voz una.
Hablar con alguien respetando los
códigos aprendidos.
Hay tres personas, todos son dioses y
a la vez son uno.
En una distancia, que no es media,
existe una deidad casi desaparecida,
un pronombre personal tónico. Su
plural es ustedes.
Ustedes aburridos.
Ustedes en la casa.
Ustedes con careta.
Ustedes hartos de comer.
Ustedes y los conocidos.
No hay mucha luz y huele a escuela
Montessori,
es por los juegos de azar y las
fichas con sus dibujos
e indicadores de coloración,
las hebras de lana se
separan con las manos temblorosas.
Es un poco sentirse niño, es un poco
sentirse hombre.
Los estudiantes en prácticas lloran
con párpados, ,porque lloran por fuera.
Les cae por la piel las lágrimas y se
le emborrona la vista.
Aún así, ciegos, sonríen y lloran.
Lloran.
Es por las horas perdidas en la
escuela,
quisieran haber encontrado este aula
antes de los recreos en gallineros
sin escaleras,
sin abuelos, recitadores de romances,
echando maíz
sin geranios o portadas de madera
gigantes por las que colocar a los indios,
sin vecinos de domingo con los que
inventar vidas cortas
de tres horas o de cuatro, entre
golosinas y zumo de naranja,
entre poemas de viejos nunca
inventados, siempre creándose
en cada boca,
en cada boda,
en cada nueva bola rodante,
en cada cama,
en la noche sin pantallas
antes del sueño,
un romance comenzado con
ustedes:
Ustedes, que no lo saben.
Ustedes, que no se aburran.
Ustedes, que hartos de cena,
escuchen.
Ustedes, conocidos y familiares.
Esta, ustedes, escuchen
esta, mi historia.
Una historia.
voz dos.
Caja de voces.
Interior.
Tres personas.
Uno dice azul.
Otro tira un dado.
Otro observa una nube con forma de
seta a través del ventanal y se imagina en el centro, al abrigo.
Aunque querría decir muerte
(uno).
A veces un ladrido de perro
(otro).
A veces ninguna respuesta
(otro).
Escríbelo, azul, necesito saber qué
significa.
Tira el dado y dice 'mueve'.
Lloverá toda la semana.
Los pronombres tónicos
y sus plurales
se pliegan en el interior
de la caja de voces:
forman parte del código-aire.
La respiración solo es pensable
en el interior del código,
como el correteo de los dados
sobre la madera,
como la nube,
como el ladrido de perro.
No hay afuera,
todo es código
y la caja lo contiene.
Contenedor potencial de todos,
la caja también contiene a los que no
están.
Los dados siguen rodando sobre la
madera, pero la suerte está echada.
Dios, lo sabemos, no juega a los
dados.
Bajo nuestros pies de náufragos se
despereza el monstruo y el azul es ya un grito.
Alguien, uno, dice azul.
Los nombres dicen solo en el interior
del código.
Alguien, digo, debería gritar.
Quién dice 'alguien debería gritar'.
Decirlo es situarse en la frontera,
en un dentro-fuera de la caja
que permita el desplazamiento.
Un grito no es un nombre.
Había un perro y alguien,
otro, olvidó su nombre.
La caja apenas quedó arañada.
y
nadie existe en soledad
séptimo
diálogo
“De un día a otro esto fue una bomba que no nos
esperábamos. Llevábamos 13 años trabajando y nos cambió la dinámica de trabajo
y nuestra vida laboral. Entró “el bicho “ para ellos y para nosotras. La
mayoría de la gente se contagió y la mayoría se tuvo que dar de baja. Yo me
contagié, aunque seguí trabajando porque no lo supe, me encontré mal pero
pensaba que era agotamiento, no el Covid. Nos quedamos sin personal y la
poca gente que estábamos, trabajábamos sin descanso. …Cada día, en el camino de
mi casa aquí, venía pensando, ‘¡madre mía!¡a quién le tocará hoy!’... Soy
fuerte pero en aquellos momentos creí que nos íbamos a morir todos. Mis hijas
me decían, ‘¡déjalo!’, y yo les contestaba, ‘¡no puedo abandonarlos!’. Las
habitaciones había que limpiarlas mucho más, de arriba a abajo. Entrábamos en
las habitaciones, a todas, incluida a la zona de positivos, pasabas sabiendo
que estaba contagiada la persona que dormía allí y recuerdo que me decían,
‘¡cógeme la mano, cógeme la mano!’, y no podía negárselo. Me decían,
‘¡acércate, dame un abrazo, tócame!’, y sabías que estaba contagiada y que
darle la mano era una contradicción, era casi ir en contra de tu vida y la de
los tuyos, mi hija y sus bebés en mi casa. Pero tenía que darles la mano,
porque me decía, ‘podría ser mi madre o mi abuelo’, y lo hacía aún sabiendo que
estaba tocando a la muerte.”
voz una
Echarse
un rato sobre las palabras que se reconocen en femenino plural
Ella es ellas y el dolor de rezar porque un artilugio
saliera
de las mañanas de cinta magnética, sobre las que
se grababa ,
la colonización alienante del lavado de las sábanas.
