'UN CUARTO PARA ELLA SOLA'
Las lentejitas preparás, la perra paseada, la cocina
recogida, la colada tendida, el niño duchaíto y
atendido... ¡Santa Virginia Woolf, quiero ser escritor!
***
CINE DE BARRIO
El guardia municipal, conocido como el Eléctrico,
era todo un espectáculo dirigiendo el tráfico
en algún cruce del centro de Valladolid. Parecía
una marioneta cuando indicaba con secos espasmos de
brazos y muñecas las señales a los automovilistas. Desde
una acera un grupo de adolescentes asistía fascinado a
la faena y, de vez en cuando, aplaudía. Aunque era bajito
y emanaba buena vibra, tenía una cara cuadrada y
un rictus duro, como el de ese altísimo actor, Mike Mazurki,
un inolvidable segundón (recordado en películas
como Sansón y Dalila, Siete mujeres o Con faldas y a lo
loco, pero sobre todo por La taberna del irlandés). Se sabía
que el Eléctrico era de carácter dulce, porque mientras
ordenaba el tráfico no dejaba de abocinar el morro
como si silbase todo el rato. Además, en las distancias
cortas siempre se mostró amable, tal y como podía comprobarse
en las sesiones del Matallana, que era un cine
de barrio entonces, donde el Eléctrico se pluriempleaba
como acomodador. Muy diferente y menos cinematográfico
era otro agente municipal, un mero sosias de
Luis Sánchez Polack Tip (el alto del dúo cómico Tip y
Coll): parecido en todo a ese humorista -flaco, largo,
bigotudo y con gafas-, pero sin sentido alguno de la
guasa. Durante una manifestación estudiantil, que se dirigía
al túnel de las Delicias, la marcha llegó a la Cruz
Verde, donde el gemelo de Tip se afanaba en ordenar el
tráfico. El asustadizo guardia, sorprendido por el gentío,
desenfundó la pistola (operación en la que se enmarañó
con la cartuchera, dejando caer una de sus antebraceras
de charol blanco) y apuntó tembloroso a los estudiantes.
De haber estado allí el Eléctrico, seguro que hubiera hecho
circular a la muchedumbre con uno de sus galvánicos
pases toreros.
***
'DULCE ET DECORUM EST PRO PATRIA MORI'
Apollardao que sa quedao.
-Oyes, que sa jamao seis maritoñis de una sentá.
-¿A palo seco o ensalivás con mollate Moclinejo?
-Pos se las rempujó con una cocacola de dos li-
tros.
-Paberse morío.
***
SOPLO DIVINO
El teléfono de la habitación no funciona. Un
mozo de mantenimiento sube dispuesto a repararlo.
Toma el auricular y sopla en él un par de
veces como Yahvé y ya está: ya veo y oigo. Ese enérgico
demiurgo de hotel provinciano ha conseguido que
marche el gólem telefónico. Media hora más tarde se
repite la situación. Me paso la tarde soplando sobre un
inerte pedazo de ebonita.
***
UN CAFTÁN AMARILLO
En la vigésimo quinta sesión del festival de música garnatí
pudimos gozar de la presencia de una
cancionetista jordana, cuyo nombre lamento haber olvidado.
La primera impresión -que es la que vale
como asevera la filosofía popular- fue todo lo que se
quiera menos engañosa y, desde luego, contundente: de
pronto, Demis Roussos y Luciano Pavarotti, como dos
siameses embutidos en el mismo caftán amarillo, habían
irrumpido en el marco incomparable de Dar-El-Sebtí, el
palacete donde se desarrollaba la velada de música tradicional.
Cuando, tras el fogonazo fluorescente del vestido
que durante medio minuto me había dejado deslumbrado,
recuperé la visión, pude advertir entonces que era un
único cuerpo, con una sola boca y dos ojos de espesísimas
pestañas que nos sumergieron en una melopea de
setenta y dos horas. El recuerdo de la imagen permanece
nítida en mi adolorida memoria, avalada por el juicio de
mi amigo Ahmed: era una cantante infinita.
***
LA BIEN CERCADA 1980
Por el valle del Guadalhorce el tren persigue kilómetros
de naranjos y limoneros. Bordean la carretera
granados con sus reventadas pomas, ruborosas
celdillas picoteadas por los pájaros, tentáculos petrificados
de las pitas, rubios cañaverales, chumberas.
Descendemos en una estación de antes de la guerra: moscas,
botija y mondas de naranja secándose al sol. El pueblo
queda por encima, retrepado sobre el monte. Cuando el
autobús, que tampoco es de este siglo, consigue dejarnos
en la plaza del ayuntamiento junto a la puerta del café,
todos, con esa mirada de esparto que tienen en los pueblos,
se dedican a observar al forastero que durante unos
meses habitará, en la calle de la Parra, una casa de gruesos muros encalados,
en cuyo patio las hormigas están
devorando un limonero florecido, qu’en la vía orviaré.
***
LA SOMBRA
La sombra se desprendió de mí y, desplegando súbitamente
unos élitros irisados, se echó a volar.
***
UN MAL DÍA
Sentado ante el televisor piensa: tengo treinta
años... Woyzek (Klaus Kinski) lo dice al alimón con
él, leyendo un documento, tengo treinta años, siete
meses y doce días... Y él acaba de leer al mismo tiempo:
siete meses y doce días. Lo desconcierta tanta casualidad.
Va al cuarto de baño con un Davidoff en la mano, lo enciende,
lo deja caer dentro de la taza del váter y comienza
a orinar en el cenicero.
Miguel A. Moreta-Lara. Mientras respira la tarde. Ed. El Desvelo, 2024
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