derredor,
personas formadas
que saben hacer su trabajo,
un sistema que
funciona solo para ella,
que antepone su
bienestar y su deseo
al lucro de pocos
o a la usura de muchos.
Un hospital como
una casa abierta, como una plaza,
un hospital que
sabes tuyo, de todos,
que te
sobrevivirá, que es una historia de éxito,
que ha estado
siempre ahí esperando este momento,
esta reducción de
mi madre a sus huesos,
esta enjuta
minimización del ser a sus constantes.
Qué pasará por la
cabeza de los pacientes sedados,
qué nublados y qué
sol paseará mi madre por su frente,
qué balances,
sumarios, álbumes, recuentos hará
en este tránsito
que probablemente tanto preparó
y le habrá cogido de improviso, como a todos.
SCENA NOTTURNA IN UN OSPEDALE EUROPEO DEL XXI SECOLO CHE COMPRENDE IL
MONOLOGO DI UN UTENTE DELLA SANITÀ PUBBLICA
Il sole è già tramontato dietro gli appartamenti a buon
mercato
che circondano l’ospedale con i panni stesi,
perché i ricchi fuggono in quartieri lontani dal dolore,
dove c’è il verde e sono assenti le ambulanze.
Le ore piccole abitano le sale operatorie
e scende verso la terra, per scale e incavi,
il magma laborioso di infermiere e dottoresse,
di tecniche, inservienti e amministrative,
giorno e notte, mercoledì o domenica.
Non esiste enciclopedia o montagna che tenga la somma
di tutti i dispositivi, i farmaci, le manovre,
che circondano la persona consegnata a lenzuola e tubi,
l’oceano di dati, protocolli,
e decisioni interdisciplinari,
alla base di ogni atto ripetuto.
Sono stanco dell’agonia di mia madre
che avrei voluto ancora più veloce,
ma che alla fine è quella giusta, quella possibile,
grazie alla sedazione palliativa, quella magia
che ha trasformato l’agitazione delle sere,
la lotta per espellere le secrezioni,
il respiro affannoso e lo spasmo del dolore,
in una placidità che somiglia molto all’amore
di chi l’ha resa possibile,
di chi l’ha prescritta e somministrata,
di chi ha inventato il midazolam,
di chi ha trattato l’oppio e la datura per lucidare
il fine cristallo della morfina e della scopolamina,
di chi ha condotto le sperimentazioni cliniche,
di chi ha fabbricato, trasportato, immagazzinato,
preparato le dosi, di chi raccoglierà i rifiuti
per smaltirli in modo ecologico e sicuro
e di chi ha combattuto nelle piazze e nei parlamenti
per difendere la morte dignitosa nel servizio sanitario
pubblico.
Che miracolo che questo ospedale gratuito esista adesso,
pagato per tanti anni, in ogni busta paga,
in ogni fattura, con lo sforzo di generazioni,
affinché mia madre abbia un letto pulito e, intorno a
lei,
persone preparate che sanno fare il loro lavoro,
un sistema che funziona solo per lei,
che mette al primo posto il suo benessere e il suo
desiderio
e non il profitto di pochi o l’usura di molti.
Un ospedale come una casa aperta, come una piazza,
un ospedale che sai tuo, di tutti,
che ti sopravviverà, che è una storia di successo,
che è sempre stato lì ad aspettare questo momento,
questa riduzione di mia madre alle sue ossa,
questa magra minimizzazione dell’essere alle sue
costanti.
Cosa passerà per la mente dei pazienti sedati,
quale nuvola e quale sole solcheranno la fronte di mia
madre,
quali bilanci, riassunti, album, resoconti farà
in questo transito che probabilmente ha preparato a lungo
e l’avrà presa alla sprovvista, come a tutti.
Bernardo Santos. La tempesta del tempo / El vendaval del tiempo. Ed. Ensemble. 2024
Dibujo de Amable Arias
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