Era la extensión oxidante sobre la muerte,
un modo de batalla.
Los ojos fuertemente llorando entre las gafas
protectoras y la armadura.
Y Dios mientras
arriba retorciéndose ante las plegarias
como amante opaco al que no mira la
luz.
voz dos.
A este lugar que era un jardín de amigos
y ahora es una colmena en destrucción
a este lugar que se habitaba
desde el rito y la sonrisa
desde el tacto y la palabra
desde la mirada y la memoria
a este lugar vino a instalarse
el miedo para asfixiar a todos.
la imaginación quedó mutilada y
se fueron perdiendo los futuros recuerdos.
¿quién, que no fuera mujer, sería
capaz, en este tiempo detenido,
de ser un cuerpo que se mueve
bajo el mandato de un nosotros?
es una danza de mujer este retorcerse
en el infierno, este cuerpo siendo cuerpo,
que no deja de hacer, hacer, hacer.
no conoce el discurso que
encierra su vientre, pero
sabe que es ahí, en
el más profundo centro,
de donde emana este plural
que abraza. allí donde la palabra no alcanza,
puede su pura animalidad, pueden sus tripas,
puede este vientre de mujer que se abre en canal
como gritando '¡acaba ya si quieres, acaba,
acaba!'
¿cómo no abandonar la danza,
cómo resistir este dolor, este dolor,
cómo silenciar esta voz que dice dentro
'¡para, huye, vete, vive!',
que dice 'tú, tú, tú',
que dice 'esta mañana no va a estar y no estar',
cómo no renunciar a este baile
para salvarse si todos caen,
si todos lo harán poco a poco,
si todos caen sin saber lo que pasa?
pero no se detiene este cuerpo de mujer,
no interrumpe su rebelión este cuerpo
que sabe ser cuerpo, para que este lugar
pueda seguir habitándose desde el plural,
desde la danza del nosotros.
***
lo que puede un silencio
diálogo octavo
“La primera ola nos afectó y fue traumático.
Aún a día de hoy acusamos los efectos, una suerte de stress postraumático, en
el que yo me incluyo, porque, por ejemplo, al no poder pasar los familiares a
la residencia, el apoyo psicosocial que se prestaba en casos de duelo fue todo
telefónico, con situaciones de un elevado grado de angustia, sobre todo cuando
se produjeron las muertes. Las semanas finales de marzo y las primeras de
abril, las vivimos con mucha angustia….Ningún beneficiario del centro de día se
contagió, pero a la residencia sí entró el virus. Nosotros, que
trabajábamos aquí, pero volvíamos a casa, convivíamos con el miedo de llevarnos
el virus a casa o de traerlo de fuera a dentro. Se convirtió en algo
obsesivo-compulsivo. Y llegó la etapa en la que se nos morían y experimentamos
esos duelos extraños, porque se iban a la zona del SED (habilitada durante el
confinamiento para los positivos) y no los volvíamos a ver. ..Se sintió miedo
...Teníamos un residente que falleció, sin familia, que estaba tutelado por la
Fundación Madre. Era una persona muy querida en el pueblo, por los residentes,
por nosotros, y … fui yo la que fue a su entierro. Eso es muy triste. Y duele
mucho… Yo me emociono. No sé si le conoceréis, Casimiro. En el pueblo era super
conocido. Vino de la Vereda, vivió en la calle, sufrió maltrato… Y, justamente,
ahora que tenía una vida digna ,que era cuando más feliz estaba, que era aún
joven… fue duro, bastante duro…”
Casimiro
es una de esas personas que han sabido poner en valor la capacidad de
acogida y tolerancia del pueblo de Argamasilla de Alba. Era un hombre que venía
del sufrimiento, se reían de él , le tiraban piedras, incluso sufrió el
abandono de su propia familia. Sin embargo, al llegar a Argamasilla, se
encontró con un pueblo que sabía ser paciente, que supo escucharle, que
sabía mostrarle su afecto, muchas veces con el euro para tomarse un café o una
bebida. Era Casimiro un niño grande que buscaba la aprobación. Nos preguntaba,
¿a que soy bueno?, buscando el cariño, el afecto, y se enfadaba profundamente
cuando alguien se burlaba de él o le buscaba las cosquillas. Era un hombre
también preocupado por su propia muerte. Me decía, ‘don Ángel, ¿a que el día
que me muera me va a enterrar?, ¿no me dejará ahí, verdad?’; yo le respondía,
‘Casimiro ¿cómo te vamos a dejar en la plaza?, por supuesto que te enterraremos
como a todo el mundo y le pediremos a Dios que te tenga allí, en el cielo,
junto a los ángeles.
voz una
Hay
un recuerdo impreciso vinculante a una localización no ubicada en el teléfono
del
bolsillo,
molesto
como una uña partida que no crece
en
su sitio,
es
un juego de bingo con hilos de telares de fábricas de art decó
en
calles
no
orientadas al sureste con árboles de hojas perennes
macho,
platanera,
la
hoja no caída acusó la ausencia del hombre que ya no dormía
en
su cama,
se
arrastró delatando que la respiración no manchaba el espejo
del
tocador,
único
objeto traído de la vereda que había en el fondo del cráter
lesionado,
Él, que
sobrevivió al cajón de la abertura antes de la lava, mas no a
lo
no nombrado,
porque
no le tocaba, les tocaba.
Ese
tacto no apuntado
tacto
duro. Empujabas con los dedos y no cedía.
Clavabas
las manos frente a la dureza y estaban los callos impávidos.
Decidieron
saltar,
saltaba,
saltaban por los tejados, creía, creían que es-ca-pa-ba-an,
cuerpos
en fuga entre el mármol gris y la luz en vertical hasta el suelo, luego
quedaron allí sellados,
con
la masilla,
impermeable
a los llantos de un único asistente.
Ella
llorando
aún
llorando
ahora
llorando
mañana
llorando.
No
fui yo a su entierro.
No
pude ir a ningún entierro.
No
pudimos ir a esos entierros sin duelo donde la muerte paría.
voz dos
Nana
del niño grande
Si
esto fuera una nana,
y todos
pudiéramos cantarla,
y entonces lo hiciéramos…
Si
esto fuera una nana.
La
nana de Casimiro.
Y
la cantáramos,
y
todos supiéramos cantarla.
¡Ay!
Si esto fuera una nana.
El
niño grande
nos
ofreció su risa
y
no supimos guardarla.
El
niño grande.
Una
y otra vez,
una
y otra vez,
y
no supimos…
pero
ella estaba allí,
para
cuidarla.
¡Ay!
Si esto fuera una nana.
Y
todos supiéramos cantarla.
El
niño grande desnudo
y
con heridas
y
no supimos curarlas.
El
niño grande
una
y otra vez,
una
y otra vez,
y
no supimos…
pero
ella estaba allí
para
aliviarlas.
¡Ay!
Si esto fuera una nana.
Y
todos supiéramos cantarla.
El
niño grande
nos
ofreció su vida
y
no supimos abrazarla.
El
niño grande
una
y otra vez,
una
y otra vez,
y
no supimos…
pero
ella estaba allí
para
contarla.
¡Ay!
Si esto fuera una nana.
Y
todos supiéramos cantarla.
Andaba
por los tejados
el
niño grande
y
no entendimos su magia.
El
niño grande
una
y otra vez,
una
y otra vez,
y
no entendimos…
pero
ella estaba allí
para
amarla.
La
nana del niño grande
que
no era de nadie
y
a todos huérfano nos dejaba.
deseo de ser piel
roja
diálogo noveno
«Si uno pudiera ser un piel roja
siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento,
constantemente sacudido por la tierra estremecida hasta arrojar las espuelas,
porque no hacen faltas espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen
falta riendas, y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa,
habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo.»
F. KAFKA
“claro el pueblo tiene que seguir
funcionando, la gente tiene que tener agua, alumbrado, saneamiento, limpiezas…y
teníamos un este añadido que era desinfectar el pueblo …yo era de los que decía si tienen que pasar tiene
que pasar y alguien tenía que estar y así nos quedamos el fontanero y yo…(..)
miedo no, respeto ,me acuerdo que un día me llamo el de la funeraria porque me
decían que no daban abasto a enterrar a la gente y me fui un día con ellos
ayudarles…era una sensación de desesperación , no sé, era un poco raro … me
sentía “priviliegao” porque yo podía moverme ( ..) yo también soy muy
deportista, me gusta correr,
y claro lo que hacía por las mañanas,
me venía aquí a trabajar y me iba al
campo de fútbol y me pegaba dos horas corriendo, y mientras no me llamaban…y me
sentía “privilegiao por eso”
voz una
A mí también me tocó un pueblo girando, muerto
en torno a sí mismo,
y ser suelo y el silencio al correr, dibujando
círculos.
Uno,
dos ,
tres , cinco.
Y no, no tener miedo.
Salvarse del tacto, no tocar y entonces regresar y correr,
correr otro círculo.
Removerse el instinto
del deseo contenido.
Un control, otro círculo.
Querer.
Desear tocar y llorar
bajo la lluvia de un cura llorando, esperando ,
y un enterrador llorando,
y una mujer llorando,
y un hombre sin maquillar muertos también llorando,
y a lo lejos quizás alguien amando dibujando surcos en
paredes en la noche.
Correr otro círculo.
Andar entre estrechamientos pulmonares que ahogan cualquier finalidad adaptativa
-Dime qué quieres que compre,
dime qué quieres que
diga,
dime mujer, qué quieres que te haga
que haga-
Solo soy
un hombre,
atomizando una vida, la tuya, la mía, esta,
dividiendo en partes muy pequeñas el miedo,
estoy extinguiendo el miedo,
lo tapo y ensucio los cristales con el líquido que supura.
-No cojas el paño para secar esa superficie
segregando muertos con etiquetas y lluvia,
escurriendo tristeza
sobre la madera,
construyendo acero.
Y un sacerdote sin expresarlo.
No se expresaba ¿entiendes? eso, el miedo.
Quiero verlo.
Mirarlo y rezar a algo,
a alguien.
Mirarte, entonces, y creer
a pesar,
tocar tu cuerpo de espalda inmenso frente.
En -fren-te -rostro.
De-lado-columna.
Tem-blan-do-el encaje y mis dedos.
Es-pe-ran-do-el fruncir de los noticiarios.
Ne-gan-do-lo que veíamos.
-No, no espero que me digas nada.
-No , no espero que me digas gracias.
-No, no espero que reconozcas que yo estaba, antes, ¿Lo
entiendes? Antes, en silencio, sin fraccionar , estaba, hubo alguna palabra,
las dijiste, sí estaba, sí, eso dijiste, una vez, una.
Estaba antes que ellos cortaran las calles y te parecieran
hermosos.
Una vez me dijiste que
es cierto que yo estaba antes y corría en círculos y estaba.
Quedarse,
quedarse,
quedarse , esperar una palabra. la tuya, la de los otros.
No, no hubo
pero oler la piel aún.
Tu piel.
Aún.
Sí, desear ,
aún,
a pesar,
Ser,
aún,
un hombre.
voz dos
Viven todos el sueño de algunos en sus casas de
muñecas
pero hay quien sabe atarse al mástil para no sucumbir
a las sirenas.
No seré yo quien pronuncie la palabra muerte,
pudiera decir el cuerpo de este animal que corre,
odiseo enmascarado, si no fuera el cuerpo
de un animal voluntariamente despalabrado.
Estando como estamos atravesados por el otro,
uno esperaría su presencia en forma de palabra,
pero quién se atrevería entonces a decir
‘cura, sana, culito de rana’.
Un hombre corre y no lo hace como rezo o plegaria,
sino como brindis a la espera de nada:
mitad huida, mitad caza, corre y equilibra el drama.
A veces la nada crece alimentada de palabras
y los arqueros malgastaron todas sus flechas.
A veces los poetas pueden no ser suficiente
y hay que volar solo para salvar a la bandada.
Los animales siempre supieron antes de las
sombras que se acercan.
Un hombre corre para no olvidar que se puede nacer
aquí y ahora,
para no olvidar que puede despegar los pies del suelo
y reír, resistir,
que conviene no perder del todo la memoria del mañana.
Una vuelta, luego otra, expone su cuerpo a la
anomalía,
lo que tenga que suceder que suceda. la piel responde
tensándose a los cuerpos de luz, fotones impactando
en el cuerpo vivo de un animal que corre, es la luz
en la membrana, es la piel que limita, puente
entre lo vivo y lo inerte haciéndose movimiento.
Solo en la fronterizo la vida emerge vida.
Correr, correr, correr.
Ser aún un hombre.
****
Voces. "Único hueso imposible de quemar" dentro de la Colección Literaria Ojo de Pez escrito por Rafael Falcón Lahera y Ágata Navalón y prologado por Antonio Méndez Rubio acaba de salir.
Voces es un libro con muchas voces dentro y que puede ser leído o escuchado a través de su QR o en iVoox.En Ivoox está completo entrevistas y poemas en su canal que tiene el mismo título que el libro."Voces.Único hueso imposible de quemar"
Se puede leer a través del diálogo de sus voces o puedes elegir a la voz una a la dos ...la voz una es Ágata Navalón, la voz dos es Rafael Falcón
Se escribió durante dos años tras decenas de entrevistas realizadas a los supervivientes de una pandemia.
La fotografía de la portada es del fotógrafo Jesús Gabaldón.
El libro solo se puede adquirir de momento en Agapea.
En iVoox se puede escuchar al completo exceptuando el prólogo.